Crítica de teatro: Limbo Ezeiza



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Limbo Ezeiza. Autor y director: Jorge Gómez. Elenco: Cecilia Ursi, Eduardo Peralta, Ruben Parisi y Norberto Trujillo. Voces en off: Diego Capusotto, Alejandro Dolina. Edición de sonido: Martín Gallo. Vestuario: Maite Corona. Diseño de iluminación: Leandra Rodríguez. Escenografía: Norberto Laino. Teatro: Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Viernes a las 23 horas.

Una de las grandes tragedias argentinas, vinculadas al regreso de Juan Perón en la Argentina, fue la masacre de Ezeiza. Como se recordará, el festejo de millones de personas por la vuelta del líder, un 20 de junio de 1973, fue cruelmente interrumpido por algunos grupos armados de la derecha peronista, temerosos de que el acto pudiera adquirir un tono popular distinto al que ellos habían planeado. La interrupción fue a pura bala y produjo varios muertos y heridos. Esa manifestación de intolerancia represiva se convirtió en la matriz nutricia, el huevo de la serpiente de lo que luego sería la acción criminal de la Triple A y más tarde de la desaparición de miles de argentinos durante la dictadura. El tema tiene dedicados varios y valiosos trabajos de análisis, uno de ellos de Horacio Verbitsky.

     En el teatro de estos días, dos o tres obras han exhumado el episodio. Limbo Ezeiza, de Jorge Gómez, es una de ellas. La concepción de la obra elude desde el principio las precisiones temporales o históricas, y mucho más el encuadre realista, aunque es claro que se refiere a ese suceso. En un lugar que puede ser el fondo de un club o la casa de unos ciudadanos humildes, se supone que en el futuro, dos hijos esperan al líder familiar al que hace muchos años no ven. Sus expectativas sobre lo que viene a hacer este individuo y sobre todo la visión que cada hijo tiene de él es diferente. Y sus reclamos están teñidos de esa visión.

     Finalmente, el líder llega adentro de un cajón al parecer criopreservado, pero no se sabe si está vivo o muerto. Lo acompaña un extraño personaje, el hermano Daniel, que es el encargado de revivirlo y atenderlo. Este personaje, que coincide en su ideología más con uno de los hermanos que con el otro, también comenzará a codiciar su herencia, que no desconoce que es valiosa. Aunque la pieza trabajo con elementos simbólicos, no hay secretos respecto a quien se está refiriendo el autor con cada personaje: cada hermano representa una tendencia del peronismo, el hermano Daniel es López Rega y el líder Perón.

     Lo interesante del texto es que no pretende un tratamiento decididamente político, aunque desde luego no lo puede evitar –sobre todo en la pintura de López Rega-, sino más bien una descripción del desencuentro, y el posterior dolor que produjo esa disputa por la herencia de Perón, y de la propia figura del líder como una suerte de víctima de las circunstancias que no pudo manejar. Lo cual, y más allá de las responsabilidades que se le puedan atribuir y que las tuvo, no deja también de ser cierto. Y ese es el rasgo que lo acerca más al perfil trágico y le da mayor teatralidad al personaje. El perfil de alguien que sabe que se ha metido en un quilombo formidable –vaya a saber por cuantos factores: arrogancia, omnipotencia, ingenuidad, etc- y que tiene certidumbre de que se dirige a un matadero, dejando constancia de que no le gusta lo que le ocurre.

     La puesta de la obra, también a cargo del director, es muy sobria y con una escenografía que utiliza solo los elementos necesarios. Y un vestuario muy adecuado.  También es acertada la dirección de actores. Norberto Trujillo se luce en la composición del general Perón, especialmente porque, a pesar de imitar cierta afonía que mostraba el líder en su forma de hablar, lo hace siempre con sobriedad, sin extralimitarse. Para la caricatura está López Rega, personaje al que Rubén Parisi le saca buen jugo. Y después participan como los dos hermanos, Cecilia Ursi y Eduardo Peralta, que responden con eficacia a las necesidades de sus roles.

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