Scola: el gran capitán

Deportes

A días de haberse conmemorado el noveno aniversario del logro deportivo más importante de una selección argentina a nivel colectivo, el Oro en Atenas 2004, el representativo de básquet vuelve a instalarse, como cada vez que compite, en la agenda deportiva mediática. Los ojos de los amantes de la celeste y blanca se han posado, en su participación en el Pre-Mundial de Caracas y, más que nunca, en los de su capitán: Luis Alberto Scola.

“Luifa”, como algunos relatores lo llaman en la actualidad, nació el 30 de abril de 1980 en Capital Federal. Junto a sus padres, Mario y Alicia, y sus hermanas, Silvina y María Elena, vivió los primeros 4 años de su vida en el barrio de Floresta.  Luego fue en Martín Coronado donde se crió e hizo sus primeras bandejas. Allí en el noroeste del gran Buenos Aires vivió toda su infancia y gran parte de su adolescencia, en ese barrio de trabajadores empezó a forjarse el jugador de básquet.

Desde muy chico estuvo en contacto con el deporte dado que sus padres, sus hermanas, sus tíos y algunos de sus primos, practicaban distintas disciplinas deportivas. Como todo niño en la Argentina tuvo una primera experiencia ligada al fútbol, pero no lo convenció. Sus cualidades físicas y “la dificultad para conformarlo” como añade su mamá, para ese entonces, lo postergaron al arco y eso derivó en una salida inminente.

“Lui”, apodo impuesto por sus amigos del colegio, heredó el amor por el básquet de su papá. Desde muy pequeño tuvo en claro que para poder llegar a cumplir su sueño de jugar en la Selección Argentina y en la NBA, mercado inalcanzable para cualquier argentino en las décadas del ’80 y ’90, debería hacer muchos esfuerzos infrecuentes para su edad. En lugar de comenzar a jugar al básquet en el club del barrio, donde iban muchos de sus amigos, eligió el club Ciudad de Buenos Aires para formarse como basquetbolista y este no es un dato menor. “Desde los 7 a los 14 años mi vieja me traía en un Citroën rojo que tenía hasta el club, se sentaba y me esperaba”, recuerda el máximo goleador albiceleste. El sacrificio comenzaba a ser una palabra recurrente en su vida.

Siempre contó con el apoyo incondicional de sus padres. Para Mario, ex jugador de Ferro, proyectar su pasado en el futuro prominente de su hijo se transformó en una sana obsesión al punto que el “número 4 en la espalda es una herencia directa” de él, reconoció el propio Luis. A los 11 años, aun con edad de Mini, volcaba la pelota con facilidad, y “en un partido el árbitro se acercó a su DT y le pidió que deje de hacerlo porque era una cargada a los rivales” recuerda Adriano Amasino, quien fue su primer entrenador, en una entrevista televisiva. El propio formador alegó que “Luis no cargaba a los rivales sino que como era un competidor nato, siempre jugaba al máximo”.

A los 13 años su talento lo proyectaba para grandes cosas por lo que decidió dejar “ese mundo familiar y de contención con una infraestructura espectacular pero sin roce en alta competencia” del Club Ciudad de Buenos Aires y se mudó a Ferro, el club donde su viejo supo jugar profesionalmente años atrás. De pequeño siempre le hicieron saber acerca de la importancia que tenía terminar el secundario, es por eso que pese a jugar como profesional para el “Verde” de Caballito en la Liga Nacional desde los 15 años –León Najnudel lo puso en primera- Luis terminó 5º año junto a sus compañeros de toda la vida. Eso sí, no pudo  ir con ellos al viaje de egresados ya que tenía que afrontar distintos compromisos con el club. Esto sin duda que fue una gran desilusión para él, pero tenía claro que para llegar lejos debía resignar muchas cosas.

A los 18 años se fue a vivir solo a España. El poderoso Tau Cerámica de Victoria, dueño de su pase, lo cedió para que se foguee al Cabitel Gijón. El primer año seguramente fue el más difícil de su carrera pero quizá el más importante, ya que le sirvió “para crecer como jugador pero por sobre todas las cosas como persona”. Estando tan lejos y tan solo, recibía visitas de familiares y amigos pero eran muy espaciadas, no le quedó otra opción que madurar de golpe y terminó de forjar el carácter que hoy lo caracteriza tanto, especifica en su sitio web.

