Crítica de teatro: El gran deschave



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El gran deschave. De Armando Chulak y Sergio De Cecco. Director: Luciano Suardi. Música original: Carmen Baliero. Iluminación: Matías Sendón. Vestuario: Gabriela Aurora Fernández. Escenografía: Graciela Galán. Elenco: Muriel Santa Ana, Guillermo Arengo, Graciela Pal, Ivan Moschner, Marcelo Bucossi. Teatro Cervantes. 

Verdadero suceso teatral en 1975, cuando se estrenó en el Teatro Regina, y en los años siguientes (incluso en España), El gran deschave es una obra de Armando Chulak y Sergio De Cecco que gozó durante mucho tiempo de un merecido recuerdo. La representación original tuvo como pareja central a Federico Luppi y Haydée Padilla, con la dirección de Carlos Gandolfo, pero hubo luego otras puestas e incluso una versión para la televisión. La pieza trata de la relación de un hombre y una mujer de clase media con diez años de matrimonio que un día, frente a la descompostura de su televisor, se enfrentan a la realidad de un descomunal tedio, que los descontrola y lleva a un juego de mutuas y crueles confesiones.

    La obra tenía como un núcleo fuerte dramático que se desarrollaba en torno a dos o tres escenas de reproches recíprocos y revelaciones entre los cónyuges, que sacudían realmente al público. Tanto por el grado de crueldad con que ambos se herían como por lo que quedaba al desnudo en la pareja, que no era solo ciertas infidelidades o miserias en la relación sino también la chatura de una vida que no tenía como horizonte más que la búsqueda de una mejor posición económica para poder mostrar a los otros, un tic típico de clase media que ha perdurado bastante, aunque se ha profundizado con otras taras más de la época. Esas escenas eran tan intensas que en las escuelas de teatro se usaban en los ciclos de teatro nacional como material de entrenamiento regular de los alumnos.

    Ese núcleo de dramaticidad permanece vigoroso en la obra, aunque uno podría pensarlo hoy en el contexto de una sociedad donde han aparecido nuevos temas de conflictividad en las parejas. Lo que ha perdido consistencia son otros tramos de la  estructura que antes parecían sostener mejor a la obra, sobre todo aquellos que contrapunteaban con pasajes de humor los climas más ríspidos. Esos tramos hoy parecen menos sólidos, algo envejecidos, como es la aparición en dos ocasiones del personaje de Don Robustiano. Y esto sin desmerecer la calidad del trabajo de Moschner. O algunos de la Nona. O los de la propia pareja mientras van calentando las baterías para lanzarse a la lucha cuerpo a cuerpo.

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