Luis Bruschtein habla de periodismo

Entrevistas

El subdirector de Página 12 y periodista de larga y enjundiosa trayectoria en el medio conversó con Revista Cabal sobre su trabajo en distintas publicaciones a lo largo de las últimas décadas y reflexionó también acerca de la importancia que el poder hegemónico le otorga a la comunicación mediática en la batalla por imponer climas y ganar adhesiones en la sociedad. Y en el contexto de esta nueva realidad, se pregunta si el profesional puede ser independiente. Sus respuestas constituyen una parte sustancial de esta nota. 

    Asegura que la primera vez que hizo periodismo, antes de hacerse periodista en forma definitiva, fue a los 17 años, en la segunda mitad de los años setenta. Quería encontrar algún trabajo porque estaba en la universidad y necesitaba una entrada que le permitiera seguir estudiando. Y como había conocido a los mellizos Julio y Juan Carlos Algañaraz, dos profesionales muy conocidos por entonces, aprovechó la circunstancia y les pidió que le encargaran algo. Y como estaba haciendo el ingreso en la universidad, le pidieron que hiciera un informe sobre las materias filtro que existían en el curso de ingreso de las facultades para limitar el ingreso de alumnos. Ahora está en su despacho de subdirector de Página 12, cerca de una computadora, y se ríe al recordar aquel episodio: no sabía por entonces ni escribir a máquina y el informe lo presentó escrito a mano, con letra de imprenta.


     A los 22 años, recién salido de la conscripción, entró en una asociación, lo que hoy sería una ONG, que promovía el desarrollo demográfico en el sur y necesitaba periodistas que trabajaran en el tema. Más tarde, se incorporó a la revista Gente, de la mano de la excelente periodista Chiquita Constela, ya fallecida, y estuvo allí dos años. Empezó con algunos artículos de divulgación científica y terminó haciendo de todo menos política. No compartía para nada la filosofía de esa editorial, pero la gimnasia laboral allí dentro le enseño algunas cosas útiles del oficio. Siendo militante había repartido el periódico de la GGT de los Argentinos, donde Rodolfo Walsh publicaba en la contratapa ¿Quién mató a Rosendo? Y ese era el modelo que quería seguir, pero debía salir de Atlántida para que eso ocurriera. La oportunidad se presentó al ingresar en Prensa Latina en 1973. Allí estuvo hasta  1975 y siguió aprendiendo mucho del oficio con periodistas como Carlos María Gutiérrez y otros, además de trabajar en un lugar que era compatible con su forma de pensar. Mientras hacía esto, se encargaba de la prensa nacional de la Juventud Trabajadora Peronista y sacaba la revista La Justa y una página quincenal con distintas informaciones sobre lo que ocurría en la actividad sindical.       


      Luis Bruschtein es hijo de Laura Bonaparte, una de Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora), que falleció el año pasado, y sufrió junto a su madre la tragedia de tener a tres hermanos (dos mujeres y un varón) y a su padre desaparecidos. El atroz e irremediable golpe que deshizo a su familia nuclear y las amenazas de que él y su progenitora podían ser víctimas de la misma e irracional brutalidad dictatorial los obligó a exiliarse en México. Allí, en medio de las dificultades que siempre impone radicarse en una tierra con pautas culturales diferentes, logró sin embargo reiniciar su labor como periodista.   


     Estuvo, entre otras publicaciones, en la revista Supervivencia, dedicada a temas de ecología, y en el diario La jornada, que todavía se edita, y participó de la fundación de la FELAP, Federación Latinoamericana de Periodistas. Y, después de vivir un tiempo en Venezuela y Panamá, ingresó otra vez en México en el Conacip, equivalente en ese país de lo que aquí es el Conicet. En ese organismo trabajó como jefe de redacción en una revista que se llamaba Ciencia y Desarrollo. E hizo junto a Mempo Giardinelli un boletín para la cancillería mexicana. Volvió a la Argentina en 1984, ya con Raúl Alfonsín en el gobierno.
     Para quienes han seguido su trayectoria en esta etapa, su recorrido es más conocido.


Empezó trabajando en La Razón de Jacobo Timerman, cuando todavía era un diario vespertino. Largó como redactor en la sección Ciencia y Técnica, porque al ingresar ya estaban casi todos los equipos formados, pero al mes lo nombraron prosecretario de redacción. Fue una etapa ardua, según confiesa: el director lo hacía trabajar a destajo aprovechando su creatividad, que utilizaba para reformular el formato y estilo de todas las secciones del viejo diario que, como se recordará, salía hasta el ingreso de Timerman en tamaño sábana. Pero la labor tuvo su premio: cuando apareció el proceso a la Junta Militar, Timerman decidió sacar catorce páginas dedicadas a él.


