Alejandro Sabella: en busca de la cima del mundo futbolístico

Deportes

Un perfil del director técnico de la Selección Argentina de fútbol.

La Argentina es un país con 40 millones de entrenadores. Es una frase instalada en el acervo cultural de una Nación que vive y respira fútbol los 365 días del año. Aplomado, tranquilo, respetuoso, trabajador y ganador, son algunos de los atributos que le permitieron a Alejandro Sabella meterse en el lugar donde todos quieren estar: la dirección técnica de la Selección Nacional. ¿Pero quién es realmente?, ¿Qué hay detrás del personaje público que todos creen conocer y poder juzgar?
Hijo de un ingeniero agrónomo y una maestra de escuela creció en el seno de una casa de clase media. “El primer auto que tuvimos fue un jeep, después un Renault 4”. Si bien recuerda que nunca necesitó trabajar, el entrenador que vivió su infancia en el barrio porteño de Palermo añade que “a comer afuera no íbamos nunca, la ropa en general la hacía mi mamá comprando telas, así que si bien no trabajé, tampoco sobraba”.


En la intersección de Vidt y Paraguay hizo sus primeras gambetas. “Era una cortadita y en esa época había pocos autos, pasaba el tranvía, y por eso vivíamos en la calle jugando al fútbol, en el empedrado, con la pelota pulpo, la de goma”. Por aquel entonces los juegos predilectos eran “el cabeza” o de vereda a vereda, los picados solo eran factibles cuando había más gente. “También había veces, que cuando estaba solo, jugaba a embocar la pelota en el balcón del primer piso, porque yo vivía en planta baja” supo comentar el seleccionador.
A los 5 años, junto a toda su familia, lo hicieron socio del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires y ese fue un hecho determinante para su vida deportiva. “Desde los 7 empecé a jugar en los campeonatos internos. Nuestro equipo estuvo como cinco años sin perder un partido”. Ir al club era un plan familiar al que jamás faltaban: “Ibamos sábado y domingo, era religioso. Y cuando terminábamos y nos bañábamos, como mi mamá se demoraba más tiempo en las duchas, con mi hermano y mi papá la esperábamos en el auto, y mientras tanto jugábamos”. Y agrega con aire nostálgico: “Mi viejo iluminaba el arco con las luces del auto, y ahí íbamos los tres: uno atajaba, otro tiraba centros y otro pateaba. Llegábamos a casa y nos teníamos que bañar de nuevo”.


Heredó el amor y la pasión por el fútbol de su papá. “Él jugaba en los campeonatos internos de GEBA, de 10 o de 11, le pegaba con las dos piernas”. Eso sí recordó en una reciente entrevista radial “no gambeteaba nunca y a mí me volvía loco, porque me encantaba tenerla y gambetear y entonces él me pedía que la largara. Jugó hasta muy viejito”.
El padre de un compañero del club por los años de infancia era amigo de un delegado de River y él fue quien insistió para que probara suerte en la entidad de Nuñez. “A mí me daba vergüenza, pero insistieron tanto que fui y me probé. Cuando me preguntaron la edad, por consejo de este padre, dije que era del 55, porque yo era chiquito de físico, aunque soy del ‘54”. Días más tarde cuando volvió a probarse, con Bruno Rodolfi “un histórico cinco de River”, recuerda que tuvo que decir la verdad y casi se muere de pudor pero como anduvo muy bien lo ficharon igual.


En aquellos años de incertidumbre el fútbol no era todo en su vida. Cuando terminó el colegio secundario probó con una carrera universitaria. “Estudié casi dos años en la UBA, en Figueroa Alcorta. Me iba bien, pero tuve que dejar cuando empecé en Primera. Si bien  me gustaba más la medicina me metí en abogacía porque podía estudiar en casa, con medicina era más difícil porque tenía muchas prácticas”. En paralelo a aquellos días, durante 1974, llegó un hecho que lo marcó: fue convocado para el Campeonato Sudamericano de Chile. La albiceleste finalizó cuarta luego de caer ante Brasil en semifinales y Paraguay en el encuentro por el tercer lugar. Pero ese no fue un torneo más en su vida, en dicho certamen se consolidó su porvenir como profesional y, además, apareció el mote de Pachorra.

