Una televisión mejor es posible

Entretenimientos

¿Es posible una televisión que, sin dejar de ser masiva y entretenida, alcance un nivel de mayor calidad en lo artístico, educativo y cultural? Las soluciones no son fáciles. Tres especialistas opinan sobre el tema.

 

Desde golosina visual para esclavizar las almas hasta sarcófago donde se entierran los últimos restos de lucidez del homo sapiens, la televisión ha recibido, desde su origen, toda clase de anatemas. No obstante estas impugnaciones, que tienen que ver más con sus contenidos que con el medio en sí mismo, su presencia en la vida cotidiana de la sociedad contemporánea, como fuente informativa y de recreación de las personas, ha adquirido un peso fundamental. Y no es previsible que ese hecho cambie demasiado en el futuro a pesar de los pronósticos de que Internet podría poco ir absorbiendo parte de su feligresía. Frente a esta circunstancia, la pregunta que asedia desde hace varios años la mente de estudiosos, artistas y espectadores que no sienten colmadas sus expectativas ante lo que ven en sus pantallas es: ¿cómo hacer para cambiar sus contenidos?

Las soluciones no son fáciles y aunque varios países hacen esfuerzos por mejorar sus programaciones y generan productos de alta calidad, la sensación dominante es que la televisión mundial no está a la altura de las potencialidades que un medio de semejante capacidad comunicacional y avance tecnológico podría desarrollar. Es como si la sólida aptitud de sus equipos profesionales, que es mucha como lo demuestra por ejemplo la Argentina, no pudiera ponerse al servicio de búsquedas innovadoras o nuevos caminos que enriquecieran el panorama actual, en general pobre. No es que falten productos de gran excelencia visual o muy buen factura técnica, pero es como si todo se agotara allí, como si la consecución de ese objetivo fuera suficiente y no hubiera otra finalidad que la de deslumbrar al público con efectos especiales y entretenimiento pasajero.

La estrategia de la gran televisión en todos lados es asegurar la alta rentabilidad por encima de los objetivos artísticos y del buen servicio público. Y para lograr ese objetivo de lucro apela a cualquier recurso, incluso la banalidad más absoluta, si es necesario. En esta línea hay una fuerte tendencia a insistir en lo que se ha probado como seguro y una apuesta cero o escasa al riesgo. Conducta de la cual se derivan rutinas que transforman a las pantallas en repetidoras constantes de fórmulas trilladas y sin ningún espacio para la sorpresa. La competencia, lejos de ser generadora de originalidad o diversidad, como afirma Pierre Bourdieu en su muy recomendable libro Sobre la televisión, que analiza con profundidad el fenómeno de las coberturas periodísticas en Francia, tiende a menudo a favorecer la uniformidad de la oferta.

Pero, no es únicamente la alta rentabilidad. Los medios, y en especial la televisión, son desde hace tiempo espacios de irradiación privilegiada de influencia política. Las megacorporaciones están allí no sólo para meter dinero en sus bolsillos, también para asegurar mediante la formación de creencias que esos negocios no se interrumpan. En el libro citado, Bourdieu agrega que el “monopolio de hecho” que la televisión posee sobre  la información que se suministra a vastos sectores de la población le permite actuar mediante el ocultamiento o deformación de ciertas noticias o la diseminación constante de la vacuidad. Y de ese modo influir en el modelado de las conductas ciudadanas. Tal vez nunca como en este período histórico una herramienta de efecto simbólico sirvió tan bien a la preservación simultánea de los negocios y la ideología de algunos grupos de poder.

¿Qué pasa en casa?

Es verdad que este panorama global tiene, como ocurre siempre, variantes locales. ¿Cómo es este paisaje en la televisión argentina, sobre todo en una etapa en que, por la aprobación de la ley de medios, se despertó en distintos sectores la esperanza de que aquel panorama poco alentador, tanto en la televisión abierta como en la de cable, podía comenzar a modificarse. Este cuadro de uniformidad tiene, desde luego, excepciones notables en la actual programación de Canal 7 y en varias señales de cable. Pero, se trata aquí de trazar una visión de conjunto sobre el presente televisivo. Con ese criterio, Cabal Digital conversó con tres especialistas en el tema para lograr una descripción de lo que es, a grandes rasgos, la televisión actual en el país, pero también una reflexión sobre lo que podría hacerse y cuáles son las posibilidades de que se concrete algún cambio. Los tres intelectuales consultados fueron Sergio Vainman, conocido autor de distintas series televisivas de mucho suceso y presidente del Consejo de Televisión de Argentores; Martín Becerra, catedrático y especialista en medios de comunicación, además de investigador del Conicet; y Alejandro Robino, autor de distintos guiones de películas y miniseries en la pantalla chica.

