Crítica de cine: La sospecha



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La sospecha. (Prisioners, en inglés. Estados Unidos, 2013). Denis Villeneuve. Guión: Aaron Guzikowski. Fotografía: Roger A. Deakins. Música: Johann Johannsson. Intérpretes: Hugh Jackman, Jake Gyllenhall, Viola Davis, Paul Dano, María Bello, Melissa Leo, Terrence Howard, Dylan Minnette, King, Len Cariou, Erin Gerasimovich. Duración: 153 minutos.

Escrita como un thriller psicológico de oscura densidad en los personajes, La sospecha, del canadiense Denis Villeneuve (más precisamente de Québec), es una película que atrapa al espectador por un tema que, como el secuestro de niños, siempre provoca escozor. Es verdad que no sólo el tema juega un papel importante en el desarrollo del interés del espectador, también la construcción morosa pero muy eficaz de la historia, que crea zonas de suspenso o tensión muy efectivas. Algún pequeño corte en la arquitectura de la trama le hubiera sentado mejor a la narración, pero es evidente que tanto Villeneuve como su guionista estaban dispuestos a tomarse todo el tiempo que necesitaran (dos horas y media) para contar este suceso. Y demostrar que el clima de policial que impregna al largometraje es un formato demasiado escaso para las pretensiones filosóficas del realizador, para sus deseos de contar muchas más cosas que las que suelen verse en un thriller. 

    La historia comienza cuando en el Día de Gracias, siempre tan festejado en los Estados Unidos, dos matrimonios amigos pierden a sus respectivas hijas menores, hecho que de inmediato desata una cacería tras los posibles responsables del rapto, aunque por doble vía: la que encara la policía, que tiene su propio criterio en la investigación y está a cargo del detective Loki (Jake  Gyllenhaal), y la que emprende por iniciativa propia y en forma clandestina el padre de una de las chicas, un individuo llamado Keller (Hugh Jackman), cuya fanática formación religiosa lo lanza a una búsqueda peligrosa y llena de prejuicios. Hay en la película del canadiense una visible crítica a esa estructura ideológica sobre la que se asientan algunas conservadoras comunidades de los Estados Unidos y su escalofriante imposibilidad de comprender cualquier fenómeno que atraviese el perímetro de lo consagrado como verdad.

     Este contrapunto entre ambas pesquisas, y algunas vueltas sigilosas de la trama que, con genuina atmósfera de tensión, llevan al descubrimiento de lo que ha ocurrido, es el eje central sobre el que gira los mejores momentos de la película, aunque, como dijimos, una mayor economía en el uso de los recursos narrativos le hubieran ahorrado un poco de pesadez a ciertos tramos. En ese contrapunto, hay un eficaz trabajo de los dos actores principales: Hugh Jackman encarna a un padre casi en el límite de la paranoia con buenos recursos, demostrando por si fuera necesario, que puede ir más allá de Wolverine (el Lobezno de X-Men). También se luce Gyllenhall como el atribulado detective Loki y un elenco de figuras en papeles de menos duración pero igualmente difíciles. 

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