Pasión en venta

Deportes

Qué pasa con los hinchas cuando sus clubes ceden a las presiones del mercado y renuncian a ellos mismos.

“La nostalgia será fuerte, pero es por el bien de la entidad. Ya verán lo contentos que se quedan”, dijo allá por 2007 Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid desde 2003 hasta la actualidad. Por entonces, la institución colchonera, la cervecera Mahou y el alcalde de la capital española Alberto Ruiz-Gallardón acababan de firmar un convenio por el cual los terrenos frente a la ribera del Manzanares donde se asienta tanto el estadio Vicente Calderón, propiedad del Aleti, como instalaciones de la empresa pasarían a formar parte de un plan de urbanización. Aunque en un principio se proyectaba 2010 como la fecha de comienzo de las obras, luego ese plazo se estiró hasta este año. A cambio, el club que hoy dirige Diego Simeone pasaría a ser propietario de La Peineta, un recinto de atletismo del Ayuntamiento que sería convertido en campo de fútbol y cedido tras la finalización del reacondicionamiento. Un estadio que, por otra parte, queda en la otra punta de la ciudad…

Para la dirigencia del club, la decisión de abandonar el mítico estadio inaugurado en 1966 se asentaba sobre la idea de que el Calderón había quedado “anticuado”. Enseguida, muchos aficionados tiraron la bronca. Algunos se nuclearon en Salvemos al Calderón, una plataforma desde la cual denunciaron el acuerdo tripartito por su “falta de transparencia”. Pero diez años después la frase de Cerezo muestra toda su fuerza premonitoria: los hinchas se fueron calmando y poco o nada ha podido verse de aquella furia inicial en el partido de despedida del estadio que se realizó el pasado 28 de mayo, con colchoneros de ayer y de hoy y con otras grandes glorias del fútbol. Tampoco había habido vestigios de resistencia una semana antes, cuando el Atlético jugó por los puntos frente al Bilbao con victoria 3-1 y gol final del argentino Ángel Correa, ni en la final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Alavés, último encuentro oficial en esa cancha. Y es que el tiempo todo lo cura se suele repetir ante cada adversidad de la vida, y es difícil contradecir esa máxima.

Pero el fútbol, deporte pasional si los hay, está lleno de historias parecidas. El “progreso”, que muchas veces adquiere la forma de operaciones inmobiliarias, no piensa demasiado en camisetas, balones ni hinchas. En Argentina, lo sabemos tanto o más que en España. Aquí, un recorrido por tres casos emblemáticos que nos han tocado bien de cerca.

Desterrados de Boedo. Aunque no son mucho los clubes argentinos que se pueden jactar de no haberse mudado jamás de estadio o de barrio, lo que le pasó a San Lorenzo con el Viejo Gasómetro ha superado cualquier otro suceso de esa índole. Cómo terminó el predio en manos de un supermercado es una historia que genera controversia, incluso entre los mismos hinchas del club. Para algunos podría considerarse como un anexo de la historia más siniestra que nos tocó vivir a los argentinos, ya que en la trama de su venta, demolición y posterior venta de los terrenos a Carrefour estaría la mano dura de Osvaldo Cacciatore, intendente de la ciudad de Buenos Aires durante el último gobierno de facto. Para otros, solo se trató de una venta motivada por las deudas y las malas gestiones dirigenciales. Como sea, el último partido en el “Wembley” porteño se disputó el 2 de diciembre de 1979. Cuatro años más tarde Carrefour compró el terreno, en 1984 el estadio fue tirado abajo y un año después abría sus puertas el primer hipermercado de la cadena francesa. La pasión azulgrana sin embargo no se achicó. Fuente de burlas por parte de sus rivales más tradicionales, San Lorenzo inauguró su nuevo estadio finalmente en diciembre de 1993. Casi 40 años después de aquel partido final, la institución ya firmó con Carrefour el boleto de compra-venta de los terrenos donde estaba el Viejo Gasómetro para volver a reconstruir ahí su verdadera casa.