Cuando hablamos de productos televisivos que han tenido impacto global en los últimos años viene a la cabeza de manera inmediata un nombre ya popularizado por completo en las audiencias del mundo: los reality shows. Vainman es un experto en el tema ya que en 2001 produjo en la Argentina Gran Hermano, traducción española de Big Brother, el programa inventado por John de Mol en Holanda en 1999. Como se recordará el título de este reality show copia el del personaje de la novela 1984, de George Orwell, una suerte de gran guardián en una sociedad donde un grupo político somete al resto de la población a una vida opresiva. Vainman trabajó también en ese formato en México (2002 al 2007) y en Ecuador. Antes que Gran Hermano, el primer reality show que se vio en la Argentina fue Operación Robinson, versión argentina de Sobrevivientes (Survivors), una competencia en una isla donde varios concursantes, que se suponía habían subsistido a una catástrofe, eran sometidos a diversas pruebas para mantenerse vivos. En ese juego, esas personas se iban eliminando hasta que quedaba un ganador. 

Tratando de explicar qué es lo que lleva a la gente a participar de esos programas, Vainman comenta:  “Cuando hicimos el programa trabajamos con distintos sociólogos y semiólogos con el objeto de averiguar qué significaba ese fenómeno desde el punto de vista antropológico y del público. Y Eliseo Verón planteó que la explosión de los reality show, que se realizaban en varios países del mundo, y todavía se siguen haciendo, tenía que ver con la aparición y desarrollo de Internet y la pérdida de la privacidad. Y con la necesidad de millones de personas de exponerse y figurar, de sentirse partícipes de los medios de comunicación, por aquello de que si no se estaba en los medios –la televisión especialmente- no se existía. A su vez, esta tendencia se reforzó notablemente en los diez últimos años con el surgimiento de las redes sociales (Facebook, Twitter), donde las personas se exponen al máximo, suben videos íntimos a la pantalla, se comunican a toda hora con otros colegas del espacio cibernético. La necesidad de publicitar los actos privados se ha transformado en una suerte de picazón universal”

“Me parece que los reality show se inscriben dentro de esa tendencia, de ese deseo de alcanzar los quince minutos de fama que exigiría la sociedad global de estos días –agrega Vainman-. Quince minutos porque es una notoriedad efímera, que termina en la mayor parte de los casos con el epílogo de esos programas. De setenta y cinco u ochenta personas que  participaron de  Gran Hermano en el país, solo mantuvieron una cierta notoriedad cinco o seis personas, como Pamela David, Silvina Luna o Ximena Capristo, que por sus físicos, dotes de vedette o bailarina tenían un plus que ofrecer en relación a lo que es ser participante de un ciclo de reality show. Porque para ser participante de un programa de esta naturaleza no se requiere nada más que el deseo irrefrenable de mostrarse, no importa el precio que se pague por ello, y un ego que supere todas las inhibiciones.”

El ensayista Zygmunt Bauman agrega un rasgo aún mas inquietante al referirse a estos programas (alude a Big Brother, Survivor y The Weakest Link, que en España se tradujo como El rival más débil) en su libro Mundo consumo. Habla de conductas que reflejan, en lo aparentaría no ser más que un simple programa de entretenimiento, convicciones que se han generalizado en muchos ámbitos de la convivencia social y que tienen que ver con la idea de que para sobrevivir en el mundo cualquier herramienta es válida. “Estos espectáculos televisivos, que han seducido a millones de espectadores y han cautivado su imaginación, son ensayos públicos del concepto de la ‘desechabilidad’ de los seres humanos –sostiene Bauman-. Son portadores de un elemento de complacencia y de otro de advertencia fundidos en un único relato cuyo mensaje es que nadie es indispensable, nadie tiene derecho a su parte de los frutos del esfuerzo conjunto solo porque, en un momento y otro, haya añadido algo al crecimiento del grupo (y mucho menos aún, por ser un miembro del equipo, sin más).”

