Salón, lágrimas y deseo

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Hija de un estadounidense y una mexicana, a la hora de la creatividad y la expresión artística Ana Lila Downs Sánchez recurre mucho más a su ADN latinoamericano que al anglosajón. Aunque cantó y grabó en inglés, su búsqueda musical está cada vez más dirigida a sus raíces maternas. En Salón, lágrimas y deseo, su décimo segundo disco de estudio, bucea en la tradición de los ritmos de México y alrededores, incluso en géneros que mayormente no había abordado, como el bolero, aunque al mismo tiempo se muestra contemporánea y, de algún modo, feminista, lo que coloca al álbum en un lugar incómodo para las clasificaciones absolutas.

Así, por un lado ofrece sus versiones de temas románticos como Palabras de mujer y Piensa en mí, del gran Agustín Lara; de La mentira (Se te olvida) y Seguiré mi viaje, del no menos grande Álvaro Carrillo; de Un mundo raro, de José Alfredo Jiménez, a dúo con Diego El Cigala, y del son huastero El querreque, de Rolando Hernández. Mientras que por el otro deja por escrito, de puño y letra, sus opiniones y fortalezas, en esa sociedad familiar y artística que desde hace casi treinta años conserva con el músico Paul Cohen, que le pone música a casi todas sus palabras. Algo de todo esto —que implica un cambio o, mejor, un mayor énfasis en la lucha por los derechos de la mujer en un país atravesado por la violencia en general y por los femicidios en particular— había empezado a esbozar en su anterior Balas y chocolate.

Parte de ese contenido aparece en el primer corte de difusión del disco, Peligrosa, una suerte de blues que incluye al final una segunda versión, a dúo con Mon Laferte: “Dicen que yo soy peligrosa/ Que yo soy dolorosa/ Porque quiero vivir así/ Dicen que yo soy enjundiosa/ Caprichosa y hermosa/ Que no puedo seguir así/ Te digo que sí soy peligrosa/ Sí soy desdeñosa/ Porque te quiero para mí/ Sí soy afanosa/ Intrépida, costosa/ Que quiero lo bueno para mí”. También en Tus pencas (“Deseo que vayas conmigo/ Y que me acompañes/ Deseo que tú te me acerques y roces mi piel/ Deseo decirte que sueño yo mucho contigo/ Y cuando subas a mi cuarto te quiero decir:/ Antojo de hombre, así como estás/ Antojo, que la luna ya está menguante/ Yo quiero raspar contigo este maguey/ Yo quiero agua de estas pencas que son plenas/ Mi aliento es la nube que flota a la costa/ Soy ríos y montes sobre de la tierra/ La espuma en mi rostro/ Soy libre y soy mujer para beberte”). O en Envidia, una especie de ranchera que grabó con Andrés Calamaro: “Ya no me tapas esta vez/ Ya somos muchos/ Porque yo tengo lo que tú quisieras ser/ Ya no me tienes ahí debajo y escondida/ Ya no me insultas porque tienes el poder/ Ya no me escondes en el clóset de tu casa/ Que no te debo muchas horas de placer/ Es más, tú sí/ Tú sí me debes/ Todos mis años/ Mis mejores me quitaste/ ¿Dónde se fueron?/ ¿Dónde se fueron las promesas del ayer?/ Envidia/ Tú me tienes mucha envidia/ Porque soy todas las cosas/ Que tú quieres para ti/ Horas y horas acabándome por ti/ Ya no seré la que se agacha y se calla/ A mí se me respeta/ Lakota, Inca, Azteca, Mapuche, Maya/ Mi herencia es una advertencia/ El mundo no se acaba porque yo no lo permito/ Yo soy las lágrimas en esta piedra/ Y danzaré este ritmo a la Madre Tierra”.

                                                                                                        Oscar Finkelstein

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