Crítica de teatro: El oído privado



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El oído privado. Autor: Peter Shaffer. Dirección: Jorge Sánchez Mon. Elenco: Ariel Mele, Jeremías López de Celis y Paula Russ. Diseño de escenografía y vestuario: René Diviú. Diseño de iluminación: Marco Pastorino. En el Patio de Actores.

 Esta obra del británico Peter Shaffer, célebre autor de obras tan conocidas y divulgadas por el teatro del mundo como Equus y Amadeus (ambas se representaron en Buenos Aires, la última en dos oportunidades), relata una historia de amor y frustración de los años sesenta. Un joven muy tímido y amante de la música, Bob, invita a una chica que conoció pocos días antes, Doreen, a cenar a su departamento, con obvias intenciones de iniciar una relación. Pero tiene la mala idea de convocar al mismo tiempo a su amigo Ted para que haga la comida, puesto que es un experto, para que lo anime a tomar decisiones destinadas a conquistar a la invitada. El asunto es que, mientras se desarrolla la velada, Ted comienza a entusiasmarse con Doreen y termina por seducirla, arreglando furtivamente con ella una cita posterior. Bob se da cuenta del hecho y sumido en la frustración bloquea una posibilidad de ganar el corazón de Doreen una vez que Ted se ha ido del departamento. Esta trama de fracaso y traición es uno de los elementos más destacables de la pieza junto al homenaje que el autor hace a la música por medio de distintas citas a partituras musicales del Peter Grimes de Benjamin Britten o de Madame Butterfly de Giácomo Puccini, en una versión de María Callas.

      La reproducción de época, a través de la escenografía y el vestuario, es otro punto alto de la puesta. No ocurre lo mismo con las actuaciones. Jeremías López de Celis y Paula Russ, como Ted, el amigo, y Doreen, se desempeñan dentro de un discreto nivel interpretativo, que podría ser mejor pero termina siendo aceptable. La dificultad está en el rol de Bob, el joven que invita a la mujer. Su composición del tímido perfora todas las reglas de lo creíble. Compone una criatura que, atenazada por su desoladora cortedad, raya siempre en la torpeza patética, casi en la tontedad. No sabemos si ésta es una indicación de Shaffer, lo cual no sería extraño pues éste autor en Amadeus hace de Mozart un genio rayano en la idiotez. Es un dramaturgo al que le encanta juntar esos extremos. La composición también está llevada al límite y eso, en vez de provocar ternura, empatía por un personaje que es finalmente un desvalido, provoca un efecto contrario. Hay que señalar en la decisión de exagerar tanto esa composición tiene responsabilidad también el director.                   

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