Amor de película

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Amor de película. Autor y director: Héctor Díaz. Elenco: Gerardo Chendo, Rubén de la Torre, Javier Niklison, María Inés Sancerni y Luli Torn. Escenografía: Alicia Leloutre, José Escobar y Julieta Kompel. Iluminación: Julieta Kompel. Vestuario: Jam Monti y Betina Andrease. Jueves a las 21 horas. En el Espacio Callejón, Humahuaca 3759.

Teatro Líquido es un laboratorio creativo de interacción autoral. Formado a sugerencia del dramaturgo y director Javier Daulte, actual dueño del Espacio Callejón, surgió de la idea de que un colectivo de directores, actores y autores pudieran escribir en forma autónoma distintas obras y luego ponerlas en escena, pero con la posibilidad, durante su proceso de elaboración, de acercar ese material al grupo –en general artistas de su círculo, admirados y respetados por ello- para hacer consultas y recibir lecturas, miradas y análisis de esos pares que puedan enriquecer el avance del trabajo. El colectivo se constituyó en este caso con Javier Dalte, Silvia Gómez Giusto, Héctor Díaz y las hermanas Paula y María Marull. La primera pieza estrenada    –todas lo hacen en ese teatro de Humahuaca 3759- fue Cuerpo salvaje, de la dramaturga y directora Silvia Gómez Giusto. El segundo texto que se dio a conocer y que comentaremos en esta columna- se mostró en marzo y fue Amor de película, del actor, director y ahora autor, Héctor Díaz. Luego se presentó Valeria radioactiva de Javier Daulte y en los próximos días se representarán La mujer invisible y La oportunidad, de María y Paula Marull respectivamente.
      
Héctor Díaz es un actor con una importante trayectoria, que a lo largo de los últimos 25 años ha encarado gran cantidad de papeles –algunos muy diferentes entre ellos- en teatro, cine y televisión. Ha trabajado bajo la dirección de artistas como Pompeyo Audivert, Daniel Veronese, Javier Daulte, Rafael Spregelburd, entre otros. Ha dirigido también varias obras y hasta el momento se le conocías dos asistencias de dramaturgia en Vestuario de mujeres y Vestuario de hombres, de Javier Daulte, y una colaboración autoral en Salvajes, de Juan Paya, que también dirigió. Amor de película, una comedia atractiva, narra las alternativas sufridas por dos guionistas (un hombre y una mujer) que deben hacer el libro de una película en tiempo récord. Ambos se han conocido al parecer por casualidad -pero podría ser que los haya juntado adrede el empresario sin comunicárselos- un día en que ambos son convocados a su oficina. El guionista es un hombre que ronda los cuarenta y ya ha agotado sus recursos imaginativos. Cuando empieza la obra está tratando de convencer al productor de la calidad de un texto lleno de ideas ya utilizadas, viejas. 
       
Cuando está por irse, llega una joven, de unos 18 años, que viene de tener algún acierto en la televisión. Y el productor, que desea meter un éxito rápido en cine, porque lo urgen los compromisos financieros, decide juntarlos para hacer el guion de una película que ofrecerá a un colega de la industria diciéndole que ya lo tiene casi terminado y que en dos días se lo entrega. Lo que sigue son las alternativas que va sufriendo la confección del guion que, gracias a una treta de la joven (una cámara escondida), logra que refleje temas muy afines a las relaciones de vida y gusto de las otras personas que le han pedido el trabajo e involucradas en la producción del proyecto. Estos son tres: el productor que convoca a la pareja, su secretaria y el empresario que financiará la película. Pero las cosas se complican porque el guion revela también aspectos del vínculo o la conducta de esas personas –y algunas de sus miserias-, que provocan el desagrado de ellas y las llevan a pedir modificaciones inmediatas de la historia.
     
En base a ese tejido de base, que tiene como motor la urgencia por contar con el guion, Díaz construye con indiscutible habilidad de artesano esa peripecia algo disparatada pero graciosa, y que gracias al concurso de un elenco talentoso –en particular es muy destacable el trabajo de María Inés Sancerni- logra momentos de reluciente teatralidad y excelente ritmo escénico. En un ámbito escénico dividido en dos (de un lado la oficina del productor, del otro el living del departamento del guionista), y todo con un fondo común y una mampara de separación, los actores se mueven con rapidez sorprendente y van y vienen de un lado hacia el otro, a través del pasillo, que está por detrás del fondo y no se ve, uniendo las dos geografías del cuento. Son de mucha efectividad e hilarantes, las escenas en que se ve a los actores moviéndose hacia atrás o hacia adelante con la velocidad de una película que retrocede o avanza.
   
En cuanto al texto, tiene buenos diálogos y pasajes de buen humor certero, que ironizan con aire liviano pero preciso algunos criterios y tics empresarios -más apoyados en la idea de hacer un negocio rápido que construir un producto de calidad- en distintas áreas de la industria televisiva y cinematográfica. En la obra es evidente la utilización de procedimientos que se asemejan bastante a los de las obras de Javier Daulte, en especial a las primeras, lo cual no es nada condenable, pero que testimonia por el momento la existencia de un autor en camino hacia una voz propia, esa impronta donde el artista –incluyendo todo lo bueno que ha aprendido de sus maestros- puede lograr el desarrollo de una voz propia, aquella que lo distingue de los demás y lo convierte en un artista reconocible por su singular universo. 
                                                                                                                                                    A.C.

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