 

“Marcelo Araujo me puso el apodo porque me gustaba dormir la siesta. Me gusta, en realidad, aunque ahora se me complica porque tengo muchas cosas en la cabeza. Pero Pachorra era por la siesta, no porque no corriera en la cancha, ¡eh!”, recordó en una entrevista a la Revista el Gráfico en el año 2009.
Luego de su paso en las inferiores de River Plate, donde fue siempre reconocido como un 10 clásico de "Los Millonarios", llegó la chance de jugar en primera división. Eran los tiempos del Beto Norberto Alonso, y sobre sus espaldas tenía una gran responsabilidad. Habilidoso e inteligente, formó parte del plantel de Ángel Labruna que ganó varios campeonatos, pero alternando en el primer equipo. En cuatro años llegó a disputar 118 partidos y convertir 11 goles hasta que en 1978 fue vendido al Sheffield United, de la Tercera División de Inglaterra. En poco tiempo su buena labor le permitió pasar a Leeds United, de la Primera categoría de la isla.


En diciembre de 1981 comenzó a buscar un club para retornar al país, y fue vendido a Estudiantes de La Plata. El trasfondo de aquella transferencia tuvo ribetes propios de las anécdotas que tienen a Carlos Bilardo como protagonista. El DT viajó con una suma escasa de dinero para repatriarlo pero así y todo se las ingenió. “Carlos fue con poca plata y me pidió algo prestado, si no recuerdo mal. Se la peleamos y se la lloramos bastante. Habíamos jugado un sábado, me acuerdo, después lo fui a buscar a la estación de tren, lo dejé en el hotel y el domingo a la mañana lo pasé a buscar y nos juntamos en Leeds con el manager y su asistente. Yo hacía de traductor. Carlos llevó unos recortes de diarios sobre la crisis económica que había en la Argentina y que Estudiantes estaba haciendo un gran esfuerzo. Y los convenció”.

De la mano de Bilardo, el equipo llegó a las semifinales del torneo Nacional de 1982 y luego, en el campeonato Metropolitano de ese mismo año, junto con Marcelo Trobbiani, el Bochal Ponce y Miguel Ángel Russo, formaría el sólido mediocampo del equipo de Pincha que ganó dos campeonatos y marcó una huella imborrable del paso de Sabella por la entidad platense.
Tiempo después de la gesta del equipo platense Bilardo se hizo cargo de la Selección Argentina. En ese contexto Sabella compitió por un lugar con Alonso, Ricardo Bochini, y jugadores más jóvenes como el Chino Tapia, Jorge Burruchaga y el mismo Diego Maradona. En aquella carrera competitiva jugó sólo cuatro veces para la albiceleste durante la Copa América 1983 y no logró ser convocado para el Mundial de 1986.


El cierre de su carrera, entre 1985 y 1986, lo encontró en Brasil jugando en el Gremio de Porto Alegre. Luego regresó a Estudiantes, pasó por Irapuato de México y terminó con un fugaz paso por Ferro Carril Oeste en 1988.
El retiro vino acompañado del pasaje a ser entrenador. En aquel arranque se desempeñó como ayudante de campo de su amigo Daniel Passarella. Formó parte del cuerpo técnico de River, la Selección Argentina, el Parma de Italia, la Selección de Uruguay, el Monterrey de México, y Corinthians de Brasil. Juntos en 2006 volvieron a River Plate en el Torneo Apertura de ese año donde fueron terceros. Aquella fue la última vez que acompañó a su amigo al que había conocido en el mismo club 30 años antes.
En 2009, Sabella adquirió la responsabilidad de dirigir a Estudiantes de La Plata, club con el que había sido campeón como jugador en la década del ’80 y con el que tiene una relación de profunda simbiosis. En su primera incursión como líder de grupo logró el máximo trofeo continental: la Copa Libertadores de América y, como si fuera poco, perdió ajustadamente con el Barcelona de Pep Guardiola y Messi en un ajustado 2 a 1 que se definió en tiempo suplementario con un gol de la Pulga.


Su paso por el León platense también le posibilitó quedarse con el Apertura 2010 y le permitió constituirse como el sucesor indiscutido del “Checho” Sergio Batista luego del fracaso futbolístico de la Copa América de 2011.
Desde su llegada a la Albiceleste dirigió en 23 partidos oficiales con 14 triunfos, 7 empates y 3 derrotas. 

 

Sereno, con la confianza que heredó de Labruna para inculcarle a un jugador, y con la dedicación, el esfuerzo y la sabiduría táctica que aprendió de Carlos Bilardo, Alejandro Sabella sigue trabajando en busca de un objetivo: meter a Argentina, tal como lo hizo su maestro, en la cima del mundo futbolístico.