Edgardo Mocca y una mirada sobre 678

Entrevistas

Politólogo, panelista habitual de 678, periodista y docente de larga trayectoria, Edgardo Mocca es un individuo que, a la hora de debatir los núcleos duros de la problemática política o social del país, tiene siempre una palabra inteligente para decir. En esta entrevista evalúa el valor del programa de televisión en que participa y se refiere a otros temas urticantes de la actualidad con lucidez y contundencia.

¿Que significa la irrupción de 678 en el panorama periodístico y político actual?
El espacio de 678 hay que situarlo en una época, en un contexto muy atravesado por el conflicto político que vivió el país entre marzo y julio de 2008. Fue un momento en que los medios concentraron en forma extraordinaria su poder de fuego, su ataque directo de deslegitimación y desestabilización de las instituciones. No hay que olvidarse que el lock-out patronal agrario acudió a formas ilegales y extralegales. Y que esa movilización de un sector importante, pero sobre todo poderoso de la sociedad, fue acompañada y articulada discursivamente por los grandes medios de comunicación. Hasta 678 se podría decir que en la Argentina no había una réplica sistemática y orgánica a lo que era la forma en que los medios concentrados relataban la vida del país. Sí había expresiones como el diario Página 12 y otras expresiones periodísticas, pero el mérito de este programa de canal 7 fue organizar un discurso orgánico de réplica, explicar de otra manera los hechos que ocurrían en ese momento y desde 2003. Más aún, 678 terminó por ensayar una relectura de la historia argentina, por lo menos de la más cercana, la que tuvo que ver con la dictadura y su red de complicidades civiles y el papel que jugaron los grupos financieros en el surgimiento y desarrollo del proceso dictatorial. 
¿Y respecto a su aporte periodístico?
Me parece que instituyó un debate muy interesante sobre el periodismo en la Argentina., Parecía que el periodismo argentino era lo que se veía en TN o leía en Clarín y que las voces, no digo solo las que empezaron a oírse durante el proceso kirchnerista, sino las que hubo en el menemismo, de cuestionamiento de la entrega del patrimonio nacional, de los ferrocarriles, de los teléfonos, etc., eran muy marginales, que no habían logrado clavar ancla importante en la sociedad argentina. Y, en buena media, es cierto que habían sido radiadas del espacio público. Hasta que aparece 678 con ese contenido y lo  practica mediante un género novedoso, que además explicita de modo contundente desde que lugar político-ideológico habla. Es decir, que desde el arranque no hay ninguna pretensión de neutralidad, una posición que en cualquiera de sus formas es inauténtica, porque no existe. Hablar con neutralidad en política es imposible, porque la política alude siempre a cuestiones humanas y éstas están teñidas de intereses. Cuando defiendo unos intereses estoy atacando otros, por más que lo ignore o pretenda hacerlo. Todo análisis político es hecho desde algún programa, deseo o proyecto, aunque el  enunciador no lo tenga del todo asumido o claro.
¿Esa aparición no tiene una forma a menudo rimbombante?
Desde luego, pero es esa forma rimbombante de apoyo a la política del gobierno, de alguna manera, ha puesto en el ring al otro periodismo, ha convertido a lo que parecía era todo el periodismo en solo una fracción de ese mundo. Una fracción con identikits muy perceptibles, donde cada hecho político está como programado para ser respondido de una determinada manera. De modo, que ese modo de mostrar cómo se manipula a la opinión pública en la televisión, desde la propia televisión, que consagró 678, estableció un diálogo de hecho entre relatos distintos de la sociedad argentina, lo cual es una novedad política importantísima. Y eso es conflictivo. Creo que en este país sería bueno hacer una buena discusión sobre el conflicto.
Un diálogo que implicó conflictividad, diferencia.
El conflicto en la democracia, lo sabemos desde Maquiavelo hasta acá, es la savia de la democracia, es lo que permite mostrar la pluralidad interior en las sociedades democráticas. Ese autor señala que la grandeza de Roma se debe al conflicto entre el Senado y la plebe. Algunos consensualistas extremos que tenemos en la Argentina deberían leerlo eso, porque detrás de esos consensos cerrados, en el periodismo, la política o el poder, lo que hay es un modo de esconder el carácter del interés que se está defendiendo y postular su naturalización. Privatizar las jubilaciones, privatizar los ferrocarriles, los teléfonos y el agua o entregar la soberanía a la jurisdicción extranjera, fueron medidas naturales para el periodismo y la política del establishment tomaron como naturales, como si no se hubiera podido hacer otra cosa.
