Entrevista con Analía Fedra García

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Sencilla, inteligente y muy sensata en la manera de encarar su carrera teatral, Analía Fedra García, la directora de Greek y otras obras, describe en esta entrevista cómo fue su experiencia formativa en el país y el extranjero. Y por qué cree que no hay que quemar etapas, dando saltos al vacío. También explica aspectos del montaje de la obra que todavía este mes se representa en el Centro Cultural de la Cooperación.        

  En una reciente entrevista que mantuvo con Revista Cabal, Ricardo Bartís, creador de Postales argentinas y otros espectáculos, señalaba como un fenómeno novedoso en el teatro nacional de los últimos años, el surgimiento de una generación de talentosas y jóvenes directoras, en contraste con lo que consideraba un desarrollo menos expansivo  de los varones en esa especialidad. Si es así o no respecto de los hombres no contamos con elementos para probarlo, pero sí es verdad que hay en la actualidad más mujeres que dirigen y que lo hacen muy bien. En una lista que sería difícil detallar sin cometer alguna injusticia, sin duda no podría dejar de estar Analía Fedra García, la responsable de la puesta de Greek o A la griega, del vigoroso dramaturgo y actor inglés Steven Berkoff, a quien el público ha visto en Buenos Aires en algún festival internacional o en distintas películas.


  Greek se estrenó en marzo de 2012 en la sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación y desde entonces se la ha visto en distintas oportunidades allí. Ese año se dió durante siete meses y luego en marzo y abril de 2013, siempre a sala llena. Este octubre se representó durante todos los domingos del mes y se la verá también en noviembre. El elenco ofreció además dos funciones de la obra en el reciente Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), sin contar con que se exhibió en distintas muestras en el país y ha recibido varios premios a sus actores y directora. Este texto de Berkoff no es, sin embargo, el primero que dirige Analía Fedra García, que sin tener todavía una gran cantidad de puestas ha hecho en los recientes años varias que la exponen como una artista sólida y que avanza con inteligencia en el desarrollo de su labor como directora.


  Actual ayudante de cátedra del dramaturgo Luis Cano en la asignatura Dirección Cuatro, del Instituto Universitario Nacional de Teatro (IUNA), Analía debutó como directora con Chiquito, precisamente de Cano. Esa obra había sido su proyecto de graduación en dirección en el instituto. Y luego fue llevada al teatro La Carbonera, donde estuvo en cartel tres años. “La verdad que fue una experiencia sorprendente, porque era la primera obra que dirigía y se trataba de un texto complejo y poético. Con ella también estuvimos en el FIBA de ese año y en el Festival de Rafaela”, dice Analía. A Chiquito le siguió El nombre, del noruego Jon Fosse, una obra muy sugerente y donde los silencios tienen gran importancia. No obstante, ya tenía en mente hacer Greek, cuya lectura le había recomendado Cano.


    ¿Cómo se podría definir a Greek?, le preguntamos a Analía, pensando en un posible género que pudiera contener al texto. “Creo que es una tragicomedia –sostiene-. Está todo el tiempo mezclando líneas y no deja jamás al público acomodarse. Cuando el espectador cree estar viendo una tragedia, de pronto aparece una guarangada que lo hace reír y lo descoloca. Lo mismo sucede con lo erótico, lo dramático, lo repugnante. Ese es el rasgo más específico que tiene la pieza en relación al público, no te deja instalar en ningún momento, te mueve desde el escalofrío a la hilaridad con mucha facilidad, sin transiciones.” Es verdad que la obra –como parte de una estética deliberada- está inundada de palabras fuertes y eso sorprende a la gente. ¿Cómo reacciona el público, sobre todo el mayor? ¿Se va de la sala?, interrogamos. “No, es raro que se vaya. En el FIBA, en una de las funciones, un matrimonio de personas mayores se fue, pero no suele ocurrir –cuenta Analía-. El público se queda. Ahora, la actitud frente a lo que pasa o se dice en la obra, depende a veces de la edad. Yo voy a ver todas las funciones y me encanta ver cómo reaccionan los espectadores en cada función. Una vez bajé a cuidar los tubos de luz que usamos en el piso (como una suerte de candilejas) y que la gente a veces se lleva por delante o las pisa, y una señora me dijo: ‘A mi me encantó la obra, pero qué necesidad hay de decir todas esas malas palabras: pija, verga, mierda’. Y las enumeró todas. Le subyugó poder decirlas, amparada en el recurso de criticar ese recurso de lenguaje. La gente más joven se engancha más con los pasajes del humor, aunque sea un humor bastante corrosivo. Y a los más grandes, los que vivieron el menemismo, conocedores de las consecuencias de la experiencia neoliberal, les afectan también los fragmentos en los que se menciona a la Thatcher, que para Berkoff es la peste contemporánea. Entonces se conectan con algo más dramático.”


