Green Book: una amistad sin fronteras

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Green Book: una amistad sin fronteras. (Green Book/ Estados Unidos, 2018). Dirección: Peter Farrelly. Guion: Brian Currie, Peter Farrelly y Nick Villelonga. Fotografía: Sean Porter. Música: Kris Bowers. Intérpretes. Viggo Mortensen, Mahershala Alí, Iqbal Theba, Linda Cardellini, Ricky Muse, Mike Hatton, Dimitri Marinov y David Kallaway. Duración: 130 minutos.

Ganadora del Oscar a la mejor película 2019, Green Book no concitó entre los jurados que debieron votar por ella ni tampoco en la crítica internacional ese consenso irrebatible con el que, habitualmente, se suele reconocer a una producción de gran calidad como merecedora sine qua non del máximo premio de Hollywood. Entre muchos críticos y artistas vinculados al ambiente cinematográfico, aun entre aquellos que piensan que la obra tiene valores que no se pueden negar, predominó la idea de que el Oscar esta vez le quedó grande al largometraje dirigido por Peter Farrelly, un creador, junto con su hermano Bobby, de comedias más vinculadas al humor grueso y provocador, como Tonto y retonto, Irene, yo y mi otro yo o Pase libre, y de quien era difícil esperar ese tono equilibrado que logra la historia en un tema tan vigente y duro como el racismo. Pero fue finalmente ese tono, que cae como anillo al dedo a los propósitos de la Academia de apoyar visiones políticamente correctas y de atmósferas más bien amable en asuntos ríspidos, el que seguramente decidió que la balanza de los votos se inclinara a su favor.
      
Técnicamente se podría calificar a Green Book como una read movie, que es una película de viajes en cuyo transcurso sus protagonistas cambian de parecer o su mirada del mundo. En este caso uno de los que sufre esa metamorfosis es un guardia de seguridad de un bar nocturno, Tony “Lip” Vallelonga, un italoamericano musculoso y de pocas pulgas, que un día se queda imprevistamente  sin trabajo porque el negocio en el que trabaja cierra durante unos meses por refacciones. Y, mientras espera que éstas se produzcan, busca una ocupación que pueda proporcionarle un salario para poder seguir manteniendo a su familia en ese tiempo de paro. El asunto es que el hombre (un Viggo Mortensen claramente engordado en volumen), de formas rústicas pero buen humor, cae, luego de leer un aviso, en la casa de un refinado pianista llamado Don Shirley (el actor afroamericano Mahershala Ali), quien necesita un chofer y guardaespaldas para que lo conduzca durante dos meses a una gira por el sur de Estados Unidos. De alguna manera, la película, que está inspirada en una historia real, copia el modelo de Conduciendo a Miss Daisy, pero invirtiendo los papeles, pues en el film de Bruce Beresford de 1989 el chofer es una persona de color y la conducida una anciana blanca.
      
La peripecia de Green Book ocurre durante los años sesenta, en un tiempo de fuertes roces y conflictos raciales en los Estados Unidos. El tema es que tampoco al italoamericano le caen muy bien los hombres de color, pero aceptará el trabajo, primero porque lo necesita y luego porque la persona a la que servirá es un eximio pianista y supone que sus intervenciones, junto al pequeño conjunto de instrumentistas que lo acompañan, le resultarán divertidas. Las localidades del sur que visitan son, por desgracia, los más racistas del territorio de los Estados Unidos, de modo que habrá ciudades en donde el intérprete de piano, que es en realidad quien contrata al chofer, dormirá en lugares mucho peores de los que le deben tocar a él, esto por las prohibiciones que en esos sitios existen para la gente de color. Este detalle lo indica de entrada el propio título de la película, porque Green Book significa “libro verde”, que era una publicación real que existía por la época que indicaba los lugares donde un negro podía alojarse en las ciudades del sur por donde la gira del relato se realiza.
      
En ese periplo ambos personajes, Lip muy elemental y no exento de prejuicios con los ciudadanos negros, por artistas que sean, y Don, algo altanero y poco comunicativo en un principio, comienzan a conocerse. En varias ocasiones el morrudo conductor debe sacar al refinado músico de algunas dificultades, entre ellas una en la que se pone borracho y unos vecinos del pueblo en que están quieren agredirlo y otra en la que la policía lo pesca en una aventura sexual con otro hombre, ya que el pianista es también gay. De modo que en forma previsible, pero siempre amena y con una narración fluida, la historia va orientándose hacia la constitución de una fuerte amistad, que concluye al regreso a la ciudad de partida en un fuerte abrazo durante una Navidad donde todas las malas ondas del mundo se olvidan, aunque sea por unas horas. A pesar de que el film tiene un tono aleccionador y de armonía interracial en su mensaje que es poco creíble para ese tiempo (e incluso para el nuestro, aunque sus formas hayan alcanzado otros rasgos y se ejerza no solo sobre los afroamericanos), muestra sin embargo un costado del racismo sobre el que es interesante reflexionar: el que se expresa en las pequeñas actitudes de la vida cotidiana y que muchas personas las practican incluso sin tener mucha conciencia de que lo que en verdad significan.
     
Un racismo naturalizado, podríamos decir, que se manifiesta en chistes, creencias, frases del habla diaria, comportamientos que parecerían accidentales, pero no lo son. Ese tipo de racismo, de prejuicio oculto que incluso parece inocuo o coyuntural, es el que muchas veces después, durante las situaciones de intensas crisis sociales, afloran desde lo más íntimo, convertidos en poderoso desprecio por el otro, deseo de agresión o aniquilación del diferente. Son esos sentimientos los que a menudo explotan los que tienen el poder para enfrentar a quienes tienen intereses similares pero no se reconocen como sujetos con iguales derechos, con parecidos destinos de vida. Esa es tal vez una buena observación de este film, además de ser un trabajo de buena narración y un escenario en el que se lucen dos grandes actores, Viggo Mortensen, ya muy conocido por su solvencia en muchísimos trabajos, y Mahershala Ali, que recibió el premio al mejor protagónico en estos Oscars de 2019.
 

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