“La vida es un deporte duro para personas duras, viene a decirnos el mensaje –continúa el conocido sociólogo- Cada partido empieza de cero, sin que cuenten para nada los méritos pasados: uno no vale más que los resultados de su último duelo. Cada jugador (o jugadora) juega en todo momento para sí mismo (o para sí misma), y para progresar –y no digamos ya para alcanzar la cima- debe cooperar primero en la exclusión de aquellos múltiples otros que anhelan sobrevivir y tener éxito y que bloquean el camino, para luego superar en ingenio, uno a uno, a todos aquellos y aquellas con los que ha cooperado –tras exprimir hasta la última gota de su utilidad- y dejarlos atrás. Los otros son, ante todo, competidores; siempre están tramando algo (como buenos competidores que son), cavando zanjas, tendiendo emboscadas, impacientes por que tropecemos y caigamos en ellas.” O como precisa luego: una sociedad darwiniana en su más cruda acepción, donde los individuos tienen miedo constante y no ven delante suyo más que peligro, “un mundo de individuos a los que no le queda otra cosa más que fiarse de su propia astucia, intentando ser más listos y hábiles que sus rivales.”

Uno de los atractivos que producen estos programas en el espectador más ingenuo es la promesa de que podrán asistir al mundo íntimo de otras personas y fisgonear sus miserias sin ninguna restricción, una suerte de acceso al ojo de una cerradura gigante desde donde percibir la privacidad de sus semejantes sin ser advertidos. En rigor esto no es así porque, si bien los reality show no siguen un guión previo que evaporaría cualquier ilusión de espontaneidad en la conducta de los observados, el movimiento de los participantes es filmado durante el día y luego sometido, antes de ser mostrado al público, a un proceso de selección y edición que le quita toda frescura. O sea, ese proceso desarrolla trucos que interfieren y manipulan lo que sería una mirada sin intermediación.

Vainman cuenta como es esa mecánica: “Normalmente, un guionista le pone las palabras a un espectáculo, a un programa. En un reality show lo que hace es mirar todo el tiempo en los monitores lo que sucede durante las 24 horas de filmación para descubrir las situaciones y conversaciones que interesan y pueden ser luego editadas en acuerdo con el director. El guionista elige las palabras que le parece que conducen a contar una historia y las edita como si fuera un guión. En un programa donde hay doce, catorce o dieciocho participantes, que en algún momento deben eliminarse hasta llegar a un solo ganador, se está planteando un universo de convivencia que necesariamente concluye en un conflicto. Y ese conflicto hay que contarlo de manera que atraiga al público. Para lo cual se extraen de esas 24 horas de filmación lo que sirve a ese fin.” O sea que en lo que se ve como producto final hay un trabajo previo de la mesa de edición que corta, pega o renderiza fragmentos –los más útiles- de todo ese mar de imágenes, sonidos y detalles a menudo aburridos y reiterados que se dan en las 24 horas de filmación. Por otra parte, sería peregrino suponer que diez o doce participantes que saben que están bajo la vigilancia permanente de veintisiete cámaras puedan actuar con toda naturalidad o espontaneidad. Hay siempre algo de actuación en los procederes de los concursantes.”       

Repetición y saturación

Hay entre los especialistas y estudiosos del fenómeno televisivo bastante consenso en considerar que es imposible encontrar una única definición de calidad. En primer lugar porque existen tantos elementos en juego para lograr una definición así –estéticos, éticos, culturales, de eficacia, de gusto del público, de relación con el contexto histórico y muchos más- que ponerse de acuerdo sobre ellos para luego ir a una conceptuación unívoca parece más bien una quimera. La admisión de esta dificultad no debe ser entendida, sin embargo, como una renuncia al esfuerzo de lograr una televisión que no se sumerja de manera constante en la vulgaridad o la intrascendencia como trama exclusiva de su programación, como a menudo se comprueba aquí y en otros países, especialmente en la llamada televisión basura.

Por eso, y en la búsqueda de criterios que permitan encontrar coincidencias, muchos  especialistas han sostenido que un buen camino para lograr un aceptable nivel de calidad en la televisión, tal vez no el óptimo desde cierto punto de vista pero tampoco el peor, es apelar a la diversidad. O sea que el sistema televisivo debe ofrecer un amplio repertorio de programas, una plataforma creativa que eluda la homogeneidad de oferta y estimule la diversidad de géneros, contenidos, formatos, tipologías, estilos, posiciones y opiniones expresadas. Para ampliar estos conceptos, es recomendable leer Televisión y calidad. El debate internacional, libro de los catedráticos italianos Giuseppe Richieri y María Cristina Lasagni, que compila las investigaciones de cerca de treinta competentes profesionales sobre la televisión de su país. En ellas se echa un exhaustivo vistazo sobre los lugares comunes a que acuden quienes no quieren cambiar las actuales prácticas, sosteniendo que la televisión generalista es reacia a las innovaciones, y los puntos de vista de aquellos que admiten que, dentro de ciertos límites, las transformaciones son posibles. 

