Crítica de Cine: Fausto



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Fausto. (Faust, Rusia/Alemania, 2011). Dirección: Aleksandr Sokurov. Guión: Aleksandr Sokurov y Marina Koreneva, basado en la obra de Johann Wolfgang Von Goethe. Fotografía: Bruno Delbonnei. Música: Andrey Sigle. Edición: Jörg Hauschild. Intérpretes: Johannes Zeller, Anton Adasinsk, Isolda Dychauk, Hanna Schygulla, Georg Friedrich.

La leyenda del Doctor Fausto, de extraordinaria permanencia en el tiempo, tiene un origen real a comienzos del siglo XVI, aunque ya haya relatos en el Génesis, el Libro de Job y la historia de San Cipriano que prefiguran al personaje. Se inicia precisamente en 1506, cuando en una taberna de Gelnhausen, Alemania, aparece un joven que se hace llamar doctor Faustus, aunque Georg Sabellicus de nombre verdadero, quien alardea de sus dotes para la nigromancia y la astrología. Hay otros testimonios, en diversos documentos de la época, que luego confirman su existencia hasta que, al parecer, fallece en Staufen, alrededor de 1540. La versión inicial en la literatura de la vida de este mago, ya debidamente condimentada por las distintas fantasías y prodigios que la imaginación popular añade a sus andanzas, es un libro de autor anónimo que publica un editor de Francfort del Main, de apellido Spiess. Se titula: La historia de D. Johann Fausten y es traducido a varios idiomas, con las previsibles variantes que toda traslación a otra lengua produce.

La historia de D. Johann Fausten, sin embargo, no tiene su primera encarnación dramática en Alemania sino en la Inglaterra del siglo de oro teatral. Es allí donde Christopher Marlowe la llevó a escena en 1589 con el nombre de La historia trágica del Doctor Fausto, obra que halló rápido eco en Alemania, donde la acogen con especial entusiasmo una gran cantidad de autores, entre ellos G.E.Lessing, y luego los jóvenes escritores del movimiento Sturm und Drang, entre los que está Goethe. A éste le llevará muchísimos años concretar la escritura definitiva de su gran poema dramático. Su manuscrito original sobre el tema se llamará Urfaust o Fausto primigenio, que es de 1773-1775. Pero es recién en 1808 que aparece la versión definitiva de la primera parte de su Fausto, siendo su estreno en 1820 en el teatro de la corte de Brauschweig. La segunda y última parte, se conoce luego de su muerte, acaecida en 1820. Ni que hablar que después de esta monumental pieza surgen incontables recreaciones de la leyenda tanto en narrativa, teatro e incluso, ya comenzado el siglo XX, en cine, donde todavía se recuerda una inolvidable película de 1926, período aún del cine mudo, de Friedrich Wilhem Murnau.

Todos estos antecedentes han sido citados para probar que siempre, y no podía ser de otro modo, la leyenda de Fausto, y la de su contraparte Mefistófeles, ha sido utilizada por distintos creadores para hacer una composición propia de ese material, adaptada a la visión personal que cada uno tiene de él, un fenómeno que en arte es la regla y casi nunca la excepción. El mismo Goethe se movió con mucha libertad respecto del mito de base, que trascurre en el Medioevo. Reprodujo el lenguaje de ese tiempo, pero a partir de allí resituó la leyenda en su propia época. El extraordinario filme del director ruso, Aleksandr Sokurov, conocida como es la autonomía con que se ha manejado en su carrera y la libertad con que aborda sus proyectos estéticos, no podía haber acudido a otro procedimiento, resultado del cual es esta lectura absolutamente “aggiornada” a una cosmovisión del hombre contemporáneo.

Para eso, Sokurov no necesita escaparse de la época. Ubica la historia en una ciudad alemana de aspecto medieval, pero con inserciones temporales que permiten también acercarse hacia el siglo XIX. No hay nunca indicadores unívocos de espacio y tiempo, como si Sokurov quisiera mediante esa laxitud de determinaciones abarcar todas las irrupciones del personaje en la literatura, la que va desde su primera edición anónima hasta la del período inglés con Marlowe y más tarde la de Goethe. Otro asunto es el orden con que se desarrolla la historia. El famoso pacto entre Fausto y Mefistófeles se verifica casi al final y no al principio de ella, como ocurre en la obra de Goethe. Y lo único que Fausto termina pidiendo es solo pasar una noche con Margarita. Esta variación es el resultado de la fuerte mutación que Sokurov propone en el perfil de los personajes principales de la obra. Fausto no es aquel médico preocupado por vencer a la vejez y a la muerte que describe Goethe, un sabio que pugna por lograr la eternidad y el goce de las cosas sublimes, aquí es un simple hombre de carne y hueso, con las mismas tribulaciones de cualquier individuo común acosado por las carencias materiales y el hambre. Y que se dedica a diseccionar cadáveres para sobrevivir. Mefistófeles tampoco es ese ser diabólico, carismático y astuto que el poeta alemán ha pintado, sino un usurero repugnante espiritual y físicamente (su visita a un baño público muestra la deformidad de su cuerpo formado por gruesas capas de carne superpuestas y curiosas ubicaciones de sus órganos) y al que sus propios acreedores sacan a patadas en el culo.

