Crítica de teatro: Luces de Bohemia



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Luces de Bohemia. De Ramón del Valle Inclán. Con adaptación y dirección de Julio Ordano. Elenco: Néstor Navarría, Héctor Fernández Rubio, Nilda Raggi, Josefina Vitón, Pablo Shinji, Hernán Vázquez y Marcelo Sánchez. Música original: Sergio Vainikoff. Vestuario: Marta Albertinazi.  En el Actors Studio Teatro. Díaz Vélez 3842, los domingos a las 19 horas.

La mayor parte de los esperpentos imaginados por el gran Ramón del Valle Inclán, uno de los mayores dramaturgos españoles de todos los tiempos, ya estaban prefigurados, como él mismo lo dice, en las obras de Francisco de Goya y Lucientes. Las pinturas negras del inmenso zaragozano, sus figuraciones acerca de una razón que engendra monstruos, ya lo habían dicho casi todo al respecto. Pero en el “Callejón del Gato”, de Madrid, una arteria pequeña cuyos espejos cóncavos y convexos visitaban los niños y personas adultas el siglo pasado para divertirse viendo cómo se deformaban sus cuerpos al reflejarse, halló Ramón del Valle Inclán la inspiración para crear un nuevo género que hablaría, como nadie antes en el teatro, sobre el alma de su país. 

    La primera gran obra de este género es Luces de Bohemia, una historia que a través de la voz agonizante del personaje de Max Estrella habla de la tragedia de España allá por los años de su estreno, en 1920. Una tragedia espiritual que se expresaba en la conducta de una sociedad llagada por la estafa, la corrupción, el desprecio por el otro, la tiranía de los poderosos sobre los débiles y otras lacras. Nada demasiado diferente a lo  que ocurre en la España actual de los Rajoy, los Bárcenas y su larga cola de socios oficiales. O en la Argentina de estos días, donde la televisión y la política nos ofrecen también, y en generosa cantidad, un plantel de esperpentos muy notables, en algunos casos por lo grotesco de su apariencia exterior, en otros –los más- por lo siniestro de su catadura moral. Nada nuevo bajo el sol, aunque cada cosecha tenga sus propios gustos y matices.

    En fin, Julio Ordano dedujo, y no sin razón, que una revisita a este formidable clásico de la literatura española podía servir a los espectadores de estos días para acercarse a la reflexión de su propia realidad, además de conmoverse en el contacto con criaturas teatrales tan rotundas como las de Valle Inclán. Su adaptación, si bien ha comprimido algo la versión original, rescata con fidelidad del alma de la obra y sus ejes principales.

    La puesta, a pesar de jugar con pocos elementos (una armazón de madera que oficia como una suerte de ataúd para Max Estrella y varios cajones distribuidos en lugares estratégicos que sirven para guardar los distintos vestuarios), tiene el clima lóbrego que corresponde a la obra y que contribuyen a resaltar la musicalización y el buen diseño lumínico. El vestuario es también muy adecuado. Por último, las actuaciones tienen sus puntos más altos en el Don Latino de Hispalis, compuesto por Héctor Fernández Rubio, el Max Estrella de Néstor Navarría y la madame Collet de Nilda Raggi, junto a un elenco que cumple con dignidad.

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