En relación a esta aspiración, habría que decir que la instalación de programas como Gran Hermano o ciertos entretenimientos al estilo de Bailando por un sueño o Show Match, de Marcelo Tinelli, no son en sí mismos reprochables –en todo caso podrían integrarse dentro de esa línea de diversidad que pretenden los especialistas más serios- si no fuera por el efecto derrame que producen. Después de instalarse, estos productos inundan durante muchísimas horas la televisión mediante la repetición en otros espacios -programas de chismes, magazines, etc.- de las riñas, polémicas o insultos que se han generado entre sus integrantes, siempre más cerca del bochorno que de la gracia. Copan casi todos los horarios de tarde de la televisión por aire y provocan una sensación sofocante. “El problema no es que haya estos programas, sino que la televisión se dedique solamente a ellos -sentencia Vainman-, pero claro como los reality show como Gran Hermano son muy caros en términos de producción y emplean entre ciento cincuenta a doscientas personas, hay que amortizarlos con muchas horas de programación. Entonces tenés el directo de la mañana, el directo de la tarde, el debate de la noche, las galas de los semanales. Y después el derrame mediante el menú con que se nutre a los programas satélites, que son programas de chimentos. Es un poco lo que también hace Tinelli.”

Entre las distintas opciones que los estudiosos y entidades profesionales proponen para alcanzar plafones más aptos de diversidad, un género al que se menciona con mucha frecuencia es la ficción, que tiene una gran tradición en el país y una acogida por demás favorable de parte del público y le proporciona un entretenimiento que puede llegar a ser muy rico. Sin embargo, no se ve muchas ficciones en la televisión argentina, sobre todo comparando las cinco o seis actuales que se emiten por los canales de aire con las cuarenta que se pasaban en otras décadas. “Cuando los canales hacen ficciones la audiencia las ve y disfruta mucho. En ese sentido, la ficción goza de muy buena salud -comenta Vainman-. El problema es que, para gastar menos y ganar más, muchos productores prefieren evitarla y poner en su lugar un debate de Gran Hermano. Pero ese es un problema de los productores que desean mejorar su nivel de rentabilidad. No tiene que ver con el público. Cuando el espectador cuenta con otras opciones suele elegir las ficciones, tanto en los canales de aire o en el cable (películas, series). Ahora, si su única alternativa es la televisión de aire y tiene cuatro programas iguales en realidad no elige nada, no tiene posibilidad de hacerlo.”

Frente a esta merma de la ficción, la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) pidió en la etapa de discusión de la ley de medios que del 70 por ciento de producción nacional que imponía la norma, el 50 por ciento fuera de ficción, o sea un 35 por ciento de la programación. Se proponía esto pensando además que las ficciones son una fuente muy relevante de generación de trabajo para los realizadores, actores, autores, técnicos. Una telenovela sola da ocupación a no menos de 200 o 300 personas. Y esto mueve además una serie de industrias satélites: transporte, catering, etc. La propuesta no fue, sin embargo, incluida dentro de la norma.

Otros caminos

Martín Becerra opina al respecto que es correcto que esa norma del cincuenta por ciento de ficción que aconsejaba Argentores no se haya incluido en la ley. No se podía hacer otra cosa –afirma-. Me parece bien que la ley no prescriba una cantidad determinada de ficción o de otra cosa, tanto de esto, tanto de aquello, porque de ser así se corría el riesgo de que la norma fuera blanco de distintos litigios y controversias legales. Cualquier operador, invocando todos los pactos internacionales de defensa de la libertad de expresión, hubiera litigado sosteniendo que se atentaba contra la libertad de expresión. Yo quiero hacer una radio musical, ¿por qué me exigen que tenga un radioteatro?, podrían haber argumentado. O: yo quiero tener un canal informativo, no deseo hacer ficción. Esa orientación hubiera sido muy discutida. Lo que sí creo es que el Estado, sobre todo con la centralidad que tiene, puede estimular otros caminos. El sistema de medios en la Argentina ha sido históricamente comercial, gestionado por privados, pero con una alta centralidad del Estado. Lo ha sido en todas las épocas y aún ahora. Considerando que el Estado tiene una centralidad en el soporte económico de los medios de comunicación audiovisual, lo que no se puede instituir mediante la ley, el Estado sí lo puede fomentar de sus políticas. Por ejemplo, podría decir: vamos a tener líneas de aliento a la producción de ficción, a la histórica, a la documental o informativa. Entonces, en vez de castigar al reality show, lo que podría hacer es premiar todo lo que sea distinto a ese género. Si después el Canal 11 quiere hacer reality show está bien, pero en ese caso no contará con ninguna ayuda. En cambio, si hace un programa histórico o un documental tendrá colaboración del Estado. Es decir, mediante esa vía el Estado puede inducir al cambio.”

