Sergio Romero: el dueño del arco argentino

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Sabella, Batista y Maradona lo eligieron para que sea el arquero albiceleste. Su potencia de piernas y capacidad atlética lo han potenciado cómo un arquero de talla internacional a la altura de los mejores del mundo. A pesar de no tener continuidad en el Mónaco francés parece ser el hombre que por segundo campeonato consecutivo tendrá la responsabilidad de ser el “uno argentino”. Sergio Romero, el guardián del arco.

“Dele Ramón, ¿por qué no me trae al más chico? Que es un fenómeno con el aro”, pedía Enrique Tolcachier, reconocido entrenador del básquet argentino, a Ramón Romero, padre de Sergio, cada vez que se lo cruzaba en los pasillos del club Gimnasia y Esgrima de Comodoro Rivadavia. Corría el año 2003 y el actual arquero de la Selección Argentina  estaba dando sus primeros pasos en Racing como futbolista, pero extrañaba a la familia y la idea de volver a estar cerca de los suyos casi lo aleja definitivamente de la práctica del deporte que años después lo haría conocido. “Mi viejo me comentó lo que le había dicho Tolcachier y me dejó dudando. Le dije que me volvía y Betty, mi mamá, agarró enseguida. Pero mi papá me aconsejaba que lo pensara bien y me recalcaba que estaba en un club grande, que tenía futuro en el fútbol, que ya había dado el paso más difícil. Estuve una semana debatiéndome entre el sí y el no, y al final me quedé”, confesó alguna vez el arquero sobre ese momento clave para su carrera.


La historia comenzó el 22 de febrero de 1987, cuando Sergio Germán Romero nació en Bernardo de Irigoyen, un pueblo de Misiones. Hijo de Ramón, militar de carrera, y Betty, fue el último en llegar a una familia que ya tenía otros tres hijos varones.

 

Rodeado de tierra colorada y bellos ríos, el menor de los Romero pasó sus primeros años en el norte del país sin tener muy claro que puesto quería ocupar dentro de la cancha. “De chico miraba a mi hermano Diego, que tenía sus guantes, su buzo y yo le pedía que me pateara a cada rato. Pero también me encantaba tirarme al piso y barrer la pelota o llevarme puesta alguna pierna también. Cuando me aburría en el arco pedía jugar de otra cosa”, recordó sobre la indecisión que lo invadía cuando apenas tenía ocho. De todos modos, fue poco el tiempo que tuvo para dudar, porque un año después la familia se fue a Chubut y con ese cambio llegó una práctica más formal del deporte.
Desde Misiones, una de las provincias más húmedas del país, recorrieron casi 3.000 kilómetros para instalarse definitivamente en Comodoro Rivadavia, uno de los puntos con más viento de todo el territorio nacional. El traslado se debió al fin de la carrera militar del jefe de la familia, quien se formó en Buenos Aires, fue asignado originalmente a Chubut, donde conoció a su esposa, luego fue ubicado en Bernardo de Irigoyen, al otro extremo de la patria, y al momento del retiro eligió volver al Sur para que Betty pueda estar más cerca de su madre, la abuela de los cuatro chicos. Para ese entonces, Sergio tenía 9 años y todavía no había comenzado a jugar en ningún lado. Sin embargo, no faltaba mucho para que la Comisión de Actividades Infantiles, más conocida como la CAI, lo sumara a sus filas.


Rosa Guaymas era la directora técnica de Almirante Brown de Comodoro, un club de fútbol sala de la zona, y también era la mamá de uno de los amigos de Sergio. Ella fue quien lo invitó a tener su primera experiencia como arquero. Resulta que al equipo le faltaba quien se pusiera bajo los tres palos y Checho, apodo con el que era conocido de pequeño, aceptó el desafío.  Tan buena fue su actuación en el primer partido del torneo organizado por el club Jorge Newbery que Rubén Díaz Paris, un representante de la CAI, se le acercó para decirle que las puertas del club estaban abiertas para que vaya a probarse. El joven guardavalla de tan solo 10 años nuevamente aceptó el ofrecimiento y apenas unas semanas después ya estaba formalmente inscripto en uno de los participantes del Torneo Argentino A.


