Rayuela, 50 años

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La primera edición de la emblemática novela apareció en junio de 1963. Con motivo del aniversario, en Buenos Aires habrá homenajes y celebraciones: en junio se le colocará el nombre Rayuela a la Plaza del Lector, donde se encuentra la Biblioteca Nacional y el Museo del Libro y de la Lengua, en avenida Las Heras y Agüero. El 25 de agosto de 2014 se cumplirán, además, 100 años del nacimiento de Cortázar. Se reedita toda su obra.

Entre las obras  que marcaron un antes y un después en la historia de la literatura argentina, Rayuela (1963) redefinió una tradición y sentó las bases de una suerte de revolución en el campo de las letras, que perduraría por décadas. Significó una ruptura con la forma clásica de la narración -la propuesta de las múltiples posibilidades de lectura es en sí misma un ejercicio de desestructuración-, que además proponía un nuevo léxico, con palabras inventadas, acaso como una proclama implícita sobre la imposibilidad del lenguaje de expresarlo todo.
El escritor Carlos Monsivais, pensó cierta vez que la obra había representado en su momento una rebelión contra las formas establecidas, en un momento de la Historia del siglo XX en que todos los legados previos empezaban a ser revisados, e incluso negados. Como la forma de la novela, y esas palabras extrañas que inventaba Cortázar, también los personajes de su obra más famosa parecían salirse de la órbita de lo normal o lo predecible. En el terreno de la literatura, pero también por fuera de él, Rayuela funcionaría como una prueba de que era posible dejar de lado la solemnidad, la corrección e incluso la lógica, y al mismo tiempo construir una obra maestra; de ahí su influencia decisiva.


Referencia obligada del llamado boom latinoamericano, la novela elevó a Cortázar a la categoría de mito viviente. La originalidad de su formato y la riqueza de su estilo convirtieron a esta obra -incluida en la lista de las cien mejores novelas en español del siglo XX por el periódico español El Mundo- en una pieza vanguardista. El hecho de que un escritor hispanoamericano transgrediera por primera vez el orden tradicional de una historia, dio qué hablar tanto a encumbrados círculos literarios como al público masivo, que reaccionó conmovido.
En el marco de este proceso de creciente reconocimiento y exposición, Cortázar asumió un rol activo también en el plano de la política: como figura pública, se convirtió en portavoz de las demandas y necesidades de la izquierda latinoamericana y en un devoto defensor de la Revolución Cubana, denunció los abusos de las dictaduras -haciendo especial énfasis en las de Jorge Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile- y adhirió a la Revolución Sandinista en Nicaragua.


Además de ser considerado uno de los mayores escritores de la lengua española del siglo XX, lo que no es decir poco, Julio Cortázar fue un intelectual comprometido con su tiempo, buen amigo para sus amigos, un hombre que despertaba en sus colegas y lectores tanto afecto como admiración, acaso porque había dado forma a un universo propio.


Gabriel García Márquez dijo de él: “En público, a pesar de su reticencia a convertirse en espectáculo, fascinaba al auditorio con su presencia ineludible, que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En privado, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición árida, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso. En ambos casos, fue el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer”.
Cortázar era alto, altísimo, tenía los ojos separados como los de un cordero asustado. Su mirada, profunda y sensible, y su agudeza inusual, le permitieron expresar su visión del mundo, y de la Argentina, el país del que se exilió en 1951, con lucidez y poesía, incluso con una cuota de surrealismo.

El gran Pablo Neruda, le dedicó estos versos: “Canta Cortázar su novena de imponente sombra argentina, en su iglesia de desterrado, y es difícil para los muchos el espejo de este lenguaje, que se pasea por los días cargado de besos veloces, escurriéndose como peces para brillar sin fin, sin par, en Cortázar, el pescador que pesca escalofríos”.

Para el mexicano Carlos Fuentes, Cortázar es, a la historia de la literatura latinoamericana lo que Simón Bolívar significó para el continente en términos político ideológicos. El escritor lo definió así, en un homenaje que se hizo en Guadalajara en el 2004, a 20 años de la muerte de Cortázar: “Julio significó la liberación de la lengua, el desprendimiento voluntario de la tradición de la novela del siglo XX, el fin de la presunción del realismo, del psicologismo. Rayuela abrió una serie de aventuras para la novela latinoamericana y mundial que no acabamos de explorar aún. Incluso una aventura terrible: la de convertirnos exclusivamente, como única ocupación de nuestras vidas, en lectores de Rayuela”.

