Bernardo Cappa, puro teatro

Entrevistas

En animada conversación mantenida en un café de la calle Corrientes, el dramaturgo y director Bernardo Cappa se refirió a aspectos de las tres obras que pondrá este año en escena, dos en calidad de reposición y otra como estreno absoluto. Autor de un teatro que explora con humor, pero también mucho filo, algunos vicios o taras de la sociedad argentina, Cappa ha logrado en los últimos años varios éxitos indiscutibles. En este intercambio, se explayó sobre lo que hoy significa para él escribir y hacer teatro.   

    Un diputado presenta un proyecto de ley en el Congreso para que se les aumente cada tres meses sus cobros a los jubilados con el fin de mejorar su situación de vida. Un diario dice al día siguiente que esa decisión provocará un descalabro en la economía y dañará a la sociedad. Otro afirma que los ancianos más protegidos son los que más tendencia tienen a descuidarse y correr peligros. Un tercero publica una encuesta que revela que los jubilados no necesitan ninguna mejora de esa naturaleza. ¿Dónde está en este hecho, imaginariamente construido por esta nota, la verdad? Por descabellado que parezca el planteo, la existencia cotidiana nos muestra a diario esta diversidad de opiniones en la sociedad argentina, donde lo más probable es que distintos lectores tomen a su gusto cualquiera de esas versiones y la propalen como la verdad del asunto.


     La realidad argentina, dice el dramaturgo y director Bernardo Cappa, 44 años, es una fuente inagotable de estas situaciones que, por lo contradictorias, tienen siempre un enorme atractivo teatral. En La verdad, una pieza suya que reestrenó hace pocos días en el Camarín de las Musas, este autor desarrolla, a partir de un encuentro casual (dos escritores y la esposa de uno de ellos, camino a sus vacaciones, se topan con dos individuos que trasladan a una vieja y famosa actriz y les solicitan ayuda), una historia de consecuencias delirantes y gran potencia en lo teatral, en la que una y otra vez a los personajes les es difícil ubicar dónde está la realidad y dónde la ficción.


    Muy elogiada por la crítica y próxima a viajar a un festival de teatro en Portugal, La verdad  es el primer reestreno de una obra, con autoría y dirección de Cappa, que se produce este año. El otro, Es un sentimiento, se verificará en marzo próximo en Andamio 90, donde ya tuvo una temporada el año anterior. Pero, en mayo, habrá una tercera obra, que ya se está ensayando e irá en calidad de estreno, en el Universal, sala del Pasaje Soria, cerca de la Plaza Serrano. Se llama Dadas las circunstancias. Puestas de alta precisión escénica (“creo que esta última versión de La verdad tiene el punto de cocción exacta, como una comida que se saca a punto”, dijo) e interpretaciones de intensa  expresividad (“en esta línea me considero deudor de las enseñanzas de Ricardo Bartis”, agregó), este autor tiene la capacidad de explotar la cotidianeidad de la existencia para descubrir en ellas los mitos que suelen ensombrecer el entendimiento y razonabilidad de diversos sectores de la sociedad.


    En La verdad, ridiculiza los efectos que producen ciertas construcciones mediáticas, algunos tics intelectuales o la colonización ideológica. Y revela hasta qué punto las  palabras, usadas como capas de argumentación vacía o pura retórica, obturan el camino hacia la verdad, hacia lo real. Es particularmente gracioso el pasaje en que uno de los escritores afirma que los pueblos de habla hispánica no pueden llegar a la razón porque el logos es fundamentalmente una construcción de la filosofía alemana, cuya sintaxis pone el verbo atrás del predicado. Ese mecanismo de desmitificación se repite en otros títulos suyos –son más de veinte-, que, en proceso de reescritura, se publicarán en una fecha que todavía no está acordada, pero que con seguridad no pasará de este año.


