Una nave común

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El presidente de Cabal, Rubén Vázquez, hace un certero análisis de cómo terminó el 2014 y de cómo se cayeron las profecías agoreras.

El año 2014, cuyo final nos convoca a estas reflexiones, será recordado por varios hechos de gran relevancia para la cultura política de nuestra sociedad y de otros países del mundo que, si bien mantienen diferencias con Argentina en ciertos temas, no son ajenos ni indiferentes a esos acontecimientos. Una buena lectura de algunos de esos hechos, no de todos ni siquiera de una buena cantidad de ellos, pues sería imposible para un espacio como el que disponemos en esta columna, puede brindarnos instrumentos muy útiles para afrontar con acierto algunos de los desafíos que nos propone el año 2015 y también el futuro, si es que nuestro análisis pretende exceder la mezquindad de una mirada de corto plazo.

  Uno de esos hechos, y para aludir ahora exclusivamente a la escena de nuestro país, podría ser definido como el “duro traspié de las malas profecías.” ¿A qué fenómeno le llamamos así? Veamos. El 2014 comenzó en enero con el cimbronazo de una fuerte devaluación seguida de una verdadera ola de pronósticos apocalípticos, que incluían desde el derrumbe de la economía hasta la no terminación del mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El dólar se iría, se decía, a 20 pesos, las reservas en esa moneda disminuirían abruptamente y sobrevendría una explosión social de dimensiones incalculables.

  El gobierno explicó que se adoptarían medidas para controlar la situación, pero los agoreros de siempre –con libreto escrito por los medios de comunicación hegemónicos y amplio espacio en los programas televisivos para propalar sus lóbregos vaticinios- desecharon esas razones y siguieron echando leña al fuego. Se tomaron las medidas anunciadas y se hicieron rectificaciones, como suele hacerse usualmente en el gobierno de cualquier país del planeta cuando es necesario. Ni una sola de las predicciones lanzadas desde esas usinas se cumplió. ¿Alguien oyó que algunos de esos gurúes de la catástrofe hicieran autocrítica, dijeran que se equivocó? ¿O que se desdijera de los anuncios de colapso que se formularon para descalificar la digna y soberana posición argentina en su disputa con los fondos buitres, apoyada por otro lado por la mayor parte de los Estados del mundo? No, para nada. Llamemos a las cosas por su nombre. Estos “horóscopos económicos” no tienen ningún valor científico. Son operaciones políticas instrumentadas para meter miedo a la población y crear clima destituyente.

  Pero ocurrió algo mucho más interesante: se produjo, al menos en una parte de la ciudadanía, como una suerte de efecto saturación de esa prédica taladrante. Y eso se tradujo en una suerte de mejoramiento del ánimo general de la población que se refleja en las estadísticas y en el comportamiento de distintos sectores que sigue haciendo su vida normal, sueñan, trabajan y consumen y creen que si hay problemas –y en verdad hay muchos todavía sin resolver- se pueden solucionar por la vía de la gestión institucional, de la vida política y del voto, que cada cuatro años permite cambiar presidente y en los períodos intermedios a parte de las cámaras legislativas. Algo de ese clima se palpó en este fin de año.

   No somos ingenuos y descreemos que las ofensivas y campañas de desánimo se detengan, mucho menos en este año de elecciones para presidente. Un programa nacional y popular, que aspire a una convivencia social donde haya mayor justicia, se distribuyan con más equidad los bienes de la riqueza y se amplíen todos los derechos, genera enormes resistencias en los grupos de privilegio que prefieren siempre una sociedad egoísta, que es la que les permite acumular muchas más ganancias,  a una solidaria en las que se ponen ciertos límites a su voracidad y codicia.

   La sociedad argentina ha hecho en estos últimos doce años una experiencia formidable. Y tiene en la próxima elección una oportunidad para exigirles a los candidatos de las distintas corrientes políticas, si es que desean contar con su confianza, que expresen claramente cuál será su próximo programa de gobierno. No que arrojen edulcoradas y abstractas expresiones al aire que no dicen nada, sino formulaciones concretas. Que digan si se inclinan por un programa neoliberal, como el que hundió a la Argentina en 2001 y mantiene en una crisis persistente a muchos países de Europa (y no solo de ese continente: Perú en estos días aplicó fórmulas de ajuste y rebajó todos los salarios provocando un descomunal revuelo social), o tienen ideas más creativas que permitan defender y continuar con todo lo que se ha hecho bien hasta ahora en materia de redistribución, empleo y ampliación de derechos.

     Otra buena noticia en el fin de año fue la de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, acuerdo en cuyo logro tuvo especial participación el Papa Francisco. Es un paso decisivo hacia la apertura que podría terminar con el bloqueo de medio siglo a la economía cubana practicado por Washington y que tantos daños y sufrimientos provocaron a ese país y sus habitantes. El fin del bloqueo no será fácil, pero al menos quedó claro para la opinión pública internacional, y eso lo admitió hasta el propio presidente Barack Obama, que ese camino no lleva a nada y que lo que sirve a las relaciones amistosas entre los pueblos es el diálogo, como el que Argentina reclama a los ingleses para desarrollar negociaciones que concluyan con la usurpación del territorio de las islas Malvinas. 

     El diálogo es el método que proponen las Naciones Unidas para sortear con racionalidad y sentido de la justicia los grandes conflictos, guerras y disputas que se producen en el mundo y que tienen en los Estados Unidos a uno de sus grandes impulsores. La posición de esta nación en infinidad de lugares de la tierra contradice lo dispuesto por Obama respecto de Cuba, pero nadie desconoce que siempre se empieza por algo. Que ese país sea coherente con sus decisiones y las armonice en la línea de lo que decidió en su relación con la isla socialista llevará tiempo, si es que alguna vez se logra, pero no hay duda que el camino es ese: el del diálogo.

      América Latina recibió también con beneplácito la decisión de Estados Unidos, porque está en sintonía con el desarrollo de relaciones fraternales y equitativas entre todos los pueblos de la región. De paso, este hecho realza la enorme importancia de que los países de América Latina, en especial los de Sur, apuren las iniciativas tendientes a impulsar un proceso de integración en distintas área de su vida. Frente a la perspectiva de negociar con distintos bloques del mundo, América latina no puede olvidar la importancia de actuar de consuno, más allá de lo que la propia integración significaría como adelanto en las condiciones generales de sus respectivos países. Bolívar decía: “Para nosotros la Patria es América.” Y agregaba: “Unidos seremos invencibles”. Martí, por su parte, propugnaba la necesidad de “una nave común para surcar el mar grandioso del porvenir”. Esa nave común es la integración.