“Veamos otro ejemplo fuera de la televisión –sigue Becerra-. Algunas empresas alegaron en tiempos de la crisis financiera internacional que se verían obligadas a despedir gente por el impacto que sufrirían en su economía. El Ministerio de Trabajo creó entonces un programa para pagar los salarios de los posibles despedidos y así solucionar el problema. Bueno, el Estado podría decir: vamos a tener un régimen de ayuda para los medios que tengan dificultades en  sostener a los empleados destinados a la producción propia de ficción. No para producir un programa de chimentos o cualquier otra cosa similar, sino para quienes, al montar una ficción, tienen dificultades con sus gastos. No se impone nada, pero se alienta al que produce otra cosa. Es un incentivo, una vía indirecta que podría ayudar mucho a aquel objetivo de tener más ficciones y más diversidad.”

Ampliando sus conceptos, Becerra añade: “Y hablando de incentivos, digamos que los hay económicos, que son los que más interesan a los empresarios, pero también existen otros. La ley de medios generará una mayor diversidad de prestadores, porque permite la posibilidad de que organizaciones sin ánimo de lucro sean licenciatarias. O sea, la ley prevé diversidad de propietarios. Pero, si estudiamos con detenimiento el tema de la diversidad podemos advertir que no hay siempre una relación mecánica entre diversidad de propietarios y diversidad de pantalla o de contenidos. Puede ser que propietarios, con una lógica socioeconómica distinta, terminen finalmente copiando en su programación un modelo cultural conocido. En algunos casos, y por lo que me dicen amigos y colegas del movimiento radial comunitario, muchas emisoras de esta naturaleza lo que han hecho en rigor es copiar el modelo de Mario Pergolini en la Rock and Pop. Son admiradores de él y al tener un programa solo han clonado en pequeña escala lo que hace su ídolo.”

“Entonces, el reaseguro para la diversidad es algo que la ley no contiene –puntualiza-. Creo, en ese sentido, que la ley fue prudente y quienes la redactaron lo hicieron pensando en que, de ese modo, se defendían contra los que iban a decir que atentaban contra la libertad de expresión. Ahora bien, hay muchos ejemplos en otros países del mundo donde se estimula la diversidad con intervención del Estado a través de leyes, decretos, regulaciones o políticas. Un ejemplo es Suecia donde el Estado financia la existencia de un segundo diario de papel porque la desaparición de otro de ellos había dejado al público cautivo de uno solo. Otro ejemplo es Portugal donde hay subsidios para fomentar la programación que hable sobre las minorías políticas, sexuales, culturales o de cualquier tipo. O sea que hay un aliento para aquellas iniciativas que promuevan la ampliación del espectro de voces.”

Comentando de qué manera se aplica la ley de medios y en qué medida su vigencia mejoraría la calidad televisiva, Becerra dice: “En general, la ley de medios tiene una gran cantidad de artículos que están vigentes y otros que aun están suspendidos. De los que están en vigencia hay algunos que ya están siendo aplicados y otros que se van aplicando lentamente, porque es una ley que la verdad necesita para que se materialice en su conjunto tiempos más largos. No tanto en la Capital Federal, pero en el interior lograr un porcentaje de producción propia como pide la norma llevará tiempo. Se necesita generar un modelo de negocio, un modelo económico que sea soporte del costo de la producción propia. Dentro de los artículos que se están vigentes, veo cierta lentitud por parte de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisuales en la instrumentación de ciertos artículos, por ejemplo, aquellos que establecen que los proveedores de televisión por cable deberían tener una tarifa social, un precio mucho más bajo para la población de menores recursos. Lo cual implicaría un gran beneficio. Incluso si no estuviéramos en un capitalismo rentista, como el que vivimos, sería hasta un muy buen negocio para los propios operadores, sobre todo pensando que el gobierno está generando una competencia cada vez más grande con la televisión digital.”

