Crítica de Cine: Cloud Atlas



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Cloud Atlas. La red invisible. (Estados Unidos, Alemania y Hong Kong, 2012). Guión y dirección: Tom Tykwer y Andy y Lana Wachovski. Fotografía: Frank Griebe y John Tolle. Edición: Alexander Berner. Intérpretes: Tom Hanks, Halle Berry, Hugo Weaving, Susan Sarandon, Hugh Grant, etc.

Película de aliento ambicioso y en el estilo de las grandes producciones actuales del cine norteamericano –en este caso junto a otros socios-, Cloud Atlas. La red invisible presenta algunos problemas para el público. El principal, y no obstante su sostenida fluidez narrativa, es la gran cantidad de historias que se cuentan, todas ubicadas en geografías y ámbitos temporales diversos. Lo cual provoca que el natural trabajo de ensamble y entendimiento que el espectador debe hacer con los materiales que se le ofrecen, lleve más tiempo que el normal y en ocasiones cueste precisar algunos detalles. A lo largo de las tres horas de relato finalmente las cosas quedan más o menos en claro, aunque es posible que para algunos no tanto, subsistan algunas incógnitas. Pero, bueno, ese es siempre un riesgo del cine y en una película de esta naturaleza esa hipotética pérdida no significa algo demasiado grave, aunque deje cierto sinsabor.

El otro problema es la desmesura fáctica que ofrecen algunas de esas historias, en un borde siempre muy irreal, de “gran globo”, típico del cine norteamericano de estos días, que el espectador actual se ha acostumbrado a aceptar como una suerte de convención inevitable para el entretenimiento, pero que se usa, a menudo, con brutal impunidad. A esto habría que agregar cierto aire de reencarnación metafísica, casi new age, que cruza algunos de los pasajes del guión y que, si bien los directores no acentúan con exceso, funciona a modo de tonto efecto consolador para la angustia de la platea. Es, si no nos equivocamos, el que justifica el agregado al título original de la expresión “la red invisible”. La película pertenece a tres directores: Tom Tykwer (Corre, Lola, corre) y los hermanos Tony y Lana (antes Larry, pues ahora es transexual) Wachowski, creadores estos dos últimos de la trilogía Matrix. Se trata de una asociación extraña en los hábitos de la industria, más proclive a los dúos que a estos tríos, pero que aquí ha operado sin inconvenientes. Las seis historias son actuadas en los roles dominantes por los mismos actores, que gracia a la abundancia de trucos de maquillaje, van apareciendo en cada peripecia como alguien distinto. El elenco es de figuras muy reconocidas del ambiente (Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant), que cumplen muy buenas actuaciones y que, con seguridad, deben haber cobrado muy altos cachets, como no podía ser de otro modo en una producción que insumió cien millones de dólares.

Las seis historias transcurren en épocas disímiles. Cuatro de ellas nos muestran a un personaje que regresa con gran peligro de su vida a los Estados Unidos del siglo XlX, un compositor ubicado entre las dos grandes guerras del siglo pasado y que quiere escribir su gran obra, una periodista en los setenta que intenta destapar una intrincada red mafiosa y un grupo de ancianos que, llevados contra su voluntad a un geriátrico, intentan escaparse. Este último episodio transcurre en la actualidad. Las otras dos tienen lugar en el futuro: una en una nueva Seúl en 2144, la otra durante una flamante civilización que surge después de lo que se denomina La Caída. Todas estas odiseas las cuenta un abuelo en un lugar de la galaxia, que ya no es la Tierra, pero que evidentemente estuvo en los tiempos de la debacle y luego fue trasladado.

Una cualidad destacada de Cloud Atlas. La red invisible es que para cada historia, por lo menos para las que se refieren a períodos del pasado o el presente reconocibles, es que adoptan con rigurosidad los conflictos o problemáticas de cada momento para marcar la tonalidad de lo que se cuenta. Los problemas raciales en el caso de la Norteamérica del XIX, la homosexualidad para el compositor de entreguerras, o cierta atmósfera de comedia irónica para el caso de los ancianos arrojados al geriátrico. En las historias que transcurren en el futuro hay un alud de efectos que hacen acordar a Matrix o a La guerra de las galaxias. En la de la nueva Seúl, de ambiente muy orwelliano, aunque notoriamente más cruda por el tráfico de los cuerpos, hay un sacrificio que apuesta con su ejemplo a la corrosión de la mentira, un tópico de ahora y de siempre. Es el mensaje que condena la cosificación del hombre y la inmovilidad en que lo deja la falta de preocupación por el otro, la ausencia de redes de solidaridad. En cuanto a la civilización renacida tiene coordenadas parecidas a las de la serie televisiva Lost y esa presencia, como decíamos al comienzo, de una cierta mística de la reencarnación, de la múltiple vida en el espacio infinito, que es muy propia de la cultura estadounidense de esos tiempos.

A.C
 

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