Entrevista al actor Ivan Moschner

Entrevistas

Tres actuaciones formidables en igual número de obras de teatro en cartelera hoy, han robustecido el merecido reconocimiento del que gozaba desde hace tiempo el actor Iván Moschner. En un rápido repaso por su vida su itinerario laboral, el intérprete nos cuenta el deslumbramiento que experimentó al ver por primera vez teatro en Misiones, de donde es originario, y el inicio de su carrera en Buenos Aires, que lleva ya más de treinta años. También expone algunos aspectos de su trabajo en los espectáculos en los que actúa en estos días

Si la calidad de un actor se mide por la regularidad de su nivel y la cantidad de buenos trabajos que ha realizado, no hay duda que Iván Moschner, tiene a los 53 años ejemplos de sobra para avalar que es uno de los intérpretes más destacados de la escena argentina actual. Con más de treinta años de trayectoria y una carrera que ha ido construyendo con riguroso cuidado y lejos de la búsqueda de la notoriedad, es de esos actores a los que se les puede creer de verdad cuando dicen que el objetivo principal de sus composiciones no es el éxito sino la mejor factura posible del personaje que ofrecen al público. Las labores que lleva a cabo en tres obras teatrales hoy representadas en la cartelera de Buenos Aires (Los hombres vuelven al monte, La crueldad de los animales y Todas las cosas del mundo) son una prueba irrefutable de esa calidad que señalamos, como de igual forma lo es el hecho de que compitiera en la terna de las actuaciones masculinas más sobresalientes elegidas por el jurado del Premio Trinidad Guevara del año 2015, el más serio de los que se dan en la metrópoli, y que terminó ganando Luis Machin, otra figura de gran relieve, hace pocas semanas.

      Nacido en la colonia de Caragutay –ubicada a once kilómetros de Montecarlo, capital de las orquídeas casi a mitad de camino entre Posadas y Puerto Iguazú-, Iván vivió y creció en sus primeros años de vida en medio del exuberante paisaje vegetal de la selva misionera, los cursos de agua y la tierra colorada. Y fue en Montecarlo, precisamente, que vio teatro por primera vez en su vida. Y dice que la obra que presenció, Jettatore, de Gregorio de Laferrère, lo shockeó a tal  punto que decidió que se dedicaría a esa disciplina. Algunos suponen que la profesión de los actores es un camino sembrado de pétalos.  Y, en la mayoría de los casos no lo es. Es un camino que exige muchos esfuerzos y que tiene tramos nada dulces. Iván era hijo de una maestra y de un conductor de camiones de corta distancia. De modo que las cosas no se le hicieron sencillas. Al empezar a estudiar teatro en Montecarlo debía recorrer esos once kilómetros hasta Montecarlo –cinco eran de tierra y el resto asfalto- y a veces, cuando el padre no podía llevarlo o el barro impedía circular en automotor los caminos, se los hacía a pie. Era un sacrificio, pero lo hacía con gusto. En Montecarlo tuvo su primera profesora de actuación. Y, como su madre era maestra, y de tanto en tanto la trasladaban, se radicó en Posadas donde se vinculó con un grupo de teatro de la ciudad, donde llegó a representar dos obras. Y fue en ese lugar que decidió trasladarse a Buenos Aires para ingresar,  ya tenía 17 años, a la Escuela Nacional de Arte Dramático.

      Pero en la gran urbe había que sobrevivir, además de estudiar. Y hubo que conseguirse algunas ocupaciones rentadas. “Mis padres no eran pudientes y tenían, por otra parte, que mantener a otros hermanos menores que yo –cuenta Iván-. De modo que me ayudaron un tiempo con un dinero que me servía para pagar la pensión. Para cubrir las otras necesidades, sobre todo comer, me empleé como cadete y me conseguía unos pesos. Yo pensé durante mucho tiempo que mis padres me habían ayudado solo cuatro meses. Y eso lo debo haber dicho en alguna entrevista, porque una vez, de regreso a Misiones para ver a mi familia, mi mamá me agarró y me dijo: ‘Nene, estás equivocado, nosotros te ayudamos un año’. Y, al tiempo, pensé también que podía intentar actuar y comencé a golpear las puertas de algunos teatros para conseguir algún papel que hacer. Y tuve la suerte de llegar al Picadero, en el que Inda Ledesma estaba ensayando en cooperativa una versión de Medea que fue muy comentada. Me atendió su asistente y durante todo un año hice de soldado cuatro y algún otro papel en esa obra, que fue mi primer trabajo teatral en Buenos Aires. Y entonces, comencé por esa época a hacer un taller de actuación con Inda. Era una artista de una gran inteligencia y de alguna manera me marcó en muchos sentidos. Tenía, por otro lado, mucha preocupación por sus alumnos. Algunos teníamos incluso un permiso de ella para ir a su casa a comer cuando estaba ausente. No utilicé demasiado ese derecho, pero debo decir que en ocasiones lo usé. Era de su parte un gesto generoso. Nos decía que nos daba ese permiso para que no cayéramos en la desesperación e hiciéramos cosas raras. En casa de mi madre hay una gran foto de ella. Fue apasionante trabajar con Inda en Medea y verla. Luego volví a actuar bajo su dirección en una versión de Las tres hermanas, de Chejov. Yo hacía el Andréi Prózorov. Un día, me encontré con ella y me ofreció hacer ese papel. Me dijo que era en el San Martín y que aunque no me conocía hablaría por mí. Lo hizo y a las semanas me hicieron una audición, que terminó con mi contratación.” Y luego vinieron muchas intervenciones en una infinidad de títulos que sería imposible computar en su totalidad, pero entre los que se pueden mencionar: Rey Lear, Penas sin importancia, Peer Gynt, Marat Sade, El panteón de la patria, Marathon, El gran deschave, Rinconete y Cortadillo, El pan de la locura, Antígona Furiosa y muchas otros.