Fueron cinco años en la Comisión y un sinfín de recuerdos que aún hoy permanecen en la memoria. “En la CAI viví gran parte de mi infancia, tanto en la vida personal como en el fútbol. Fueron años en los que aprendí mucho de Alberto Bellido, Mario Amado, el Gato Monteccino, Hugo Doria, Oscar Núñez y el Mono Pérez, entre otros. Siempre los recuerdo porque las cosas que me dijeron o me enseñaron las sigo poniendo en práctica”, confesó Chiquito, quien se ganó su nuevo apodo porque aun midiendo 1.91 siempre estuvo por debajo de Oscar (1.94), Marcos (1.95) y Diego (2.08), sus tres hermanos.  En 2003 viajó a Buenos Aires para jugar contra Racing y la historia que se había dado después de aquel partido con Almirante volvió a repetirse, porque luego de una buena actuación que impresionó a la gente de la Academia le ofrecieron quedarse y nuevamente respondió favorablemente a pesar de que su madre no estaba muy de acuerdo.


Las primeras semanas no fueron fáciles, pero el apoyo de su padre resultó clave para que lograra asentarse en el arco de la sexta división del club de Avellaneda. Permaneció allí un año, hasta que Ubaldo Matildo Fillol, técnico de la primera división en ese entonces, empezó a entrenar por tandas con los arqueros juveniles. “Nene, agarra tu ropa, los guantes, todo lo que tenés en el micro y raja a la quinta de Marín porque a Fillol le falta un arquero”, le dijo Guillermo Rivarola, DT de un selectivo del club, mientras hacía la entrada en calor como cualquier día normal. Al llegar, se encontró con Emilio Commisso, el manager, quien le explicó que en realidad no lo necesitaban solo por ese día, sino que los arqueros más jóvenes estaban trabajando por quincenas con el plantel profesional para adaptarse. Romero no se fue más, aunque el primer día el Pato Fillol le hizo notar que para llegar tendría que estar hasta en el detalle más pequeño: “Lo primero que me dijo es que tenía mal atado los botines, porque al llevar los cordones para arriba me hacía perder precisión en la pegada. Nos miraba de reojo siempre y cada vez que hacía algo mal me lo marcaba”.


Desde ese momento todo comenzó a sucederse con gran velocidad. En el año 2005 se sentó en el banco de suplentes por primera vez y en 2006 firmó su primer contrato como profesional. El 11 de febrero de 2007 debutó como titular en el empate 1-1 con Nueva Chicago y ese mismo año partió hacia Holanda para continuar su incipiente carrera en el AZ Alkmaar. Atajó allí durante la temporada 2008-2009 y fue parte del equipo que ganó el título tras 28 años sin conseguirlo. Además, estuvo 955 minutos sin recibir goles y quedó a solo 107 del récord de invulnerabilidad de toda la historia de la liga, conseguido en 1971. También vivió momentos poco felices, como cuando perdió en cuartos de final de la Copa de Francia con el NAC Breda y por no pegarle a un compañero con el que estaba enojado por los errores cometidos le terminó pegando a la pared del vestuario y se rompió la mano. En esa situación apareció Diego Maradona, con quien había compartido entrenamientos en la Selección y posteriormente lo llevaría al mundial de Sudáfrica 2010, para aconsejarlo con su particular estilo: “A estas dos (por las manos) cuídalas, no seas boludo, son tus herramientas de trabajo. Que no se te vuelva a escapar la tortuga”.   De Holanda se fue a Italia, donde fue parte importante del ascenso de la Sampdoria y luego recaló en el Mónaco francés, donde le está costando tener continuidad por primera vez en su trayectoria. Todo esto sin dejar de lado la selección, donde logró la medalla de oro en los juegos olímpicos de Beijing 2008.


Hoy, 17 años después de su primer partido en Comodoro Rivadavia, cabe preguntarse qué hubiese pasado si Ramón cedía al insistente pedido de Tolcachier para que juegue al básquet. Lo cierto es que eligió el fútbol y con el correr del tiempo se ganó el respaldo de grandes entrenadores como Ubaldo Fillol, Louis Van Gaal, Alfio Basile, Diego Maradona y actualmente Alejandro Sabella, quien deposita en sus manos la responsabilidad del arco del seleccionado argentino para el próximo mundial, sector que seguramente defenderá con las mismas ganas que jugaba en su Misiones natal y que hicieron de Chiquito un gigante del fútbol mundial.