¿Y usted como se siente en el programa siendo un hombre que viene de periodismo escrito y la docencia en la universidad?
Me siento muy cómodo, porque no es un programa que tenga un registro formal de lo que se está acostumbrado hoy a ver en televisión. Desde luego, por los ritmos del medio y el carácter periodístico del programa, el tiempo está acotado en el tiempo. Pero tengo un espacio muy libre para opinar, no siento la más mínima presión, el más mínimo compromiso para decir o dejar de decir algo. Mi lugar en el programa no es el de transmitir datos, sino el de darle un encuadre a esos datos, que todos de alguna manera tenemos y que a veces es bueno encontrarle un hilo explicativo, un marco dentro del cual se les pueda dar a esos acontecimientos un sentido. El periodismo hegemónico, y hasta el clásico diríamos, es un amontonador de hechos. Pasan los hechos unos detrás de los otros y el ciudadano que carece de práctica del debate político tiene la sensación de estar frente a un caos. Y no hay hilos que unan esos hechos, que expliquen por qué unos son favorables a determinadas políticas y otros no.
En 678 desfilan por otra parte académicos –usted mismo lo es- que intentan hacer transparente algunos discursos de la teoría. Y eso es muy plausible.
Esa es para mí otra reserva de sentido muy fuerte en el programa, que se esfuerza por establecer un diálogo entre el espectador común y el mundo intelectual, académico, y sin que pertenecer a éste último lugar nos haga distintos. En la sociedad argentina, algunos grupos intelectuales importantes de ese mundo han tenido una tendencia a desarrollar diálogos endogámicos, hacia adentro. Conversamos entre nosotros y el resto que entienda lo que quiera. Y la época que vivimos y la propia información necesitan mucho de ese diálogo entre las personas que se han dedicado a estudiar ciertos fenómenos y las personas que no lo han hecho. Y no con el propósito de bajar línea, sino de entender también el sentido común, de mirarlo de frente y no hacerlo con una mirada arrogante y elitista. Me parece que 678 es antielitista y al mismo tiempo pone sobre la mesa de la discusión algunos temas que no circulan con tanta habitualidad en el mundo televisivo. Es un andarivel que hay que ocupar, porque sino solo existen los banalizadores extremos de un lado y los que se hablan entre ellos del otro. También me gustaría decir que 678 es un proveedor de identidad colectiva. Cuando hablo de este programa prefiero hacerlo desde antes de mi llegada a él, porque mi posición era y sigue siendo la misma, no depende de que esté o no en el panel. Pero lo real es que si se mira a los autoconvocados de 678, aquellos que reunieron una pequeña multitud hace un tiempo, eso tampoco es muy habitual para un programa de televisión. El público de 678 tiene un tipo de relación crítica y activa con la política y al mismo tiempo ha configurado como una identidad, no paralela al kirchnerismo, porque forma parte de ese conglomerado político, pero sí una que le da de alguna manera un perfil propio, con cierto sistema de valores, que por supuesto tienen un arraigo en el peronismo, en la izquierda, en tradiciones democráticas y populares. Ha armado un sistema de relaciones, de identidades.

De señales se podría decir también…
Sí, el público de 678 sabe por qué ve el programa. Es como una cierta cita de ciertas familias a cierta hora de la noche, que se ha constituido en una especie de institución política. Y digo esto porque las instituciones políticas van cambiando también las formas y hoy la gente no se reúne en los locales políticos para discutir la realidad. Y es cierto que un programa de televisión no ofrece horizontalidad, porque no permite hacer preguntas y opinar, pero va formando ciertos núcleos de sentido que son en mi opinión muy valiosos.
¿Qué expectativa tiene respecto de la aplicación completa de la ley de medios?
Me es muy difícil representarme una Argentina democrática en la que finalmente, por algunos de los artilugios o las presiones de las corporaciones, la ley de medios no se aplique. De hecho se está aplicando y desde el 10 de diciembre pasado hay un salto en calidad en la aplicación porque se está poniendo en acción el mecanismo de las transferencias. Hace unos días habló el responsable de la AFSCA, Martín Sabatella, diciendo que el único grupo que está fuera de la ley de medios es Clarín. De modo que una sociedad que aceptara una ley especial para un monopolio ya de democrática le quedaría poco. De modo que tengo mucha fe.