Primero armó un equipo para esa cobertura pero no lo satisfizo. Entonces formó otro con los periodistas Martín Granovsky y Sergio Ciancaglini como cronistas y Luis como el editor. “Esa etapa de mi vida personal fue muy importante para mí en lo personal –reconoce Bruschtein-. No tenía expectativas en el alfonsinismo y que el presidente se decidiera a impulsar los juicios a los ex comandantes me pareció una medida política valiente. Y, en mi caso, que me pusieran como editor de las páginas que publicaba el diario que más atención le prestaba a ese hecho fue como una reivindicación, un reconocimiento a la dura experiencia que había atravesado en mi vida. Y recuerdo que al principio no podía escribir sobre esos temas porque no encontraba la distancia necesaria para hacerlo. Y la primera nota que pude redactar con tranquilidad fue cuando se dieron a conocer las condenas. Yo, que había pensado que no pasaría nada, valoré en ese instante el juicio y también a mi profesión como una herramienta que me había permitido intervenir en ese proceso. Era como sentir un desagravio.”


      Lo que siguió en su vida profesional fue Página 12, matutino en el que está casi desde el mismo comienzo. Llegó a los 20 días de haber aparecido el diario –no quiso hacerlo antes porque no estaba solucionado el conflicto gremial en La Razón y esperó hasta que hubiera una solución para los trabajadores- y desde entonces trabaja allí, tarea que combina con incursiones en la televisión y la radio. Página 12 sale desde mayo de 1987. Pasó por todas las etapas y reestructuraciones del diario, y aunque desde el comienzo trabajó como prosecretario en la sección Política, cumplió distintas funciones en otras áreas porque tratándose de un diario chico debía ayudar donde se lo necesitara.


Fue también jefe del suplemento cultural hasta antes de salir Radar y estuvo como responsable del cierre de las ediciones del diario. Desde el 2004 se hizo cargo de la subdirección. Antes que eso había publicado una revista cultural llamada Lezama, que desde sus inicios planteó la necesidad de dar un debate al discurso hegemónico que había instalado el neoliberalismo. Allí trabajaron José Pablo Feinmann, Horacio González, Nicolás Casullo, Atilio Borón, Aníbal Ford, Juan Sasturain y otros. La revista salía cada dos meses y después de un año y medio “se mancó”, dice Bruschtein. De todos modos, la suma de ocho páginas más al diario permitió que hubiera espacio para que muchos de los aportes a ese debate se hagan ahora desde Página 12.


      Le preguntamos a Luis que función ha cumplido desde su aparición Página 12 en el sistema de medios del país. “Personalmente –contesta- siempre entendí al diario como una publicación de contra-agenda. Después de Gente, me dije: si puedo no vuelvo más a un lugar así. Uno es periodista y se da cuenta como se maneja la información en función de determinados intereses. No creo en la ingenuidad de ningún periodista. Cada quien sabe a qué juega en esta profesión, que es un sitio muy sensible al juego del poder. Y así fue toda la vida, aunque el contexto fue cambiando mucho. En el marco de la Guerra Fría y de las dictaduras, el sistema de medios era mucho más cerrado, con fuerte censura interna y, paralelo a eso, había un mundo de prensa alternativa que tenía peso. Y los periodistas, en general, para parar la olla, trabajábamos en la prensa comercial y después, para decir lo que realmente pensábamos, lo hacíamos en el lugar que nos interesaba: la prensa alternativa.”


    ¿Qué pasó después de la Guerra Fría?, le volvemos a requerir. “Y vino la hegemonía brutal del neoliberalismo –sostiene-. Y con ello se instaló un discurso que creo ha confundido a mucha gente con la idea de que es posible desarrollar un periodismo aséptico, capaz de ser neutral. Como si esta profesión se pudiera practicar fuera de la sociedad, en una campana de cristal. Esta postura no tiene nada que ver con la realidad porque los periodistas no somos marcianos. Página 12 fue, sobre todo al comienzo, una mezcla de eso: de los que veníamos a hacer la contra-agenda de los medios del sistema y los que venían con la idea de hacer un periodismo nuevo, renovado, sin pensar en una agenda con sentido ideológico, sino mas bien de modernización. El que tenía más esta idea era Jorge Lanata. Creo que esa mezcla se fue luego decantando hasta que primó la primera postura. Hoy Página 12 ocupa un espacio en el sistema de medios: se vende a través de los quioscos y tiene una circulación que es más grande que lo que podría llamarse prensa alternativa. Su colocación varía entre un promedio de 30 mil en los cinco primeros días de la semana y en alrededor de 60 mil los sábados y domingos. Con eso está en el tercer puesto de los diarios nacionales, lejos todavía de Clarín, que bajó mucho su tirada (a unos 250 mil ejemplares) o La Nación.”   


