El último traje

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El último traje. Argentina/España, 2017. Guion y dirección: Pablo Solarz. Intérpretes: Miguel Angel Sola, Angela Molina, Martín Piroyansky, Natalia Verbeke, Julia Beerhold, Olga Boladz, Jan Mayzel y Maarten Danncuberg. Fotografía: Juan Carlos Gómez. Música: Federico Jusid. Edición: Antonio Frutos. Duración: 86 minutos.

Excelente autor de guiones para comedias cinematográficas (Historias mínimas, ¿Quién dice que es fácil?, Un novio para mi mujer o Me casé con un boludo), pero al mismo tiempo director, Pablo Solarz une, concentra en El último traje, como ya lo había hecho en Juntos para siempre, las dos funciones que ha venido desarrollando con continuidad en los últimos años. Comedia dramática, con elementos de road movie, su nuevo film, protagonizado por Miguel Angel Solá, cuenta la historia de un sastre judío polaco que a los 88 años, y cansado del maltrato de sus hijos, que pretenden venderle su departamento y enviarlo a un geriátrico, decide, sin comunicarlo a nadie, hacer un viaje a Lodz, Polonia, para encontrar a un amigo entrañable, Piotrek, del que se separó al terminar la Segunda Guerra Mundial.

        El pretexto de esta travesía es entregarle un traje azul igual al que él le prestó para viajar a la Argentina en busca de un nuevo destino. Pero Abraham Bursztein, personaje central de esta historia, sabe que ese será también el último periplo en su existencia y tal vez la única ocasión de volverse a ver con ese amigo querido y de conectarse con los restos supérstites de su historia en la ciudad natal donde vivió en los años previos a su radicación en la Argentina. Hay en la evocación de ese pasado, que se hace a través de flash-backs no en todos los casos muy necesarios, una carga de dolor intenso cuya gravedad intenta transmitirse claramente al público como testimonio de un hecho de la humanidad que no debería jamás repetir, pero la tonalidad general de la película es casi de comedia y está bañada por distintas situaciones de humor, en los que Solarz expone sus buenos y conocidos recursos.

      Bursztein tiene tres hijas, como en Rey Lear. Dos son las que lo intentan mandar al geriátrico y la otra vive en España, país al que se ha ido después de enojarse con su padre porque le pidió que le declarara verbalmente su amor y ella se negó a hacerlo diciéndole que el cariño solo se demuestra con los hechos. Esta referencia no es sólo un homenaje a Shakespeare, es también una señal de que lo que se narra es ficción, por más que el director haya dicho que esta película esté inspirada en parte en la vida de su abuelo Juan, que fue también polaco como Abraham Bursztein y víctima de la persecución nazi. Y en el film, más allá de la investigación que el director haya hecho de casos similares, hay una considerable proporción de fábula, como corresponde a una ficción. Y una serie de sucesos que se van hilvanando en el trayecto que hace el protagonista con el objetivo de reencontrarse con su viejo amigo.

      Todos los problemas que atraviesa en su camino a Lodz (llegada a España donde le roban todo el dinero que llevaba; viaje a Francia y de allí intento de marchar a Polonia sin tocar suelo alemán, y descompensación en el país del que es oriundo debido al problema de su pierna, todo esto descrito en una rápida síntesis) y las formas que encuentra el viajero para resolverlos son las peripecias que Solarz inventa para alimentar la trama, o sea la manera de mantener entretenidos a los espectadores y sostener su interés.  Y hay que decir que, en ese sentido, la película logra su objetivo porque el largometraje no tiene prácticamente caídas o altibajos en su narración, salvo algunos pasajes que se podrían haberse trabajado con un poco más de síntesis. La debilidad está en otro lugar: en que muchas de las situaciones en las que se mete este anciano gruñón y testarudo que viaja a su país de origen son en muchos casos inverosímiles, resisten poco la lógica. Pero ese defecto se agrava porque, además, todos sus empecinamientos o decisiones de llevar adelante lo que le dicta su firme voluntad encuentran siempre en su recorrido personajes casi angelicales dispuestos a ayudarlo hasta el fin en sus propósitos, aspecto que es grato y luminoso desde lo conceptual –siempre es bueno pensar que hay personas solidarias y de hecho las hay en todo el mundo-, pero no de una manera tan exagerada y sin fisuras como presenta la película. Y en todo momento.

      El director ha elegido como un buen contrapeso a esas fragilidades un elenco que se desempaña con mucha idoneidad, empezando por Miguel Angel Solá, quien convence en las distintas oportunidades que le da el film –y son muchas- para lucir sus condiciones de intérprete de gran calado.  La emoción recorre todo el largo hilo de la historia y difícilmente se pueda negar que lo que se cuenta no logre tocar la sensibilidad del espectador, pero, como decimos, a costa de un tratamiento demasiado subrayado que, de haber sido más moderado, hubiera lo mismo conmover pero de un modo más sutil.

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