     Iván se refiere de inmediato a las tres obras en las que actúa en la actualidad y con las que ha cosechado excelentes críticas. La primera de estas tres obras por orden de aparición en el tiempo es Los hombres vuelven al monte, que ha escrito y dirige el autor Fabián Díaz. Esta pieza está constituida por dos historias: la de un héroe de Malvinas que se convierte en bandido rural y toma al monte como territorio de sus robos y la de un hijo que también se interna en el monte en busca de su padre desaparecido y sufre toda clase de calamidades. Lo interesante es que todos los personajes de este texto viven en el cuerpo de un solo actor, que en este caso es Iván Moschner. “Es un material que, hasta el estreno, nos llevó casi dos años de ensayos –detalla el actor-. Es un proyecto que me entusiasmó por su valor poético. Me interesó el lenguaje y que fuera una tragedia que transcurriera entre personajes que no tienen poder, que son débiles, marginales y no participan en las decisiones de los poderosos. Y a los que les cuesta reflexionar sobre su propia condición. Y me gustaba que su texto combinara un lenguaje culto con expresiones del Chaco que, como yo soy misionero, me resonaban mucho. Yo conocía a esas personas de las que hablaba la historia. Yo fui de la generación de Malvinas y, aunque no fui a la guerra, viví como estudiante todo el clima de esa época. Estrenamos la obra a finales de 2014.”

     Mientras ensayaba Los hombres vuelven al monte, filmó cuatro capítulos de El hijo de Aurora, perteneciente al programa Doce casas, escrito y dirigido por Santiago Loza, una experiencia casi teatral, afirma nuestro entrevistado, por su diseño, la cantidad de texto y el hecho de que el autor era un dramaturgo conocido. Y una labor muy elogiada. También hacía algunas otras actividades para procurarse el sustento, entre ellas la de dar clases. Después surgió La crueldad de los animales, de Juan Ignacio Fernández, en el Teatro Cervantes, lo que significó un sueldo fijo durante todo el tiempo para el que lo contrataron. Y mientras actuaba allí, empezó a ensayar Todas las cosas del mundo, de Diego Manso, que dirige Rubén Szuchmacher y desde hace algunos meses se da en el Payró. Iván afirma que no es de los actores que se quejan porque trabaja en simultáneo en varias obras y ensaya y actúa muchas horas al día. Al contrario: sostiene que le gusta. “Me interesa, sobre todo, estar en el escenario –comenta-. De manera que no sufro el sacrificio de ensayar varias horas y luego actuar. Los ensayos son muy buenos, porque ayudan a encontrar el personaje, a veces con más fortuna, otras no tanto. Uno prueba y prueba, tratando luego de rescatar del trabajo lo que supone le interesará más al espectador. En este momento, en que estoy actuando en tres obras que son muy diferentes, la exigencia ineludible es desplegar una enorme precisión en el contenido. En mi caso la actuación no tiene relación alguna con el éxito ni nada que se le parezca. Lo que deseo es contribuir a que el mundo de la obra se realce todo lo posible gracias a esa labor que hago. Y si bien originalmente, cuando era niño, al ver revistas pensaba en salir en las fotos, después ese deseo se esfumó. Pero en esa etapa lo único que veía era cine y no conocía el teatro.”

    La crueldad de los animales es una obra teatral de fuerte contenido político que describe la crisis argentina que nos llevó al 2001 condensada en el juego de corrupciones, deslealtades y secretos que se vive en el entorno de una familia formada por tres generaciones de personas. Montada de un modo muy creativo por Guillermo Cacace, la pieza se aleja en su puesta de los tonos naturalistas y genera en la acción y caracterización de los personajes un lenguaje que va más allá de lo que propone lo meramente literario. En este momento, y luego de la temporada en el Cervantes y la gira por varias ciudades provinciales, el espectáculo recaló en el Teatro Apacheta. Según nos dice Iván, el director modificó algunos detalles de la puesta y del espacio. “En esta nueva sala, el espectador parece estar más cerca –señala Moschner-. En el Teatro Cervantes había como una pequeña elevación, acá no, entonces el contacto con el público parece más carnal, es como si la obra se abriera o ahuecara un poco para dejar que el público, al menos, con sus ojos y su mente ingrese mejor en ella.”

