Bájame la lámpara. Concierto de palabras

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Bájame la lámpara. Concierto de palabras.  Autor: Francisco Pesqueira. Dirección y puesta en escena: Emiliano Samar. Escenografía: Carlos Di Pasquo. Intérpretes: Lidia Catalano, Miriam Martino, Stella Matute y Mirta Alvarez. Duración: 60 minutos. Teatro IFT, Boulogne Sur Mer 549, sábados a las 19 horas.   

Lírica de la desolación, el desamor y la tristeza existencial, pero empapada por un espíritu rebelde que nunca cedió a la opresión de los prejuicios ni los estereotipos de la sociedad patriarcal y de clases, la de las extraordinarias poetas Idea Villariño, uruguaya ella; Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik, argentinas ambas, aunque la primera haya nacido en Suiza, ha conmovido a miles y miles de corazones a través del tiempo por la belleza de sus versos, la potencia de su sentimiento humano frente a la adversidad y la intensidad de un deseo de ser libres que nada pudo apagar, ni siquiera el temor a la muerte, a la que prefirieron abrazar por propia voluntad antes que someterse.

Que un autor como Francisco Pesqueira convoque hoy a las tres en el texto de un espectáculo que las tiene como figuras centrales, y que también está unido en su concepción a la poesía como la lluvia al agua, es un motivo más que justificado para recordarlas también en esa condición de pioneras de un espíritu de indocilidad al que el presente -y por fortuna- nos tiene habituados, pero que debió exigir mucha valentía para sostenerlo en la época que a ellas les tocó vivir. Homenaje entonces a esas impugnadoras de esa cultura que inundó el mundo de opresiones diversas, aún hoy supérstites, a ellas que a través de su voz se atrevieron a romper el silencio y poner en palabras lo que infinidad de otras pares suyas, algunas líderes muy conocidas, otras anónimas, expresaban más que nada, aunque no únicamente, en la protesta movilizada de los cuerpos, en la lucha por las calles o las fábricas.

Pero queda claro que Pesqueira, actor de reconocida trayectoria en obras de humor y sutil intérprete de boleros y otro tipo de canciones, no deseaba escribir un espectáculo que fuera convencional o ya transitado, pero sí que pudiera ligarse a la poesía y el canto con una gran naturalidad, como si cualquiera de nosotros pudiera hablar siempre en imágenes, sorteando la a veces estricta prisión del significado literal. Y un espectáculo al que tampoco le faltara algo de humor. Para eso, multiplicó al terceto principal de la evocación con otros dos más: uno, el de tres mujeres que acompañaron a las tres poetas en determinado momento de sus vidas como nodriza, empleada o asistente; el otro, un triángulo constituido por tres actrices que deben encarnar a las poetas o sus ayudantes en etapas claves de su intimidad, pero que también entrelazan sus acercamientos a esas criaturas con algunas vivencias propias de su experiencia personal.

La elección no pudo ser más acertada, porque se necesitaba actrices que, además de ángel, temperamento o sensualidad, pudieran saber cantar cuando necesitaban hacerlo y ser expresivas en cualquiera de las circunstancias que le marcaba un texto que más que conflictos con un partener, les imponía un buceo de introspecciones profundas hacia el dolor, la ternura o la gracia. Y esas tres actrices son Lidia Catalano, Miriam Martino y Stella Matute, a las que su itinerario en el escenario no requiere presentación, pero que en consonancia con sus muy bien ganados laureles realizan un trabajo de enjundiosa emotividad y verdad humana. A ellas, las acompaña también con su canto y su guitarra, Mirta Álvarez, intérprete refinada y de vaporosa figura que le transmite un rasgo de delicado onirismo al espectáculo.

Es verdad que a ese clima contribuye también la escenografía de Carlos Di Pasquo compuesta de tules blancos, lámparas de pie y lámparas velador, varias valijas como si alguien estuviera ya por partir, unas sillas y una mesa con teteras, que generan ese aire casi esfumado, casi etéreo que tiene el ambiente. Y un vestuario que sigue una línea de vestuarios negros en las tres protagonistas que contrasta con ese fondo y lo sostiene, como si quisiera que no se diluya nunca. El espectáculo, por lo demás, está dirigido con mucha precisión por Emiliano Samar. Se trata de un trabajo que vale la pena ver y disfrutar, y en cuyos entresijos poéticos uno podrá adivinar, mucho más si conoce algo de la vida de las poetas, la última noche de Alfonsina –la imagen del título está sacada del último de sus poemas, “Voy a dormir”, que ella escribió antes de suicidarse ahogándose en el mar-, las nueve noches de ese amor imposible, pero inextinguible que sintió Idea por Juan Carlos Onetti, la desgarrada soledad que provocó esa aterradora pregunta que Alejandra tal vez solo develó en su final: ¿qué hare con el miedo?

A.C.

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