¿Tiene fe en que la Corte Suprema fallará bien?
Tengo una fe relativa en ella. Pero no dejo de tenerla porque está constituida por hombres de trayectoria democrática, republicana. Sobre todo, y por sobre la Corte Suprema, tengo mucha fe en la sociedad argentina, especialmente porque la explosión de temas que salen de la oscuridad, de los ocultamientos y de las naturalizaciones de otras épocas nos ha hecho y nos va haciendo una sociedad mejor. Pongo cualquier tema: la discusión acerca del matrimonio igualitario, las jubilaciones, las relaciones con el mundo, la justicia, todo está en discusión. Eso es lo mejor que le puede pasar a una sociedad, sobre todo después del descalabro que tuvimos en el 2001. Me parece que la ley de medios se está aplicando. Hay un gran obstáculo todavía que es la política del grupo Clarín, amparada desgraciadamente por el último fallo de la Corte Suprema que permite la continuidad de las cautelares, cuando en una sentencia previa de mayo de 2012 había dicho claramente que el grupo Clarín estaba usando el derecho cautelar para postergar en forma indebida la aplicación de las resoluciones de fondo. Pero, además del contenido su próximo pronunciamiento, que estoy seguro será el de la declaración de constitucionalidad plena de la ley, está la cuestión de los tiempos. La Corte Suprema está comprometida consigo misma y con la sociedad en ser seria, porque si permitiera que esto llevara dos años más estaría ya en un tobogán de credibilidad y legitimidad.
¿Entonces no ve por delante un panorama muy difícil en este tema?
Creo que, dentro de ese panorama, más difícil todavía que someter al grupo Clarín a la ley, que no es poca cosa, es todo el movimiento que habrá que hacer para darle  sustentabilidad empresaria y económica a las iniciativas que multipliquen las voces. Esto demandará un gran esfuerzo. Pero en forma tal vez contradictoria con lo que acabo de decir, suelo discutir con la gente que reprocha poner tanto énfasis en la ley de medios diciendo que su aplicación no cambiará al país. Creo que esta norma, por su contenido, pero además por el carácter del conflicto que ha planteado con el grupo Clarín tiene un significado que excede a ese grupo como tal. Este grupo está situado como un núcleo articulador de un bloque social. No es muy difícil dibujar ese bloque. Uno ve allí a Etchebere con la Sociedad Rural, a Bussi, al sindicalismo más retrógrado, a la cúpula de la Iglesia comprometida con los crímenes de la dictadura militar, a ciertas líneas de jueces corporativos, que en una proporción importante fueron parte de aquel régimen nefasto. En ese dibujo se ven también los intereses de determinadas líneas político-ideológicas a nivel mundial, que nos estigmatizan como un mal ejemplo al lado de Venezuela y Ecuador, entre otras cosas porque cumplimos una política alternativa que permitió desendeudarnos y superar la mayor parte de nuestros graves problemas económicos. Entonces: lo que está en juego es algo más que el grupo Clarín. La aplicación o no de la ley de medios lo que pone en juego es si el gobierno gobierna, si la democracia se gobierna a sí misma o debe someterse al chantaje, las presiones o el poder del dinero de las corporaciones.
Durante mucho tiempo para cualquier político la casi única posibilidad de visibilizarse era Clarín. Por desgracia todavía lo es para algunos importantes políticos. Al grupo que ese poder se le diluya lo trastorna, ¿no es así?
Sin Clarín no había oxígeno. Bueno, eso se empezó a terminar. Solo constatar el simple hecho de que las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias han abierto un lugar tanto para los partidos chicos como para los medianos o grandes, un espacio donde pueden participar partidos pequeños que nunca tuvieron esa oportunidad, permite deducir que el horizonte que simboliza la ley de medios es el de la democracia, es el horizonte de la distribución del poder, de la riqueza y el poder.
Es que concluido el tema de la ley de medios, hay que suponer que todos los temas que se plantean como realizaciones pendientes van a seguir originando litigios.