       Le preguntamos a nuestro entrevistado como se halla frente a una obra con tanto texto como Todas las cosas del mundo, que es la otra obra en la que actúa en estos días. “Me siento muy bien, porque es un texto que me agrada mucho. La construcción de las oraciones sigue una regla precisa, de la que el actor no se puede correr. Y, si no la alcanza esa demanda del texto, se produce otra cosa, una caída en el naturalismo, esa tendencia que algunos actores tienen de acomodar la manera de hablar de los personajes a la de ellos. O la tendencia a cambiar palabras. Y no es lo mismo respetar al autor que no respetarlo. Yo me planteo siempre que si el autor se pasó largo tiempo buscando la palabra justa, no tiene por qué venir un actor que, por capricho o desconocimiento, le cambia el texto en la primera ocasión que se le presenta. Si el autor está vivo y el actor quiere conversar con él tal vez pueda acordar un cambio en algo que cree pertinente, pero no modificar porque se le ocurre y en una decisión arbitraria lo que está escrito. Cuando me ofrecen actuar en una obra acepto solo luego de leer el libro y estar de acuerdo con lo que leí. Esta obra la recibí en abril de 2015 y empezamos a encarar los ensayos en agosto. Había terminado hacía poco de trabajar en otra versión de Las tres hermanas dirigida por Luciano Suardi, veinticinco años después del trabajo hecho con Inda Ledesma, y en esta ocasión interpretando el papel de Feódor Kuliguin.”

     Iván Moschner, mientras espera poder intervenir este año en tres películas en las que fue invitado a participar, también dirige con cierta frecuencia teatro, pero solo en un grupo de teatro independiente ligado a su militancia política, el Morena Cantero Juniors. “En este momento –informa- estamos haciendo El fantasma que recorre el mundo, versión teatral de El Manifiesto Comunista. La primera versión de eso fue el propio Manifiesto Comunista. La segunda el Manifiesto Rénix. El guion sigue siendo el mismo, pero cambió la teatralidad. Son más de veinte años con ese grupo y he dirigido también con él obras no políticas. Hace poco me invitaron de Misiones para inaugurar un Centro de Conocimiento dirigiendo una obra de teatro y elegí La zapatera prodigiosa, de Federico García Lorca. Y la hice con acento misionero. Y luego se emitió por televisión.”

      Es interesante oír lo que Iván cuenta en relación a los vaivenes en la profesión de actor, aun siendo un artista muy reconocido como lo es él hoy: “Los ingresos de los actores no suelen ser regulares, lo que se gana depende de cuánto uno trabaja. Y habitualmente tampoco son muy buenos los honorarios, salvo algunos casos. Uno recibe muchos elogios, pero eso no se traduce siempre en la mejora de los ingresos. No obstante, debo decir que lo que me pagaron en el Teatro Cervantes estuvo bien. En mi caso, tengo cuatro o cinco meses del año en los que suelo no percibir dinero. Antes esa circunstancia me ponía muy mal, me hacía sufrir mucho. Pero ahora he aprendido a prevenir los tiempos de sequía. Y en las épocas buenas trato de ahorrar para sobrellevar las carencias de los meses de poco trabajo. Con Todas las cosas del mundo he logrado un básico al que, poniéndole un poquitito más, me permite vivir sin sobresaltos. Y estoy cuidando mucho los gastos en la vida cotidiana, limpiando hábitos que ya no me puedo bancar, como el de tomar taxis. Sobre todo en este momento, que es muy duro y todo ha subido tanto. No soy propietario y alquilo el lugar donde vivo. Y hubo muchos años en que no tuve trabajos en ámbitos oficiales. En ese tiempo me ayudó bastante la docencia. Era un sueldo pobre pero aportaba a la totalidad. Y lo hacía en el Parque Avellaneda, donde llegué a montar El principito. Después renuncié. Y ahora hago docencia más privadamente, tengo algunos alumnos los días martes por mantener esa posibilidad de enseñarle a alguien.”

     Como se ve, un panorama que no es de orquídeas, aunque el protagonista de estos hechos sea un hombre que viene de la capital de esas flores. Lo extraordinario en los hombres como Iván es que, a pesar de todas esas dificultades, de las oscilaciones entre etapas buenas y otras que no lo son tanto, la vocación, la pasión por su profesión –que es lo que da razón de ser a su vida- es una llama que no se apaga jamás. Como las venerables orquídeas que ya eran famosas por su poder de sobrevivencia entre los chinos y los griegos, Iván resiste y sigue avanzando gracias a esa llama y su talento, dos dones que le han permitido y le permiten entregar tantos de esos regulares y brillantes trabajos actorales que honran a su oficio y deleitan al público. 
                                                                                                      A.C.