El día que Racing dejó de existir. Cuando San Lorenzo vendió los terrenos donde estaba su estadio el club atravesaba la peor crisis de su historia, que en lo deportivo se plasmó en 1981 con el descenso a la Primera B. Era el primer grande al que le pasaba. Dos años después esa catástrofe emocional le tocó a Racing. Sin embargo, en el caso de la Academia su hora más aciaga en lo institucional llegaría 15 años después. “Racing ha dejado de existir”, dijo el 4 de marzo de 1999 la síndico Liliana Ripoll y todo el mundo del fútbol se miró incrédulo. ¿Significaba esa declaración que ya no habría un Racing compitiendo en el certamen o solo se trataba de una compleja y confusa figura jurídica? En un primer momento, la primera opción parecía ser más cierta: el club no pudo arrancar el Torneo Clausura 1999. Enseguida los hinchas se congregaron en la puerta de la sede para impedir el cierre. Fue el día que el ex presidente del club Daniel Lalín, quien había pedido la quiebra en julio de 1998, recibió el golpe de un redoblante en su cara. Rápidamente, la Cámara de Apelaciones de La Plata amplió el fallo sobre el cese de actividades y aclaró que el club podía disputar el certamen mientras se ordenaba la liquidación de sus bienes. Cuando al poco tiempo martilleros se acercaron a la sede de Villa del Parque para rematarla fueron echados por hinchas que habían tomado el lugar. Finalmente, Racing pudo resucitar con el aval de quienes lo habían llevado a la quiebra. El fútbol de la entidad fue gerenciado y se le dio un plazo de diez años para normalizar la situación. El 18 de diciembre de 2008 el juez Enrique Gorostegui firmó la resolución que permitió el levantamiento de la quiebra. Pero Racing había vuelto a vivir mucho antes.

Penurias barriales. La problemática de los clubes de barrio fue muy bien retratada hace casi 15 años por la película de José María Campanella Luna de Avellaneda. Allí, un club social, deportivo y cultural fundado en la década del 40 y con un pasado de esplendor sufre una gran crisis que pone en riesgo su existencia. En su caso, el “progreso” tiene la cara de un casino que pretende quedarse con el predio. Las políticas que en las últimas décadas fueron promoviendo una mercantilización extrema tuvieron consecuencias devastadoras en los sectores medios y pobres. Los clubes de barrio, con una lógica solidaria y tan a contramano de estos tiempos, se han visto muchas veces perjudicados por el camino que ha tomado este mundo globalizado. Pero no siempre está el fantasma inmobiliario acechando a estas viejas instituciones. Aunque en algún momento se barajó que donde está el famoso Club Parque del barrio porteño de Villa del Parque se construirían edificios, en su caso se trató más de una depredación deportiva. Fundado en 1949 frente a la plaza Aristóbulo del Valle, este club de fútbol infantil ha dado una larguísima cantidad de cracks al fútbol argentino: Fernando Redondo, Juan Román Riquelme, Carlos Tevez, Esteban Cambiasso y Juan Pablo Sorín solo una pequeñísima parte de los ídolos que se formaron allí en la calle Marcos Sastre. Diego Maradona, incluso, llegó a representar al club, aunque lo hizo durante una suspensión y no puede considerarse fruto de ese inagotable semillero. Si bien la sede de Parque está geográficamente más cerca de All Boys que de Argentinos Juniors, la mayoría de los chicos que se destacaban terminaron en el Bicho de La Paternal. Todo se empezó a degenerar cuando apareció Boca en la escena. En la segunda mitad de la década del 90, cuando Mauricio Macri asumió como presidente xeneize, ambas entidades firmaron un convenio: Boca se aseguraba el drenaje de cracks hacia sus divisiones inferiores a cambio de una cuota mensual y un 5 por ciento de la venta de los futbolistas surgidos allí. Para el Club Parque era una gran forma de solventarse. Cuando cobraron unos 800 mil dólares por el traspaso de Fernando Gago al Real Madrid sintieron que todo funcionaba de maravillas. Y así fue como la institución encaró inversiones para mejorar sus instalaciones. Hasta que Boca, ya con Daniel Angelici, primero dilató pagos y luego terminó cancelando el contrato en 2012. Las obras en marcha quedaron por la mitad y el club debió cerrar. Pero como en el cine, en la vida real también aparecen héroes. Para el Club Parque fue el ex jugador César La Paglia, también formado allí y parte del paquete de futbolistas que Boca le compró a Argentinos en el que estaba Riquelme. El Leche ofició de nexo entre el club y un grupo empresario gerenciador para que se terminaran las obras. El final fue feliz: desde la última semana de mayo Parque volvió a vivir.