    Hijo de Ángel Cappa, el talentoso entrenador del fútbol argentino, en la actualidad en España, e hincha de Independiente, aunque no fanático como confiesa, Bernardo comparte con su padre el gusto por ese deporte, que cuando puede práctica con otros compañeros del mundo escénico. Pero, su verdadera vocación está en el teatro, como autor, director, actor y docente. Como profesor, además de las clases que dicta en forma privada, enseña también en el IUNA, en las cátedras de dramaturgia y actuación. Y aunque todas esas disciplinas le agradan mucho, afirma que cada vez lo seduce más la escritura.

Cada vez se nota un mayor interés en tu obra por el relato. ¿Por qué?
Sí, es verdad, cada vez me inclino más por el relato simple, clásico. Es que el campo de exploración del relato es infinito. Mauricio Kartun nos hablaba siempre de Roberto Cossa como un autor faro. Pero recuerdo que hubo un momento en que yo, como algunos representantes de mi generación, teníamos ciertos prejuicios que nos impedían aceptar los saberes de autores como Cossa. Y ahora les estoy prestando atención. Hay un cierto formato, de carácter más clásico, en el que se cruzan dos relatos para narrar casi un cuento, que da grandes posibilidades de imaginar. Y eso me interesa hoy mucho.


¿Y por qué ocurrió eso?
Bueno, a cierta altura de la vida se empieza a dejar de ser joven y aparece como la necesidad de reconocerse en algunos mundos. Tito Cossa, Mauricio Kartun y otros autores importantes escribieron como escribieron porque vivieron en esta ciudad y en este país. Y nosotros también. ¿De quién voy a estar más cerca? ¿De ellos o de ciertas modalidades expresivas alemanas? Por supuesto que se aprende de todo, pero hay algo que pasa acá, en el lugar en donde estás, que es esencial. Y que tiene que ver también con el público. Es un instante en el que se dice: “Necesito esto, porque si no me siento perdido”. Se comienza a querer contar algo más personal, más alejado de la novedad y relacionado con las vivencias que se experimentan en lo social y político. Hablo de lo político no pensado como ideología, sino como construcción del relato. No es una idea que te impulsa, es algo que te pasa en el cuerpo y que te implica de otra manera. Yo ahora escribo cosas más viscerales, que se relacionan con hechos que me ocurren. Y para hacerlo busco crear un lenguaje que, aún siendo muy personal, se comprueba que está vinculado a esos autores. Sobre todo, porque hay un elemento que me parece fundamental en teatro y es que la gente pueda dialogar allí con la obra que ve, asociarla a su vida e imaginar junto al autor lo que allí se dice. Y para poder lograr ese diálogo algo común tiene que haber entre autor y público.


¿Estás reescribiendo tus obras?
Estoy en la tarea de reescribir mis obras, de asumirme como autor. Pienso el teatro escribiendo, a partir de la escritura, como si esa fuera mi verdadera naturaleza. Imagino escribiendo. Después aprendí también a desplegar eso en el espacio y aprendí actuación, pero primero que nada imagino escribiendo.


¿En este momento qué ensayas?
Estoy ensayando Dadas las circunstancias, una obra que habla del rol que juega el dinero en la vida de todos nosotros. Se trata de un elenco que está trabajando con dificultades y un día recibe a una señora que viene a lavar plata. Y eso arma un entuerto fenomenal. Hoy el dinero tiene en las producciones un valor incuestionable. No digo que el teatro está bien porque se gana dinero, pero tampoco mal. El artista debe tener un estímulo para trabajar, porque si va al ensayo triste o muy preocupado por las cuestiones económicas no rinde igual que si va con alegría, con la idea de que eso le permite vivir. No digo una alegría boba, sino inteligente e incluso con contradicciones. Imaginar es alegrarse. En cambio, el artista ganado por las preocupaciones económicas cae en la apatía. Por eso digo que, más allá de los lenguajes y las formas que busco para mi teatro, me interesan ahora mucho los temas. Y este del dinero es el que provoca las peripecias de Dada las circunstancias.


