Rubem Fonseca, Cuentos completos 2

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Uno de los libros recomendados de este mes es Rubem Fonseca Cuentos completos 2 publicado por Editorial Tusquets

Vivimos en sociedades seducidas por los slogans de la publicidad o las ideas de fácil y grata digestión. Un mundo con millones de personas que aceptan sin ninguna resistencia las noticias y mensajes que los medios de comunicación fabrican para ocultar la realidad de todos los días, mucho más siniestra y dolorosa de lo que solemos suponer. Durante toda la vida, la imagen popular de Brasil era la de un país divertido y bochinchero, siempre dispuesto a vivir al son de sus fiestas o carnavales interminables. Y es verdad que este rasgo, considerado como una señal cultural distintiva del país, siempre tuvo más prensa –por razones obvias- que el otro costado aciago, que también acompañaba la realidad del país: la pobreza, el racismo de clase y la violencia que asuela las calles y barrios de sus ciudades. Toda América Latina ha soportado en su historia una operación de ocultamiento de sus males. Conocidos, pero sin que se les prestara la suficiente atención –salvo durante los gobiernos de Lula-, fueron pocos los que advirtieron en el mundo del progresismo que en ese caldo de cultivo de marginación, hambre y desprecio podría engendrar el cúmulo de sentimientos de resentimiento, desesperación y hastío que llevarían a aupar en el gobierno a un fenómeno regresivo como el del bolsonarismo, una trágica encrucijada histórica de Brasil que, hacia adentro de su territorio en América Latina en especial, ha prendido las luces de alarma de todos aquellos sectores que repudian el neoliberalismo. Los únicos que parecieron entender todo lo que se podía hacer con aquella rabia fueron los propios victimarios de la propia derecha, responsables únicos de aquella situación de atraso histórica. Paradojas de esta contemporaneidad que son difíciles de entender pero que conviven con nosotros.
       
Tal vez en entre los pocos que no se debe haber sorprendido demasiado sobre lo que podía suceder en su país esté Rubem Fonseca, el gran escritor nacido en Minas Gerais en 1925, pero residente habitual desde hace décadas de Río de Janeiro, en una vida que ya ha tocado los 94 años. Toda la literatura que este artista, que empieza a conocerse por 1963 con la publicación de Los prisioneros, es la descripción antitética de ese país exótico y colorido que el marketing difunde, una descripción que se desarrolla, en especial, en los escenarios cariocas y lejos de las playas doradas a las que viajan los turistas con poder adquisitivo. Una ciudad, Río, donde el sol calienta bien para la gente adinerada, pero no aparece para miles y miles de  enterrados en la pobreza vil y que tienen que delinquir como una salida casi inevitable para sobrevivir, cuando sobreviven. Una ciudad en la que matar puede llegar a ser una profesión seria y la venganza una pasión respetable. El realismo sucio o visceral, como también se lo ha llamado al que practica Fonseca, ha descrito como pocos esa violencia rencorosa y profunda de su país, que es también la de América Latina.
        
Los cuentos completos de Fonseca, cuyos tomos 1 y 2 publicó Tusquets en los últimos meses, luego de haber dado a conocer una antología estupenda denominada Historias cortas en marzo de 2018, ya comentadas en esta columna, reúne los trabajos de 35 años de labor literaria. Erróneamente este autor ha sido a veces considerado como un escritor policial, pero no hay más que recorrer sus páginas para descubrir que su estilo depurado y seco es el de un enorme creador, uno de los mejores de las letras brasileras como han coincidido en señalarlo infinidad de críticos. Es verdad que muchos de sus relatos tienen trama policial, un género que Fonseca conoce como pocos y no solo en su país. Resulta, además, que trabajó durante mucho tiempo como investigador policial y abogado y tiene una visión exhaustiva de ese mundo del hampa y los bajos fondos delincuenciales, que le viene de aquella profesión y que le ha servido para escribir páginas brillantes. En esas páginas, y a través de una prosa dura y sin remilgos, pero que no renuncia nunca al humor mordaz, la fluidez de estilo y la búsqueda de atención entretenida el lector, lo que se refleja es un universo de degradación, locura y corrosión de las costumbres que realmente hiere lo más profundo del tejido social de su nación. No por nada, Fonseca ha sido un autor faro para muchas generaciones de escritores posteriores a él en Brasil.
     
El volumen uno de los cuentos completos incluyen sus primeros libros, los que van de 1969 a 1979: Los prisioneros, El collar del perro, Lúcia McCartney, Feliz Año Nuevo y El cobrador.  En el tomo dos, incluye Novela negra y otras historias (1992), El agujero en la pared (1995), Historias de amor (1997), Del fondo del mundo prostituto solo amores guardé para mi puro (1997) y Cofradía de las Espadas (1998). Solo por mencionar dos ejemplos, hay dos textos imperdibles en el volumen dos que el lector leerá sin poder renunciar hasta llegar su punto final: Novela negra, un cuento magnífico que, a la vez que una clase magistral sobre literatura policial (en un encuentro de escritores y editores, varios de estos teorizan sobre las distintas corrientes de ese género), es la incursión por un pequeño universo de asesinatos tramados y ejecutados por un autor que asume la identidad de otro, en medio de la sosegada y elegante atmósfera de ese simposio. El otro es Del fondo del mundo prostituto solo amores guardé para mi puro (título tomado de El poema del fraile, de Alvares de Azevedo), en alguna medida una curiosidad de esta selección porque no es un cuento sino una novela de Fonseca, que tiene como uno de los protagonistas a su famoso detective Mandrake. Otra verdadera joya.
        
Una anécdota final para ver hasta qué punto, la literatura de Fonseca pone los pelos de punta de las buenas conciencias brasileras que preferirían que no se escriba de los temas que abundan en la obra del escritor. En 1977, durante la dictadura militar del general  Ernesto Geisel, se secuestraron 36 mil copias de los libros de Fonseca con el argumento, ofrecido por el Ministerio de Justicia, de que retrataba “en su casi totalidad personajes cargados de complejos, vicios y tareas, con el propósito de ilustrar una oscura de la sociedad, basada en la delincuencia, el soborno, el latrocinio…” Fonseca respondió a esta censura e inició un juicio contra el Estado, que terminó ganando. Los dictadores de entonces se fueron, pero ahora volvió la lacra que dejó su herencia. Que no digan que Fonseca no lo había advertido, sin levantar el dedo ni bajar línea. Simplemente, narrando ese universo oscuro y disolvente en el mejor estilo de un Hammet actual, con su propia voz y personalidad, desde luego.