De muerte andamos

Entretenimientos

De muerte andamos. Dramaturgia y narración: Silvia Copello. Dirección y puesta en escena: Fernando Gómez. Música y arreglos: Erika Brandauer.  Asistente de escena: Paula de la Cruz. Voces y percusión: Paulo Angulo. Diseño de luces y operación técnica: Mariano Pozzi. Teatro del Pasillo, Colombres 35. Sábado 21 horas. Se reestrena a partir de febrero de 2017.

      Cuentan las anécdotas que pocos días antes de morir en 1942, el célebre actor de origen estadounidense John Barrymore fue entrevistado en una radio donde se le preguntó si solía pensar a menudo en su próximo deceso. Y él respondió que no, que los Barrymore –puesto que eran una familia de grandes intérpretes- no solían detenerse en asuntos convencionales. Este episodio se recuerda en un trabajo teatral filmado para televisión, y que proyecta Films and Arts, denominado Barrymore, en el que ese extraordinario artista que es el canadiense Christopher Plummer encarna al actor norteamericano (famoso entre otras cosas por sus composiciones de  Hamlet y Ricardo lll de Shakespeare), cuando hace un postrero intento de volver a la escena en el epílogo de su vida.

      La ironía tiene su filo. Barrymore definía a la muerte como un hecho convencional pensando en que era algo que les sucedía a todos. Por eso, es común afirmar que la muerte es  el hecho más democrático de la existencia de los hombres. Y que, debido a esa característica, Barrymore, en una respuesta con mucho sarcasmo, decía que no creía conveniente incluirla entre sus aflicciones corrientes, nada menos que él que había luchado todo el tiempo para ser un hombre diferente, alguien que por su talento especial detestaba adaptarse a las reglas convencionales de la sociedad. Más allá de tono jocoso, el actor deja picando una idea digna de ser reflexionada: que solo el esfuerzo por hacer de la existencia algo valioso, potente y luminoso para uno -pero también para los demás agregaríamos nosotros-, es lo que permite trascender, lograr que la posteridad, muy a pesar de esa igualación que no discrimina a la hora de su llegada entre niveles sociales ni entre buenos, malos, tontos o soberbios, nos pueda recordar mejor o peor.

    Esta introducción viene a cuento porque de la llegada de la muerte, y de los muchos interrogantes que ella suele suscitar en la mente humana, nos habla este sencillo en su factura pero poético espectáculo de la narradora Silvina Copello, quien con un relato sugestivo y de muy cálida comunicatividad, va acercándole al público los rastros de una fuerte y antigua tradición oral con raíces en Rumania, Hungría, Samoa, Rusia, Nepal, España y muchos otros territorios. Tradición que toma forma en distintas anécdotas sobre los inevitables desafíos que nos plantea ese suceso que nos espera en cualquier punto del tiempo, pero también sobre algunas de las tantas preguntas que el imaginario de los mortales suele hacerse sobre ese hecho inevitable. ¿Es la muerte invisible? ¿Suele entrar por la ventana como dicen? ¿Es capaz de enamorarse? ¿Alguna vez cayó en desgracia? ¿Se le pueden hacer trampas?

   Desde la muerte encarnada en la figura de un joven que llega un día de tormenta a la casa de una joven de la que fatalmente se enamora hasta la historia de un hombre que para burlarla la encierra tras una puerta infranqueable –y provoca el extraño y perturbador hecho de que los seres dejan de morirse-, una y otra conseja tiene su propio sabor, color, sonido  y hasta atmósfera. Sobre un escenario sembrado de pequeñas velas y faroles colgados del aire, Silvia Copello se desplaza sigilosa por distintos lugares para narrar sus fábulas y para pensar, junto a quienes la siguen con atención, qué cosas pueden deducirse de ellas.

   En algunos pasajes se acerca hacia una pequeño mueble ubicado sobre la izquierda del escenario donde posa, junto a otros objetos, un hermoso ramo de flores que va armando mientras desarrolla sus relatos. Y desde allí habla de pie. En otros momentos, se sienta sobre el borde del escenario  o acercándose a los espectadores. Pero siempre en un clima sin tensiones, plácido, alejado de cualquiera de esas exorcizaciones siniestras con que suele convocarse a la muerte. Mostrándonos que esa terminal del destino puede ser observada también con humor y naturalidad, porque después de todo no hay nada más humano que morir.  Lo que no es humano es desconocerlo o negarlo.

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