En esta vuelta de tuerca, queriéndolo o no, Sokurov construye una de las alegorías más potentes que se hayan logrado en cine de lo que es el funcionamiento de la sociedad capitalista contemporánea, donde los seres humanos son sometidos por los usureros del poder financiero en víctimas esclavizadas que deben entregar sus vidas y hasta sus almas para que sus prestamistas engorden. Esa es la clave del pacto entre Fausto y Mefistófeles en estos días. Paradójico caso el de Sokurov, quien, a pesar de ser una persona de cobija ideas nostálgicas sobre la época del zarismo en su país, es capaz de exhibir los siniestros pactos o las tremendas contradicciones sobre las que se ha montado a través de los siglos y se monta aún hoy la convivencia entre los mortales. Paradójica pero real. Ya Marx alertaba que Balzac, no obstante ser un monárquico, pintaba los estigmas de su época mejor que ningún otro escritor. Suele suceder también, como señala Ricardo Forster en Los hermeneutas de la noche, que a veces se encuentran en obras de pensadores de derecha, y más allá de lo que propone su ideología general,   intuiciones penetrantes sobre los hechos o sociedades que analizan.

Todas estas virtudes en el tratamiento de la obra no alcanzarían para hacer justicia con la excelencia de esta película si no se hablara también de todo lo que el trabajo propone como narración y como verdadero cuadro pictórico. Toda la elaboración visual está virada hacia los colores entre parduscos y verdosos, que dan una sensación permanente de estar frente a una sociedad cadavérica o próxima a serlo. En ese aspecto, Sokurov no disimula su escepticismo frente al rumbo del mundo en la actualidad y ha dicho que cuando las crisis económicas se acentúen la eclosión será tremenda. “Allí leeremos Fausto desde una nueva perspectiva –ha dicho-. A eso me refiero cuando digo que Goethe es alguien del siglo XXIII. Y creo que estoy siendo optimista con el futuro de la humanidad al ubicarlo en esa fecha.” Hay que añadir por otra parte las excelentes actuaciones de la mayor parte de los intérpretes: Johannes Zeiler (Mefistófeles), Andon Adasinsky (Mefistófeles), Isolda Dychauk (Margarita) o la consagrada Anna Schygulla (la mujer del usurero).

Casi toda la película fue filmada en distintas locaciones de la República Checa, salvo la escena final –donde se muestra un impresionantes paisaje de auténticos géiseres-, que está rodada en Islandia. En este pasaje, Sokurov termina la historia fiel al sentido de los hechos que plantea Goethe en la obra: se libra de Mefistófeles. Pero no es que se ha arrepentido ni lo han venido a rescatar unos ángeles inducidos por Margarita y otros seres celestiales. Es él mismo que se libera del usurero sepultándolo bajo un aluvión de piedras y que, frente a un panorama desértico y volcánico, vacío de humanidad, debe elegir que hacer con su voluntad y con su autonomía. Allí, como en toda la película, hay que remarcar la extraordinaria fotografía digital del francés Bruno Delbonnel, puesta al servicio de todas las necesidades expresivas del director.

Como dato complementario hay que señalar que Fausto recibió en el Festival de Cine de Venecia el León de Oro, su máximo premio. Y que con este título el autor completa la llamada “teatralogía del poder”, que incluye además a Moloch, Taurus y El sol, un proyecto de gran aliento y que le llevó muchos años y esfuerzos, porque, debido a que el suyo no es cine del considerado comercial, choca con muchas dificultades a la hora de lograr apoyos financieros. Fausto fue terminado gracias a los aportes hechos por el Estado ruso, a instancia personal de Putin, un dirigente con el que Sokurov no simpatiza pero al cual accedió sin problemas cuando le ofreció respaldo. El arte agradecido.
                                                                                                                            A.C.
 

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