Crítica de teatro: Parque Lezama



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Parque Lezama.  De Heb Gardner. En traducción, adaptación y dirección de Juan José Campanella. Vestuario y escenografía: Cecilia Monti. Iluminación: Félix Monti. Música: Emilio Kauderer. Elenco: Luis Brandoni, Eduardo Blanco, Ivan Espeche, Federico Llambi, Carla Quevedo. Teatro Liceo, Rivadavia 1495.

Representada con gran éxito y con reposición prevista para principios de enero, Parque Lezama es una comedia inteligente muy al estilo de lo que cierto público desea ver arriba de un escenario. Un tema amable que le reafirme sin mucha profundidad ciertas convicciones morales, siempre gratificantes para el espíritu, y le muestre algunos conflictos que plantea la vida, sobre todo los que surgen con la edad, con bastante humor y uno que otro toque de rispidez. La obra pertenece al norteamericano Heb Gardner, hombre de conocido oficio y fue estrenada por los ochenta y llevada al cine con Walter Matthau y Ossie Davis. Su título original era Yo no soy Rappoport y aquí se conoció una versión de la pieza con dirección de Manuel Iedvabani y actuación de Onofre Lovero. La historia transcurría en el Central Park y en la adaptación de Juan José Campanella se ubica en el Parque Lezama, con los necesarios cambios de lenguaje y algunos toques de época.

 

Muestra a dos ancianos que han pasado los ochenta años que a través de un encuentro casual en el parque van tejiendo una fuerte amistad, a pesar de tener personalidades muy distintas. Uno de ellos es León Schwart (Luis Brandoni), un viejo fabulador que cuenta aventuras disparatadas sobre su existencia: dice haber sido militante comunista y agente secreto y quiere arreglar el mundo combatiendo, no se sabe cómo, a los jóvenes delincuentes y defender a las mujeres del acoso del mundo contemporáneo. El otro hombre es Antonio Cardoso, cuyo temperamento lo lleva más bien a no meterse en asuntos delicados y cuya preocupación principal es que la pérdida de la vista lo amenaza con quedarse sin trabajo en un edificio donde hace arreglos. Las divertidas peleas entre ambos personajes y, sobre todo, las dificultades en que el primero de ellos mete al segundo, provocan situaciones muy divertidas y tiernas, que el público disfruta mucho, en especial teniendo de aliados a dos actores del oficio de Luis Brandoni y Eduardo Blanco, que se sacan chispas en las interpretaciones. La composición de Blanco es más sutil, pero Brandoni le saca el jugo al extraordinario manejo del tiempo que tiene en escena y a los constantes guiños con que se vincula de manera cómplice con los espectadores. En fin, una comedia agradable y para pasarla bien, sin adentrarse demasiado en problemas filosos o que incomodan.

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