Schock y malestar

Actualidad

El presidente de Cabal, Rubén Vázquez, analiza en su editorial la difícil situación social en que distintas medidas oficiales han colocado a algunos sectores del país

    En la historia del libre mercado contemporáneo las políticas impulsadas por el ideario neoliberal han sido escritas en letras de schock. Esas medidas de choque económico, que perjudican sobre todo a los sectores más desprotegidos de la sociedad y también a los trabajadores, los profesionales y a las capas medias de la ciudad y el campo, producen un doble efecto bien pensado por sus diseñadores: redistribuyen en forma acelerada la renta nacional, sacándole a la mayoría de los ciudadanos para dárselo a los más poderosos, a los que más poseen, y crean, además de dolor y sufrimiento en la mayoría de la población, una sensación de pánico que es propicia para el debilitamiento de los valores solidarios, de aquellos principios que nos protegen del egoísmo individualista y la idea del “sálvese quien pueda”.

   Si esta estrategia se aplica es porque, si bien a la larga lleva a la ruina, en el corto plazo puede dar ciertos resultados a quienes la inspiran. El shock asusta a algunos sectores y los inmoviliza, pero no esfuma el malestar, que ya empieza a extenderse por muchas capas de la sociedad. La Argentina vivió en su pasado varias de esas experiencias traumáticas que concluyeron en el fracaso más absoluto. También muchos otros países del mundo. Y en todas ellas quedó demostrado que la ruptura de las ligaduras que sostienen y mantienen fuerte el tejido social, mediante el método de privilegiar a las minorías y perjudicar a las mayorías, lleva inevitablemente al desastre. Es extraño que nuestra nación, que soportó coyunturas tan difíciles como la del 2001 y otras más que podrían citarse tenga que estar atravesando una situación que evoca viejos y terribles momentos.

    El plan económico llevado a cabo en estos tres últimos meses -devaluación y endeudamiento con el exterior, alza de precios con altas tasas de inflación, despidos en masa, paralización de obras y varias cosas más con que la gente se despacha a diario- no pueden explicarse por la existencia de una supuesta “herencia” que dejó el gobierno anterior. Días atrás, el actual titular del INDEC, Jorge Todesca, reconoció que el país había crecido en su producto bruto durante el año 2015 un poco más del dos por ciento. Con lo cual reconocía, a contrapelo de lo que sostiene el discurso oficial, que el país no estaba al borde del abismo ni mucho menos. Y eso en medio de una formidable crisis internacional que ha reducido el crecimiento de la mayor parte de las naciones, incluidas las más desarrolladas.

¿Si hoy actúan, opinan y aplican recetas los mismos economistas que actuaron con Menem y la Alianza y termino en el desastre de 2001, por qué razón hoy van a tener un resultado distinto? Como el dicho popular “si haces más de lo mismo  vas a terminar con más de los mismo pero mucho peor”.

     Lo que prueba que aquello que está en discusión no es la herencia anterior, por más que en ella se puedan encontrar errores, defectos de gestión u otros problemas, sino la concepción que se intenta llevar adelante, que es la del neoliberalismo, cuyo maquillaje puede cambiar, pero no su esencia. Y su esencia es la de gobernar para unos pocos y enriquecerlos cada vez más a costa del sacrificio y el hambre de las mayorías sociales. En ese horizonte se inscribe la reducción del consumo popular, la recesión en ciernes y la apertura de las compuertas soberanas para permitir la competencia ruinosa con la industria y el comercio nacionales. El retraimiento que están sufriendo las pequeñas y medianas empresas, que son el corazón de la actividad cooperativa, es brutal. Y la perspectiva, sin el panorama no cambia, puede llegar a ser más duro aún.

      ¿Dónde están las inversiones que parecía que lloverían copiosamente a partir de enero? No han aparecido todavía. Pero, pensando las cosas sensatamente, las inversiones -si son productivas y no especulativas- no producen un efecto mágico inmediato sobre la economía. Necesitan tiempo para que den sus frutos. Y, entretanto, si ese objetivo ideal se cumpliera, ¿qué pasará con los miles y miles de trabajadores que se han quedado al margen del sistema o con la gente que ya empieza a ver su economía familiar mermada? ¿Y con los comercios si el consumo sigue cayendo? Los trabajadores ya están pidiendo una recomposición salarial para amortiguar los devastadores efectos de este período y que se ponga fin a los despidos. Aunque la televisión y muchos medios no hablen de estos problemas, es imposible tapar la realidad, ocultarla. Tampoco las mentiras que la distorsionan tienen vida eterna. Cuando llega un aumento del 500 por ciento en la luz o el gas y se dobla el precio del transporte, nadie siente que le están haciendo un favor.

   Hay un momento en que la mayor parte de la sociedad se va dando cuenta de cómo son las cosas. Y eso es lo que ya se está viendo en la Argentina de hoy. Ojalá el espesor de ese malestar disuada a quienes hoy tienen la responsabilidad de dirigir el país a dar marcha atrás en lo que han hecho en claro perjuicio del pueblo. Nuestra sociedad se ganó gracias a su lucha y al empuje de sus mejores representantes el derecho a vivir en una democracia plena, generosa con sus hijos. De modo que, difícilmente, cualquier intento de usar ese modelo para volverlo una receta que aumente la prosperidad de los ricos y vuelva más difícil la vida de todos quienes no lo son, sea coronado por el éxito. A la corta o la larga, la voluntad de la sociedad hace malograr esos intentos.