El olor de las acacias

Entrevistas

Pablo Giorgelli, el director de Las acacias, uno de los mayores sucesos a nivel mundial de una producción cinematográfica argentina pequeña, cuenta detalles del recorrido de su película por distintos festivales y de varios de sus estrenos comerciales. Una historia que conmovió con su mensaje humano a espectadores de distintas culturas y regiones.

La enorme cantidad de festivales de cine que se realizan en el mundo y la difusión de esa industria a escala planetaria han provocado un curioso fenómeno: que algunos artistas, en especial los directores, sean a veces más conocidos en otros países que en el suyo propio. ¿Por qué ocurre eso? Porque la participación de sus películas en las mencionadas convocatorias y los premios que en ocasiones reciben determinan que sean luego exhibidas en grandes ciudades de distintas latitudes y que las vean un número apreciable de espectadores, casi siempre mucho mayor que el que las ve en sus naciones de  origen. En cierta medida, eso es lo que ha ocurrido con el director Pablo Giorgelli y su ópera prima Las acacias, que recorrió virtualmente todo el orbe entre 2011 y 2012, logrando en países como Francia un gran suceso.

Lo potente del hecho es que se sigue dando en nuevos países. El día en que se realizó esta entrevista que Revista Cabal mantuvo con su director, el 24 de agosto pasado, Las acacias, una humana y conmovedora historia que equilibra de manera magistral la belleza de sus imágenes con la profundidad y sencillez de lo que cuenta, era estrenada en nueve ciudades de Polonia, entre ellas Varsovia, Lodz y Cracovia. En Varsovia, por ejemplo, se proyectaba en cuatro salas. Y con un lanzamiento importante, sobre todo tratándose, como dice Giorgelli, de una película tan pequeña. Pocos días antes, el propio director había estado en Río de Janeiro asistiendo a la presentación de su película. Y para septiembre tiene previsto su estreno en Estados Unidos, en ciudades como Nueva York, Miami, etc. (ya se había visto en el MOMA y el Lincoln Center).
 
El itinerario de estrenos comerciales hecho por Las acacias es impresionante. Hace pocas semanas se proyectó en 20 ciudades de Noruega. Y luego irá a Australia y Armenia. Antes se había visto en Grecia, Canadá, Francia, España, el Reino Unido, Sudáfrica, Uruguay, Argentina, Chile y otros lugares de América latina. Eso, sin contar con su presencia durante un año y medio en distintos festivales, muestras y exhibiciones (unos sesenta encuentros), luego de recibir en 2011 la Cámara de Oro en Cannes y otras distinciones (cuatro premios en total) e iniciar su recorrido triunfal por el planeta. A partir de allí, se le abrieron a Las acacias una cantidad de puertas increíbles, que su creador confiesa que no imaginó ni en sueños. En Brasil estuvo en 20 festivales de cine. En la Argentina, después de estrenarse en siete salas, el filme obtuvo tres premios Cóndor, a la mejor película, al mejor montaje (que realizó la mujer de Giorgelli, María Austraukas) y el premio a los valores humanos que transmitía.

Tratando de explicar un poco el fenómeno de su repercusión y buena acogida, el director dice: “La película ha sido muy bien recibida en todos lados, con mucho cariño. Creo que produce algo que emociona y que está más allá de las fronteras, porque en un punto todos somos hijos y esta película, en mi criterio, habla sobre la paternidad. Pero lo hace a partir de una pintura que es muy argentina y latinoamericana, porque transcurre en un viaje entre Paraguay y nuestro país. En el Festival de Busán, en Corea del Sur, que es como el Cannes de Asia, la película tuvo una recepción extraordinaria. Las preguntas que se hacían en ese lugar, y que me traducían, eran las mismas que se hacían en Mar del Plata. Igual pasaba con los comentarios. Excepto alguna pregunta sobre temas que eran muy locales y no se podían entender. Una señora me preguntó qué era eso que los viajeros del camión tomaban todo el tiempo. Y tuve que explicarle qué significaba el mate. Otra me interrogó la razón de esas banderas rojas donde el camionero para en su travesía a fumar. Y les conté lo del gauchito Gil y que en las rutas de la Argentina está en casi todos lados y es una suerte de santo pagano y de protector de los camioneros. Tal vez pensaron que las banderas rojas eran algún símbolo comunista.”