En su primer año en el Gijón se ganó un lugar importante en el equipo y consiguió ascender a la Liga ACB. Por lo que ante los resultados alcanzados y el progreso individual, cumplió el primero de sus sueños: jugar para la Selección Argentina. Desde muy joven jugaba en los seleccionados juveniles pero él, como todo grande, necesitaba llegar a la mayor y Julio Lamas, DT argentino por entonces, lo convocó para el sudamericano del ‘99 en Bahía Blanca.

La temporada ‘99/’00 lo catapultó como el extranjero más joven en debutar en la máxima división del básquet español y fue clave para que el Gijón mantuviera la categoría. Al año siguiente pasó al Tau y de a poco se fue ganando un lugar en el equipo y, más que nada, en el corazón de los hinchas, que a causa de su entrega, lo adoptaron como a uno de sus ídolos.


Jugó siete temporadas en el equipo Vasco. Su gestión fue clave para que el club mantuviera un nivel altísimo, y consiguiera gran cantidad de títulos entre los que se destaca la Liga ACB 01-02. La Euroliga fue la única cuenta pendiente que le quedó en su paso por España, si bien llegó a la final en dos oportunidades no pudo ganar el máximo título del viejo continente.

Los logros europeos de Luis se vieron opacados por lo que alcanzó con la selección nacional. Como baluarte indiscutido de una generación que marcó un antes y un después en el deporte argentino, fue sub campeón del mundo en Indianápolis 2002 y campeón olímpico en Atenas 2004. Ese título en Grecia, con triunfo incluido al equipo norteamericano en semifinales,  fue el principal detonante para que “Luifa” pueda acercarse a cumplir su segunda gran meta: jugar en la liga más competitiva del planeta.

“Caminábamos en la previa del partido por la Villa Olímpica y el tema recurrente era que se había instalado la idea que él saltaba poco y por eso no iba a tener chances en la NBA”, recordó su amigo y compañero Gabriel Fernández. Scola esa noche puso las cosas en su lugar y le demostró al mundo que sí podía. Fue la gran figura de la albiceleste para eliminar al “Dream Team” y su volcada en la cara de Richard Jefferson, con un festejo que simboliza una medalla, quedará en los anales del deporte argentino. El salto del pibe que jugaba de chico en el patio de Martín Coronado, sin dudas, le tapó la boca a unos cuantos.

A mediados de 2007, luego de 12 años como profesional, logró cumplir el sueño de jugar en la NBA: Houston Rocktes fue su primer hogar en la gran liga. Fueron seis temporadas donde fue de menor a mayor hasta convertirse en referente del equipo. La temporada pasada buscó un cambio de aire que lo llevó a Arizona a jugar en Phoenix Suns, en lo que fue un año de transición dentro de un equipo donde no se alcanzaron los objetivos esperados. Para la 2013/2014 lo espera un nuevo desafío: ser parte de las filas de Indiana Pacers, el equipo sensación del año pasado.

Pero para enfocarse en la temporada de la NBA que se avecina aún resta tiempo. Es sabido que el paso de los calendarios ha ido obligando a algunos referentes históricos de la generación dorada a seleccionar sus participaciones, pero el capitán siempre está y el Pre-Mundial 2013 no ha sido la excepción: “Estoy siempre en la selección porque me encanta jugar este tipo de torneos, porque me hace muy mal estar parado  y esto me permite trabajar siempre los puntos a mejorar”, le dijo Scola al periodista José Montesano a horas de comenzar la competencia en Caracas.

Para Scola “la del 2004 es una medalla que se va a recordar como el Mundial del ’50” pero no se detiene a pensar en eso. “Aún sigo compitiendo y sería limitarme. Seguramente con los años pueda empezar a tomar dimensión de lo conseguido”, y esa es una gran noticia. Hay capitán para rato.