Una opción atractiva

En relación a la televisión digital, Alejandro Robino comenta algunas novedades dignas de señalarse en el campo de la ficción, donde aparecen nuevas opciones que podrían contribuir a ampliar en el medio ese horizonte de diversidad al que venimos aludiendo. Igual que lo hizo el año pasado, hace algunas semanas el Estado llamó a un segundo concurso para proveer de materiales a la televisión digital. Pero, a diferencia del primer ciclo, esta nueva convocatoria había sido anticipada por otra fuerte apuesta: el anuncio de la instalación de 47 antenas en todo el país, novedad que comunicó la propia presidenta de la Nación. Junto con esta noticia se informó que en  breve comenzaría también la entrega de aparatos para ver televisión en ese sistema. “Los guionistas veníamos reclamando espacios de ficción en la televisión abierta –señala Alejandro Robino-. Bueno, ahora en la nueva televisión, se nos abre un lugar, un espacio que puede ser muy atractivo. La televisión digital es irrefrenable y terminará como avance tecnológico imponiéndose a la televisión abierta, radioeléctrica y por cable. No hay que desaprovechar esta oportunidad. Lamentablemente, muchos colegas se han acostumbrado a la mecánica de escribir solo cuando les convocan para un programa determinado, ya no generan proyectos a partir de su propia iniciativa. Estos concursos ofrecen la posibilidad de probar esta otra vía.”

En el concurso del año pasado se presentaron 1100 proyectos y hubo subsidios para  miniseries de cuatro, ocho y trece capítulos y para documentales periodísticos. El Estado triplicó la cantidad de premios para el segundo concurso -se calcula que el monto será de 150 millones de pesos- y expandió el número de categorías en las que se puede competir. Con lo cual las posibilidades de poder participar con éxito mejorarán notablemente. En relación a la calidad de los materiales que se puedan elaborar en ese concurso, Robino reflexionó: “El tema de los libros, la dirección o la actuación en la televisión no se puede analizar escindiéndolo del negocio y de la forma de producción. Un buen actor, si dispone de tiempo para ensayar, tendrá más posibilidades de cumplir un desempeño adecuado que si le entregan la letra que debe decir mientras lo están maquillando. Un director de cámaras que pueda ser además director integral, dirija actores al estilo de lo que hacía Alejandro Doria, y tenga tiempo para ensayar y pensar en distintas puestas de cámara, bueno, es muy probable que logre una factura mejor que si resuelve con la celeridad a que suelen someterlo las producciones habituales. Y con el autor pasa algo similar, con el agregado de que, además de estar condicionado por los tiempos de entrega, siente la limitación que le impone la preocupación excesiva por abarcar el máximo de público posible, de tener que conformar a todos. Un texto que opina, que toma partido deja afuera a algún segmento, no ya del público, sino del mercado. Con ese corsé por delante, el autor se acostumbra más a mostrar que a decir”.

“En la Argentina hay muy buenos autores escribiendo -señala Robino-. Eso no significa que todos los textos que produzcan sean muy buenos. Y esto porque las mencionadas condiciones impiden sacarle a ellos lo mejor. Entonces en lo que hay que pensar un poco es en esta cuestión general del negocio televisivo y la forma de producción que ello engendra. La ley de medios, por un lado, que creemos  producirá un mejor reparto de la torta televisiva, la torta publicitaria, y la televisión digital, por el otro, con este fomento o estímulo que desarrolla sobre la producción de nuevos contenidos, tiene todas las posibilidades de incidir a favor de un cambio en el panorama actual. ¿Por qué? Básicamente, porque si se hacen productos atractivos en el ámbito local, la publicidad local puede quedar en la zona y permitir una producción federal. Quiero decir: si a través de un concurso se pone en marcha una miniserie en Chajarí y el producto le gusta no solo a la gente de Chajarí sino a todos los entrerrianos, correntinos y habitantes de la zona de influencia, por más que luego se vea en todo el país, ese material va a provocar una captación natural de recursos publicitarios de la zona. Si esto ocurre, habrá una modificación del negocio. Y lo que los concursos han permitido es pensar en libros que no estén condicionados por el rating, trabajar sin estar sujeto a su tiranía. Eso sin mencionar que el tema del rating es algo que se debe volver a discutir porque estamos hablando siempre de una torta publicitaria de Capital y Gran Buenos Aires y de una medición bastante extraña. Con lo cual creo que estos dos instrumentos: la televisión digital, que va a permitir se vea bien en todo el país y se vea donde hasta ahora no se ve, y la ley de medios, crean condiciones que podrían llevar a un salto cualitativo y federal en la televisión.”

