Tres fechas

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El presidente de Cabal, Rubén Vázquez, se refiere a  tres fechas claves en la defensa de la libertad e independencia del país y sus resonancias actuales.

    La Argentina celebra en el curso de un mes y medio de su calendario anual, entre la última parte del otoño y los comienzos del invierno, tres fechas importantísimas en la constitución de su entidad como nación: el 25 de Mayo, el 20 de Junio y el 9 de Julio. La primera de esas efemérides, el 25 de Mayo, grito inaugural de libertad frente a las cadenas coloniales, fue este año conmemorada con una semana de intensos festejos institucionales y artísticos, que incluyeron la apertura del Centro Cultural Néstor Kichner en el viejo correo central del Bajo y que culminaron un lunes con la presencia de una enorme y alegre multitud en Plaza de Mayo para escuchar a la presidenta del país y otros actos en todo el territorio nacional.

     No es necesario recordar alternativas de que ocurrió en esos días, y en especial el 25, porque la prensa escrita y televisiva lo desplegó ampliamente. Sí remarcar que, como en las jornadas de 1810, la participación popular fue protagonista esencial de los hechos, un rasgo que no siempre han tenido en el pasado las evocaciones de la magna fecha patria. Ahora, el 20 de junio, como todos los años, se festeja el Día de la Bandera, otro de los momentos poderosos, por su valor simbólico, en la marcha por constituir una nación libre, independiente y soberana. Los hechos de su creación son conocidos, pero repasémoslos un poco.

     El 24 de enero de 1812, y frente al incremento de los ataques españoles a las costas del Paraná ordenados por el gobernador de Montevideo, Pascual Vigodet, el Triunvirato envió a Manuel Belgrano con un cuerpo de ejército a Rosario para controlar las agresiones e instalar una batería en las barrancas de Paraná. Belgrano solicitó entonces permiso para que sus soldados pudieran usar una escarapela con los colores azul y blanco, como había sido la de las jornadas del 25 de Mayo, y el Triunvirato consintió.    

     El general repartió las escarapelas y tres días después de eso, en ocasión de inaugurar una nueva batería el 27 de febrero de 1812, dio un paso más en su propósito: creó la enseña patria, una bandera con los colores azul y blanco que cosió doña María Catalina Echeverría. Y ese mismo día formó a sus tropas delante de ella y les hizo prometerle fidelidad mediante las siguientes palabras: “Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y la Libertad.”

     La independencia se declaró cuatro años después, un 9 de Julio de 1816, en el famoso Congreso de la provincia de Tucumán. Once días después de esa declaración, el 20 de julio de 1816, ese mismo Congreso adoptó oficialmente la bandera diseñada por Belgrano como símbolo patrio. Y en 1938 se declaró al 20 de junio como Día de la Bandera y feriado nacional en homenaje a su creador, fallecido el mismo día del año 1820. Se habían dado los imprescindibles pasos iniciales para transitar ese camino hacia la ansiada libertad e independencia del país que había señalado Belgrano. Pero faltaban todavía muchos más esfuerzos para consolidar esa aspiración, porque los enemigos de la patria, de adentro y de afuera, no estaban derrotados definitivamente.

      Los doscientos años que han seguido a estos hechos -el bicentenario de la independencia se celebrará el año próximo- y la propia realidad presente, no han hecho otra cosa que demostrar esta verdad: lo difícil de poder concretar la consolidación de esos principios tan caros al espíritu patriótico. Porque la libertad –concebida como aquel estado en que el hombre se libera por completo de los grilletes de la necesidad- y la independencia -como expresión de una autonomía que no acepta sujeciones a otras voluntades que no sean las del propio pueblo soberano- no han sido totalmente aseguradas ni aquí ni en ningún lugar del mundo.

      La sociedad contemporánea tiene aún muchas asignaturas pendientes respecto de esas dos grandes reivindicaciones, contra las que conspiran una y otra vez las fuerzas del poder mundial hoy encarnadas en sus vetas más duras por un capitalismo financiero voraz y los halcones de una industria armamentística que quieren hacer negocios a toda costa y no vacilan para ello en hundir en la miseria y la muerte a millones de personas en el mundo. Las maniobras constantes de los fondos buitres para perjudicar a nuestro país –sin hablar ya de las grandes evasiones impositivas o prácticas de lavado de dinero, mediante operaciones ilegales organizadas sistemáticamente por bancos como el HSBC, que dañan el patrimonio de los argentinos- son modelos de la conducta de ese sector financiero muy claras como para requerir una explicación más detallada.

     El país se acerca a un mes crucial, octubre, en el que habrá elecciones presidenciales. Está claro que hay candidatos que enarbolan principios propios del neoliberalismo, ese ideario económico y político que a comienzos de siglo llevó a nuestra sociedad a una de las peores crisis de su historia. Es querer volver a fórmulas que fracasaron tanto en el pasado en la Argentina como fracasan hoy en varias naciones de Europa. La independencia y la libertad –la verdadera libertad, no la de mercado, que es la propuesta de los zorros a las gallinas de que convivirán amablemente con ellas en el gallinero- corren otra vez peligro y hay que estar alertas.

     Una iniciativa provechosa sería, como se ha planteado, que los candidatos presidenciales debatieran en público y expresaran cuál es su verdadero programa. Qué harán respecto del papel del Estado, las retenciones, los salarios, los derechos humanos, las conquistas sociales y de otra naturaleza logradas en los últimos años, etc. Sería una buena manera de transparentar ante la sociedad los propósitos reales de cada uno de ellos y evitar que, en el ocultamiento de las palabras o los discursos que no dicen nada, se pueda pasar gato por liebre. Al menos, de este modo, los electores tendrían la posibilidad de votar proyectos y no individuos providenciales, de elegir con más conciencia lo que prefieren. Es un paso más en el camino de construir una democracia real y participativa.