    Respecto a la importancia que tenía la agenda de los diarios en los otros medios, Bruschtein piensa que ahora es menor que antes. “La televisión –comenta- no necesita explicar nada. Busca una idea y sobre ella pone todos los cañones y la difunde por todos lados. Es una idea, una imagen: chorros, lindo, buen culo, linchamientos y la envía con una potencia infernal en distintas direcciones. Y crea, sobre todo, climas. En esta sociedad los medios juegan un papel importante. Antes eran claves los militares porque constituían el verdadero partido de las clases dominantes y Estados Unidos se preocupaba mucho de tener escuelas de militares en América Latina para tener influencia sobre ellos, para formarlos en sus ideas. Ahora, con el desarrollo de la tecnología, los militares dejaron de ser tan importantes –no es que no lo sigan siendo- y se privilegia mucho la acción cultural que pueden ejercer los periodistas. En ese sentido, el trabajo de la CNN, y todo su esfuerzo por querer hacer aparecer al periodismo como un oficio neutral, desligado de las pasiones de la sociedad, y apto para ofrecer al público lo que necesita, demuestra la relevancia que tiene la información en esta sociedad y la que se le da a los periodistas que la suministran.”


   “El poder necesita ahora como instrumento de dominación el trabajo de los periodistas –continúa Bruschtein-. Antes la CIA era la rama más importante del espionaje que tenía Estados Unidos como país hegemónico y ahora el presupuesto que Washington le dedica a la Agencia Nacional de Seguridad, que es la que se encarga de espiar Internet y las redes virtuales, es el triple de lo que se lleva la CIA. Estados Unidos habla de la libertad de prensa, pero cuando revelan informaciones que ellos no desean que se difunda, mete preso a los responsables de esa filtración o los obliga a asilarse en otros países. Con lo que se demuestra que hoy la llamada dominación cultural es más importante que la militar, aunque no renuncian a ella. Para mantener el dominio económico lo cultural es decisivo. Eso queda expuesto hasta en las series televisivas, pero acá hay quienes se hacen los desentendidos y no lo reconocen. La serie House of Cards, que dicen mira el presidente Barack Obama, comienza con una operación mediática. Tiran abajo una reforma educativa progresista porque le filtran la información a un medio conservador que la conceptúa de ultraizquierdista y la derrumba. Y luego la mayor parte de las operaciones políticas son mediáticas. Por eso seguir manteniendo el discurso de la neutralidad me parece deshonesto y patético. En el caso de Jorge Lanata lo compraron para cumplir un papel fundamental en la disputa contra el gobierno. En realidad, siempre se hace periodismo expresando ideas, se es militante de una ideología.”


“La gente que compra el discurso de la neutralidad es la más ingenua –redondea el periodista-. Los demás lo hacen para defender su trabajo, ya que el 80 por ciento del mercado laboral está controlado por las corporaciones ligadas al poder. Y si querés decir allí algo distinto al discurso editorial de esas corporaciones, no trabajas. Y luego están los que militan, algunos por ideología, porque creen en lo que piensan, y otros hacen eso porque les pagan. ¿Y el discurso independiente dónde queda?, preguntan algunos. ¿Cómo se puede ser independiente si se trabaja en medios adscriptos o dependientes del discurso de determinados partidos o grupos de derecha? Es cierto que la información no se puede manejar como se maneja un partido político, la base que rige el periodismo es el derecho de los pueblos a estar informado. Entonces, en esa mecánica alguien puede tener una ideología, pero no debe ocultar la información y tiene que decir desde qué lugar está hablando. Yo no voy a decir que soy independiente. Voy a decir lo que pienso y cuando la gente con la que coincido hace las cosas mal lo digo. No se puede manejar la información de un medio como si fuera un partido político. La política se hace de otra forma que el trabajo en un medio. En cada cosa hay una dinámica específica, y lo específico de la información es el derecho de los pueblos, de las sociedades a ser informados. Entonces, no se puede mentir, inventar, aunque aquello que se cuente o informe se haga desde una óptica, desde una ideología. Por eso, en Página 12, si hay algún compañero que escribió en el diario y ahora desempeña un papel como diputado o un cargo político, si escribe lo hace identificando el lugar desde donde habla.”

                                                                                                     A.C.