Robino acentúa el condicional: “Digo podría, porque las condiciones se están creando, pero depende de nosotros tomar estas herramientas y hacerlas valer. Porque, de no ser así, podría ocurrir otra cosa con la televisión digital y esto hay que decirlo: que lo único que genere sean nuevas bocas de expendio para alimentar a las cuatro productoras que hoy crean el 85 por ciento de lo que produce el mercado local en materia de ficción y que son Pol-ka, Ideas del Sur, Underground y LC Acción. Puede pasar, porque si se llega a producir en Entre Ríos, la Patagonia, la Capital fuera de los circuitos habituales y otros lugares y lo que se hace no gana el favor del público, las señales emisoras van a empezar a pedir para su pantalla los productos ya conocidos. Lo cual va a generar que esas cuatro productoras tengan más trabajo y bocas de expendio para lo suyo. Efecto que sería contrario al deseado, porque la ley de medios y la televisión digital no fueron concebidas para eso. Pero, para eso es necesario un alto estado de conciencia en todos los factores de la producción y sobre todo entre los autores. Los autores tienen que participar con sus libros, involucrarse, cada proyecto necesita un guión. Y, bueno, ahí está abierta esa oportunidad, hay que aprovecharla. Si logramos hacer una televisión que gane el favor del público, que entretenga sin por eso ser banal, entonces podremos dar batalla para modificar el mapa del negocio en manos de unos pocos, que es como está armado en la actualidad.”

“Hoy veo por la televisión digital 19 señales –continúa Robino-, pero en términos teóricos puede haber cientos de ellas, alrededor de unas 600, aunque solo 71 por jurisdicción. Donde hoy en el espacio radioeléctrico va una  señal en el digital pueden ir 7. La Capital podría tener hoy si quisiera 15 señales radioeléctricas, pero nunca las tuvo, porque jamás se licitaron más que las 4 señales de aire que hoy funcionan. Cada una de esas 15 podría multiplicarse a la vez por 7 como máximo, aunque no necesariamente porque las que son HD ocupan el doble, entonces se reduce el espectro. Canal 7 se guardó para sí 2, con lo cual podría tener hasta 14 señales. De hecho, Canal 7 emite hoy Encuentro, Paka Paka, Canal 7, Canal 7HD y Canal Aqua, 5 en total. Pero, el espacio radioeléctrico es mucho mayor del que se usa. Mi opinión es que la televisión digital  terminará por reemplazar al cable. Eso debido a que cada persona tendrá una innumerable cantidad de señales con una antenita de teléfono celular y podrá disfrutar de una disponibilidad mucho menos engorrosa. Hoy un dispositivo de televisión digital para una notebook vale 200 pesos y es una USB chiquita con una antenita. Lo conecto y tengo 190 canales en cualquier lado. Cuando tenga 600 para qué voy a estar atado al cable. El cable es un dinosaurio tecnológico. Es como preguntarme que pasó con el VHS. Bueno, se murió. Es un proceso que se producirá.”

“La televisión digital, por empezar, es gratuita y será muy accesible. Los televisores vendrán con un dispositivo que permitirá ver muy bien. Recordemos que el cable irrumpió no solo para brindar mayor cantidad de señales, también para que se viera mejor. En algunos lugares, el cable era la opción única. Tener televisión era poseer cable. Con la televisión digital se vuelve a la televisión abierta. Contar con televisión no dependerá de tener cable. Las televisiones abiertas emitirán digitalmente. De hecho, Telefe ya emite en digital y Canal 13 no sale porque no quiere. También podría hacerlo. Tinelli sale en HD para los que lo tienen. Esas emisoras podrían dividir su señal. Hoy Telefe es una señal, pero mañana podría dividir ese espacio radioeléctrico en lo que le parezca. No lo hace para no dividir la torta publicitaria, necesitaría elaborar mayor producción para recibir lo mismo que hoy. La idea, precisamente, es que con la multiplicación de señales y productos se pueda democratizar el reparto de esa torta. Lo peor sería que se siguiera concentrando, como sería el caso eventual mencionado de que todas las señales compraran a las cuatro grandes productoras que hoy lideran el mercado. Para evitar eso, insisto, habrá que ganar el favor del público con productos atractivos. ¿Se puede hacer? Sin duda. Yo veo Canal Encuentro o Paka-Paka y me parecen atractivos. Lo mismo, me ocurre al ver la transmisión de fútbol. Cuando digo atractivo y de calidad no necesariamente estoy apuntando a realizaciones que tengan un lazo con  lo educativo o lo instructivo. Pueden haber también entretenimientos de enorme calidad. No era lo mismo Odol pregunta que A ver quién escupe más lejos y los dos eran programas de entretenimiento.”