¿Cómo procedes en la escritura? ¿La construís oralmente o escribís solo también?
Las dos cosas. Yo ensayo improvisando, voy dictando textos oralmente a los actores, pero luego, al reescribirlos solo en casa, me doy cuenta de que empieza a aparecer el relato. Lo que ha sucedido en escena, los diálogos, las conversaciones inevitablemente llevan al relato. Es bueno escribir, sobre todo, para que el actor no tenga la necesidad de agregar textos innecesarios. Actuar es otra cosa: es volver expresión lo que está sucediendo, es imaginar con el cuerpo y los gestos. En la Argentina hoy es difícil ir a un teatro y ver malas actuaciones. Es un país donde hay mucho amor por el teatro. Lo que a veces hay es confusión, en especial respecto del dinero. Hay confusión sobre ganar guita o no, en la elección de ser comercial o no.


Otra obra que reestrenas se llama Es un sentimiento. ¿Es una obra que incluye barrabravas, mujeres que negocian banderas de un club de fútbol y otros asuntos que derivan en un clima de violencia, verdad?
Si, lo que me interesó tratar en esta obra es cómo se hace política con el sentimiento en este país. Pasa en muchos lugares, pero acá, en la Argentina, es como si ese sentimiento hubiera logrado una pregnancia especial, que lo vuelve en cualquier momento violento, agresivo. Es un sentimiento que se explota políticamente y que tiene como un doblez, una contracara donde puede estar la muerte, el crimen. Hay una creencia a la que se adhiere de una manera casi religiosa, un afecto muy grande, como es el del hincha por el equipo de fútbol o su bandera, pero ese afecto es usado en actos con implicaciones políticas, económicas y sociales, que son muy duras. Es extraño: en los códigos de ese sentimiento salir de él, abandonarlo, es una traición. Y, sin embargo, toda la política que se encarama en él para conseguir determinados fines tiene un largo historial de traiciones aquí y en todos lados. Esta obra es un relato de esa parte de la Argentina, que no es solo la de las barras bravas, de esa zona de esta sociedad que tiene como motor de sus conductas las creencias engañosas y el crimen.


¿No crees que existen signos de que esas cosas se quieren cambiar?
Creo que ha habido cambios en la Argentina de los últimos años, pero hay como un núcleo duro de esta sociedad, como lo han revelado muy bien autores como Cossa o Kartun, que no quiere cambiar, que se resiste de todas las maneras posibles a aceptar transformaciones. En esta obra lo que indago poéticamente es la continuidad de esa conducta. Este alud de creencias falsas y disparates que a diario impiden hacer una buena lectura de lo real. Por eso lo real en la Argentina es tan interesante, tan atractivo para hacer teatro, porque está siempre vedado, oculto. Está tan enmarañado que es imposible verlo. Se dicen tantos dislates que lo verdaderamente importante queda sumergido y es difícil de detectar.


Hay además como cierto culto a la frivolidad.
Si, pero semejante gansada no es gratuita. Detrás de ella están Macri, las corporaciones que avanzan para volver al pasado, esa imagen del país que tiene como modelo al Hotel Alvear y que quiere perdurar y sostenerse a toda costa.  Por eso me gusta lo de Es un sentimiento, donde el sostén afectivo se convierte rápidamente en una asociación mafiosa. Ese sentimiento es como un pegamento duro, intenso, muy difícil de arrancar. Los barras bravas son hoy para cierta gente medio rock-stars, que van a dar clase a México, a España, de organización, de cómo se actúa. Hay barras bravas argentinos contratados en distintos países para levantar el ánimo y lograr que la gente cante. Con ellos se empieza a aprender cierta maldad, disfrazada de querendona, dulzonamente afectiva. Te abrazan y al día siguiente te meten un puñal. Como en la mafia. 

                                                                                  Alberto Catena