“También estuve en Bombay, en India -continúa Giorgelli-. Y es otra experiencia, otro planeta, una cultura distinta, mucha gente, que habla sin parar y que es muy agradecida. Al final de una proyección salí a hablar con los espectadores y resulta que estos no se quedan en las butacas, se te acercan y te rodean y todos te preguntan al mismo tiempo, y te dicen gracias. Es un público muy cariñoso. Ahí ganamos un premio. Es el país que más cine produce en el mundo y hay una pasión por ese arte como no vi en ningún otro lugar. A Grecia no fui. El que estuvo fue Germán de Silva, el actor que hace el personaje masculino de la película. Y me dijo que todo el mundo le preguntaba cómo había sido la crisis del 2001 en Argentina y cómo habíamos salido de ella. Hebe Duarte, la actriz, fue en cambio a un festival en Siberia. Cuando hice la película, una de mis aspiraciones era que la viera mucha gente. Y eso, de algún modo, por vías convencionales o por vías más alternativas, sucedió. Hace poco estuve en Ecuador, no por la película, sino por otra invitación, y me metí en un video y había una copia de Las acacias. Mucha gente la consigue, como suele pasar ahora, a través de bajadas ilegales. Hace poco me envió un mail alguien de Estambul, Turquía, y me dijo que se había sentido muy conmovido al ver la película. Seguro la vio en copia no autorizada. Días atrás, me escribió un estudio de abogados de Nueva York diciéndome que había detectado que se hacían muchas copias ilegales de la película, ante lo cual se ofrecía a defenderme gratuitamente. Obviamente, no creo que haga nada con esa propuesta.”

Giorgelli estudió el oficio en la Universidad de Cine que dirige Manuel Antín. Allí hizo un aprendizaje intenso donde compaginó cortos, aprendió a montar y a entender cómo funcionaba el lenguaje del cine. De modo que al terminar la carrera pudo encarar algunas experiencias como montajista o compaginador de películas, entre ellas algunas que eran largometrajes. También trabajó en televisión como director de programas, aperturas y microseparadores y filmó algunos documentales, que le ayudaron a aprender otro costado muy rico de su profesión. El de Las acacias, que escribió en colaboración con Salvador Roselli, no fue el primer guión que elaboró, pero sí el que llevó en primer lugar al cine.
    
En estos días, Giorgelli terminó de filmar un cortometraje que le encargó una empresa de automóviles de Francia y que se llama Reencuentro. Le propusieron hacerlo luego de que el director de la firma viera Las acacias y se conmoviera mucho con su historia. Según dice ahora el cineasta argentino, la peripecia que cuenta en el corto tiene un link bastante fuerte, una relación, con su exitoso largometraje. Afirma también que ya está trabajando en el guión de su nueva película, que tendrá como personajes centrales a un niño y una abuela y que transcurrirá en La Boca. Pero que escribe sin apurarse, tomándose su tiempo. Por el momento, lo más importante que le ocurre –y por lo que ha decidido cancelar todos sus viajes- es la espera del nacimiento de Vera, la hija que vendrá en octubre. Nombre procedente del latín, Vera significa verdadera, justa, sincera. Tres palabras que se ajustan como anillo al dedo a lo que es la historia de Las acacias. De tanto hablar de la paternidad, la película anunciaba también otro alumbramiento. En este caso uno concreto, el de Vera, aunque en lo genérico hablara de esa condición que potencialmente encarna cada hijo desde que viene al mundo, resultado de un proceso perpetuo de generación de vida del que todos somos alguna vez consecuencia y semilla contingentes, testimonios efímeros que el viento del mundo esparce a través de un tiempo sin tiempo.
                                                                                          A.C.