Plaza París

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Plaza Paris. (Praca Paris. Brasil/Portugal/Argentina, 2017). Dirección: Lúcia Murat. Guion: Rapahel Montes y Lúcia Murat. Fotografía: Guillermo Nieto. Música: Andrés Abujmra y Marcio Nigro. Edición: Mair Tavares. Intérpretes: Grace Passó, Joana de Verona, Alex Brasil, Marco Antonio Caponi, Babú Santana, Digao Ribeiro y otros. Duración 110 minutos. (Cines Gaumont y Malba). 
 

Brasil está en estos días en boca de todo el mundo como consecuencia de la asunción a comienzos de enero de su nuevo presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, cuyas ideas, declaraciones y propuestas prometen para el importante país latinoamericano un período al menos tormentoso, por ser cautos en el pronóstico. A pesar de los avances que se generaron en materia económica, social y cultural durante las gestiones de Lula da Silva y Dilma Rousseff es evidente que esa nación nunca resolvió a fondo el difícil y doloroso flagelo de la violencia, sin duda muy vinculada a los históricos niveles de pobreza de su población y agravados en las últimas décadas por el crecimiento del narcotráfico. La ciudad de Río Janeiro ha sido un ejemplo claro de ese fenómeno.

Y es, precisamente, allí, donde se desarrolla esta historia escrita por Rapahael Montes y Lúcia Murat y llevada al cine por ésta última. Ese Río de Janeiro de la brutalidad policial, la violencia de los narcotraficantes, la miseria de las favelas y la presencia cotidiana de los pastores evangelistas. La directora es una mujer con larga trayectoria en el séptimo arte de su país, aunque no demasiado en el nuestro, desde que estrenara a fines de la década de los ochenta su primer largometraje: Que bom te ver viva (1989). En este documental, algo reelaborado ficcionalmente, Murat contaba las torturas que se le infligían a las mujeres detenidas por razones políticas durante la dictadura militar brasileña (1964-1985), experiencia que ella misma sufrió en carne propia durante su detención por los setenta debido a su militancia estudiantil. Desde aquel trabajo inicial en adelante, ha rodado, entre documentales y ficciones, más de quince largometrajes, entre otros Casi dos hermanos (2004), Doce poderes (2006), Un largo viaje (2011), Historias que solo existen (2011), Memorias cruzadas (2012), En tres actos (2015) y Nadie nos mira (2017), muchos de ellos muy imbricados en la temática social.
 
Casi dos hermanos, mostraba en contrapunto dos posiciones frente a la sociedad de su país: por un lado un político progresista y del otro un malandro afroamericano que manejaba desde la cárcel el negocio del narcotráfico. Sin imitar para nada esta circunstancia, Plaza Paris expone también dos galaxias contrapuestas: la de la psicoanalista portuguesa Camila y la de una ascensorista brasileña, Gloria, que es una de las personas acude a ella para hablar de sus problemas en el pasado. Camila es una joven profesional que ha llegado a Río de Janeiro a realizar una investigación sobre violencia familiar en ese lugar a fin de elaborar la tesis doctoral con la que completará su carrera. Y Gloria aparece como el personaje perfecto para proveerle datos a su estudio. Ambas tienen como espacio de trabajo la Universidad de esa ciudad. 
       
Gloria, que ha tenido un duro pasado de violencia (su padre era un alcohólico que abusaba de ella), le va contando aspectos de su vida a ella y poco a poco empieza a ver en la psicoanalista un apoyo que le sirve para su presente, que no es para nada placentero. Ella vive sola en una conocida favela de Río de Janeiro y visita con regularidad a un hermano suyo que ha sido encarcelado por matar a su padre y que, desde su celda, maneja los movimientos de algunos sectores del narcotráfico en la ciudad, incluido el de algunas represalias contra la policía. Gloria se siente en deuda con su hermano porque se cree culpable del crimen que cometió contra su padre y él aprovecha esta circunstancia para manipularla. Le da indicaciones y, entre otros consejos, le pide que abandone  a la psicoanalista porque teme que durante las sesiones terapéuticas a su hermana se le escapen secretos que puedan comprometer su situación de líder. Y algunos de los datos que Gloria le cuenta en sus charlas, aunque no revelan siempre la totalidad de la verdad, comienzan a inquietar a la psicoanalista, situación que se agrava cuando descubre que en lo que le dice hay algunas mentiras. El descubrimiento, más el hecho de enterarse por un diario que el hermano mandó a ametrallar a una comisaría, le provoca un verdadero ataque de pánico y paranoia, que la hace sentirse perseguida todo el tiempo. De este modo, la película, que tiene todo el tinte de un drama social, sin abandonarlo, va poco a poco sumando sucesos que la transforman en un thriller, decisión que la directora confesó haber tomado con plena conciencia.
       
De hecho, el film se convierte en un testimonio de absoluta actualidad, porque el miedo de la psicoanalista expresa, de algún modo, mucho del sentimiento que, especialmente en las clases medias brasileñas, influyó para que apoyara en estas últimas elecciones a Jair Bolsonaro. “No estoy segura de que la película pueda explicar ese fenómeno, pero tal vez sí ayude a comprender las razones por las cuales los brasileños han votado a Bolsonaro. Es un proceso de miedo que ha calado hondo en la clase media, la razón principal para que esa parte del electorado vote a la extrema derecha”, dijo Murat. Es verdad, que la realizadora jamás apela al folleto ni a las alusiones explícitas para manifestar esa idea. Pinta un clima social y eso es lo suficientemente ilustrativo para ver y pensar qué es lo que pasa en esa comunidad. La película está muy bien filmada y tiene buenos diálogos. En la fotografía, Murat contrató al excelente profesional argentino Guilermo Nieto (El bonaerense o La luz incidente), que alterna en distintos pasajes del largometraje los encuadres cerrados con la amplitud de planos, todo dentro de un marcado virtuosismo. 
     
La elección de las dos protagonistas es también un acierto. La portuguesa Joana de Verona es la actriz que permite dar al personaje de la psicoanalista todas las aristas psicológicas que requiere hasta llegar al terror final. La directora desmintió en una entrevista que la hubiera elegido como resultado de que la película era una coproducción con los lusitanos.  Según dijo ya estaba establecido que la profesional fuera extranjera porque necesitaban que la situación de extrañamiento frente a una situación desconocida podía potenciar su sensación de miedo. Y ayudó para elegirla, cuando se la propusieron, que hablara la misma lengua. No es, en cambio, demasiado pertinente la intervención del actor argentino Marco Antonio Caponi, que no se luce mucho, no tanto porque su actuación sea deslucida, sino porque es el personaje el que no alcanza a definir bien para qué está en la película, qué papel juega y menos por qué debe ser de este país. La que sí descuella a lo largo de la casi hora y media del film es la actriz y dramaturga brasileña Grace Passó, de unos ojos de gran expresividad y dúctil en las diversas situaciones que debe abordar, sobre todo la de trasuntar que ella es una víctima, pero no solo eso. Un personaje de mucha caladura humana. 

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