Por supuesto. Acá los medios armaron un alboroto en torno al aniversario de la tragedia de Once. Ahora, si nos ponemos a discutir seriamente qué pasó con los ferrocarriles, fuera de las caricaturas periodísticas o de los títulos salvajes, y en forma independiente de la responsabilidad que le cabe al gobierno por la parte de gestión que le tocó, si nos ponemos a discutir eso en serio, digo, tendríamos que recordar que el ferrocarril fue destruido, no se cayó, no lo pulverizó una tormenta, su desmantelamiento formó parte de un plan estructural que nace en los sesenta con el plan Larkin y se prolonga en la dictadura pero que no se pudo aplicar en plenitud. La crisis del transporte, la crisis ferroviaria es parte de una reestructuración capitalista de la Argentina que en los setenta intenta poner a tono al país con transformaciones que ya venían insinuándose y desarrollándose en el mundo. Todas las experiencias para ajustar al país a los patrones del llamado capitalismo global, capitalismo financiarizado, todo eso es lo que destruyó al ferrocarril. Los negocios de los productores de cubiertas, de las líneas de transporte, de las flotas de camiones, todo lo que es la idea de una Argentina concentrada en las grandes ciudades y en la gente con recursos.

El ferrocarril, en cambio, significó mucho para la gente con menos recursos.
Yo lo sé muy bien porque mis padres y mis abuelos son de Las Toscas, una pueblito próximo a Carlos Casares. Para los pobladores de pocos recursos ese lugar no existía sin el ferrocarril. La destrucción del ferrocarril fue una enorme agresión. No se trató de un capricho de un gobernante o de la perpetración de pequeños negociados, que también los hubo. Fue un plan más estratégico: cortar todo lazo de soberanía y desarrollo autónomo e interno en el país, para convertirlo en una sucursal de los grandes grupos financieros mundiales, que aquí están encadenados con lo que nuestra condición de país extraordinariamente productor de recursos naturales, de granos y de carne.
Eso si hablamos del ferrocarril.
Claro, porque si nos metiéramos con la salud podemos encontrar al sistema médico que si te duele el dedo gordo te hacen hacer un examen carísimo, que está cubierto por una obra social, pero los tipos se llenan de plata. Eso es parte integrante de una concepción del mundo, de la sociedad. Parece que discutir la justicia no tuviera nada que ver con esto. Y después uno rasga un poquito la tela y surge que los jueces tienen líneas de contacto con los grupos de poder, son en sí mismo un grupo de poder. Son gente con acciones en empresas, que no pagan impuesto a las ganancias. Insisto en esta idea de señalar estos puntos porque me parece que lo mejor que pasó en la Argentina en estos diez últimos años es la apertura de una agenda conflictiva, que es el intento de mirar cómo llegamos a lo que nos pasó en el 2001, a ser lo que fuimos. Un país que en los años sesenta, para no hablar del primer peronismo, era inclusivo, era cien por cien alfabetizado, los hospitales públicos eran regionalmente modelos. ¿Cómo se produjo tanta destrucción? ¿Fue el abandono de los políticos que no supieron resolver estos problemas o hubo una profunda hegemonía de un modo de pensar y de acometer los problemas? Por eso, creo que cualquier frente de conflicto que se abra en estos días es inevitable que esté teñido por ese cuarto de siglo que pasó desde mediados de la década del setenta y principios de 2001. Creo que allí se pueden encontrar muchas de las causas de problemas que aún todavía no han sido resueltos en el país, problemas que han quedado como resabios de aquel proyecto cruel e injusto de un poder económico que quiso desindustrializar al país y castigó a los más vulnerables. 
Por lo que habrá que considerar que toda medida destinada a desmontar aquel sistema injusto provocará con seguridad discusiones. A alguna gente le molesta pero en realidad esa discusión es el rasgo más sano de la sociedad.
Sí, porque además: qué sería añorar la época en no había discusión. En la dictadura se discutía poco porque no era conveniente hablar mucho. Después en la época del menemismo hubo un nivel de hegemonía tan grande de una forma de pensar que no dejó virtualmente espacio para el debate. Estaban sí los espacios académicos o los de los grupos políticos más marginales, que existieron y dieron pelea. Grupos que hay que homenajear porque funcionaron aún en épocas muy duras y siguieron construyendo pensamiento transformador. La ley de medios surgió de ahí, las ideas para democratizar el poder judicial también. Por supuesto que en la medida que el Estado hace propia esa agenda todo eso da un salto en calidad. Todos esos temas traen discusión. Si tengo un familiar que se opone al matrimonio igualitario o rechaza Fútbol para Todos porque cree que ver ese deporte por TV debe ser para los que pueden pagar, tendré que discutir. A lo sumo habrá que aprender a discutir civilizadamente, con argumentos, sino seríamos un país de zombies.