Nuevas miniseries

Robino y Omar Quiroga  participaron del primer concurso convocado por el Estado para proveer a la televisión digital de contenidos. Y ganaron con un proyecto de miniserie en 13 capítulos llamada Memorias de una muchacha peronista, ya terminada. Sumados todos los proyectos aprobados, ese primer concurso les dio trabajo a unos 460 actores. El gremio debería entender que la televisión digital podría multiplicar las fuentes de trabajo, que abre espacio a mucha gente, porque los actores ya consagrados no van a esos  proyectos –en general- debido a que los cachets que se pagan son bajos. “La miniserie que filmamos con Quiroga como autores, directores y productores –explica Robino- nos permitía gastar nada más que 90 mil pesos por capítulo. Ese era el límite, una cifra una seis veces menor de lo que gasta la televisión abierta en un capítulo de una telenovela.  Se podría decir que es porque las tiras duran una hora y en esta miniserie los capítulos tienen solo 30 minutos. En rigor, esa no es la causa principal, porque hay una cantidad de costos que son idénticos sea la serie de una o media hora. Un traje para un personaje sale igual no importa cuando tiempo se lo use. Se trabaja con menos dinero. Y no es que esta realidad sea lo ideal, pero es así y obliga a un esquema de producción muy pequeño. Una de las cosas que me llamó la atención es que los cinco proyectos ganadores de miniseries en el primer concurso tuvieron un esquema de producción bastante similar. Todos describen su historia dentro de algún ámbito, porque el dinero no alcanza para soportar costos en exteriores.”

“Nuestra miniserie transcurre dentro de una radio, otra en una clínica, otra en un submarino, etc. Es decir, sin conocernos todos los autores de los libros coincidimos en situar las historias en un espacio cerrado. ¿Por qué? Porque lo que condiciona es la producción. La producción condiciona al libro. Y cuando digo que la condiciona no solo es para mal, sino también para bien. Es muy importante que los autores sepan escribir para las condiciones de producción factibles, porque sino el mejor libro sucumbe, es imposible realizarlo. Nosotros, somos los autores de una escritura en tránsito, que se plasma luego como un componente más de una realización audiovisual, por lo tanto debe tenerse cuenta esos desafíos y aprender a resolverlos. Es por esa razón, que Omar y yo organizamos con el apoyo de Argentores y el INCAA unas jornadas gratuitas, que se concretaran en el Anexo de la primera entidad, a fin para trabajar con quienes lo deseen en los proyectos que se puedan presentar en el segundo concurso de la televisión digital. A nosotros nos interesa transmitir la experiencia que tuvimos y volcarla en la medida en que pueda ser de ayuda para los autores, contarles las dificultades y ventajas que tuvimos, analizar los parámetros que se deben atender para alcanzar la calidad en una producción de bajo costo, cierto abecé que es necesario no olvidar en la escritura del libro en esas experiencias. La idea es brindar a través de las jornadas una herramienta objetiva, no meternos con lo ideológico ni lo temático. En ese terreno cada uno escribe lo que quiere.”

Robino supone que los concursos se convertirán en una política de Estado. En relación a eso señala lo que considera un déficit de este segundo concurso: “A mi me hubiera gustado que ya en este concurso se hubieran modificado algunas reglas para permitir un anclaje de las producciones en el negocio local. Nosotros entregamos el audiovisual al Estado, el Estado lo difunde y ahí se termina. Al no tener ningún tipo de anclaje con la comercialización del producto, se requiere que para volver a participar del concurso uno debe presentarse otra vez y ganar. Lo interesante sería fomentar la posibilidad de que los ganadores quedaran dentro de una cadena de productividad que les permitiera presentar su próximo proyecto directamente a los productores locales. Pero, es un deseo, está todo para mejorar. Las miniseries y documentales realizados van ahora a un banco de contenidos. Y su difusión depende de varios factores: depende de los canales que están dentro de la red, de cómo se van a programar. Del mismo modo, la suerte de la miniserie queda también un poco a merced de la habilidad del programador del canal donde se dará, él tiene en sus manos que tenga más o menos llegada, porque a determinado día y en determinado horario puede tener mayor repercusión o mayor empatía con el público que en otro día y horario. Esto hace que la demanda del público vaya de la mano de la publicidad. Los factores en juego como se ve son muchos, pero lo importante es que se ha abierto una puerta que puede darnos acceso a una etapa fascinante. Veremos qué somos capaces de hacer.”

 

                                                                   A.C.

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