Su colega argentino Tomás Eloy Martínez, expresó en el mismo evento, haciendo referencia a su influencia, y mención a su Historia de Cronopios y de Famas: “A partir de Cortázar cambió la vida de los argentinos. Desde cierto momento, todos los sublevados que se oponían al poder pasaron a ser Cronopios, y los que se quedaban del lado del poder, irremediables Famas”. El portugués José Saramago, por su parte, opinó: “El parece un humorista, un clown, un funámbulo que parece estar divirtiéndose a costa nuestra, pero es en verdad un gran trágico, un grandísimo escritor y una estupenda figura humana”.

La muerte lo alcanzó bajo la forma de leucemia, el 14 de febrero de 1984, en un hospital de París. Ese mismo día, Buenos Aires fue escenario de una inexplicable invasión de mariposas, que los científicos entrevistados por los medios atribuyeron a una inédita ola de calor, en el marco de un extraño fenómeno meteorológico que no se ha repetido hasta hoy. Su cuerpo está enterrado en el cementerio de Monmartre.

 

Homenajes

Este año y el próximo serán los años de Cortázar y Rayuela: en junio se cumplen 50 años de la primera edición de esta novela y el 26 de agosto de 2014 se celebra el centenario del natalicio del escritor.
Como parte de los homenajes, el sello Alfaguara pondrá a disposición de los lectores toda la obra de Cortázar. En febrero, se reeditó Octaedro, Un tal Lucas y Alguien que anda por ahí, y en marzo 62/Modelo para armar, Deshoras y Queremos tanto a Glenda. En junio, se lanzará una edición conmemorativa de Rayuela de tapa dura, y el libro Cortázar en Berkeley con una compilación de sus discursos en esa universidad californiana en 1980.
En Buenos Aires habrá homenajes y celebraciones, entre ellas, en junio se le colocará el nombre "Rayuela" a la Plaza del Lector, donde se encuentra la Biblioteca Nacional y el Museo del Libro y de la Lengua, en avenida Las Heras y Agüero, en la ciudad de Buenos Aires.


Obra

Entre los 40 y 50, publica el cuento "Casa tomada" en "Los anales de Buenos Aires", el poema dramático “Los reyes” y ese verano escribe su  primera novela “Divertimento”.  En 1951 sale  “Bestiario” y  le siguen “Final del juego”, "Las armas secretas", que incluye el relato “El perseguidor”, y la novela “Los premios”. Durante ese tiempo también traduce a Gide, Chesterton, Daniel Defoe y Henry Bremond,  fueron míticas sus traducciones de la prosa de Edgar Allan Poe y de “Memorias de Adriano”, de Yourcenar.
En 1962 ve la luz “Historias de cronopios y de famas” y en 1963 se edita “Rayuela”, que marcó un hito en la narrativa contemporánea. Luego vendrían “Todos los fuegos el fuego” (1966) y asume –con su artículo “Para llegar a Lezama Lima”- su compromiso con la izquierda latinoamericana y su lucha de liberación. Le siguieron “La vuelta al día en ochenta mundos”, “62, modelo para armar”, “Buenos Aires, Buenos Aires”, “Último round" y la selección de cuentos en “Relatos”.
En la década del 70 publica “Pameos y meopas”, "Prosa del observatorio" y su obra más política, “El libro de Manuel” (1973). Salen "Octaedro”, “Fantomás contra los vampiros multinacionales”, “Silvalandia”, "Un tal Lucas", "Estrictamente no profesional. Humanario” y “Apocalipsis en Solentiname”.
En 1981, el gobierno de Miterrand le otorga la nacionalidad francesa, un año después publica “Deshoras” y muere su esposa, Carol Dunlop, coautora de “Los autonautas de la cosmopista”, que aparecerá al año siguiente al igual que “Nicaragua tan violentamente dulce”.