    Respecto a cómo armó el elenco, Analía cuenta: “Formar el elenco me llevó bastante tiempo. Le pasaba el texto a distintos actores o actrices y me contestaban: ‘Esta obra no sé como hacerla’ o ‘Es un material muy inglés’ o ‘Me encanta la obra, pero me salió una gira o trabajo en la tele’. Es cierto también que muchos de esos intérpretes no me conocían y sentían cierta desconfianza. Yo lo entendí así. Y estuve un montón para que avanzara el proyecto. Presenté la carpeta en el CCC en marzo de 2011, sin demasiada esperanza, y en octubre me confirmaron que estaría en la programación de 2012, a partir de marzo. Y ahí, en un mes, apalabré a Martín Urbaneja y Roxana Berco, y poco después a Ingrid Pelicori y Horacio Roca. La ensayamos durante enero y febrero en un proceso de ocho horas de ensayo por día, casi de lunes a lunes y en marzo estrenamos. Hice rompecabezas de ensayos parciales, exprimiendo mucho a los actores y actrices, pero ellos respondieron con mucha generosidad. Había estudiado el texto a fondo, tenía la obra internalizada, pero sin ideas preconcebidas de cómo tenía que suceder. El armado fue vertiginoso e intenso, porque cada escena es un mundo en Berkoff y había que trabajarla para descubrir a qué apuntaba. Entre Ingrid y yo hicimos también algunos cambios de dramaturgia. Por ejemplo, en la obra original el coro desaparece en el segundo acto. Cuando lo empezamos a ensayar, extrañaba al coro, entonces buscamos y discutimos, qué textos y qué función jugarían siendo dichos por el coro, y colectivizamos algunos monólogos. Los ensayos nos permitieron ir construyendo el lenguaje actoral. Lo que sí tenía claro desde el principio era que había mucho juego en la obra y que debíamos elaborar una escenografía despojada, con mucha síntesis. Y a eso se llegó. De modo que, a pesar del insomnio y la angustia que me provocó el montaje, lo considero una experiencia fantástica, fascinante.”


  A pesar de lo que sugiere su segundo y raciniano nombre, Fedra (la hija de Minos, el juez de los infiernos, y la reina Pasifae), nuestra directora no rumbeó al decidirse por una carrera terciaria hacia el teatro. Quién podría resistirse a el destino de un escenario  llevando el nombre de esa mujer a quien “el cielo colocó en su pecho una funesta llama”, según nos dice Jean Racine. Pues Analía lo hizo, desafío los indicios de una fácil predeterminación, y se volcó a la biología. Estudió cinco años esa carrera y cuando debía elegir la especialidad, lo pensó de vuelta y decidió dedicarse ahora sí al teatro. El fuego, esa “llama” a la que alude el autor francés, también estaba en esta Fedra, solo que no era funesta sino regocijante, sobre todo a partir de haber descubierto su verdadera vocación. Y empezó estudiando actuación en Andamio 90, todavía en vida de Alejandra Boero; y después siguió en el estudio de Juan Carlos Gené, donde pudo asistir a algunas clases de dirección como oyente y detectó que esa disciplina era la que más le interesaba.
  Lo siguiente fue el curso de dirección en el IUNA. Allí tuvo maestros como Daniel Veronese (que la supervisó en su proyecto de graduación), Rubén Szuchmacher, Andrés Bazzalo, Luis Cano, Gustavo Bonamino y otros. “Gracias a los docentes pude ejercitar mucho. Además, desde primero a cuarto año, hice obras con textos completas –dice-.  En primer año intenté dirigir Tennessee Williams, en segundo Roberto Arlt, en tercero una adaptación de una novela corta de Carlos Fuentes (La desdichada), y en cuarto un trabajo de montaje con testimonios de inmigrantes y danza. Los hacía con actores invitados. Y eran montajes que mostraba. Aprendí mucho.” 


    Analía considera que, como cualquier artista, un director tiene en su formación un costado de autodidacta inevitable, de aprendizaje personal, porque los instrumentos que recibe en la enseñanza deben luego ir probándose para ver cuáles son útiles o no, tanto en relación a la poética de cada director como a los propios textos. Y eso exige una dedicación fuerte. “En la etapa en que estudié –explica-, Veronese o Cano te sugerían: ‘Bueno, para la próxima trabajá la relación del sonido con el espacio’ o cualquier otro aspecto del montaje. Ensayaba mucho y solía llevar varias propuestas. A mí me gusta enfrentarme a lo que no sé. Quiero decir: la formación depende en grado importante de lo que el estudiante pone de trabajo, de su esfuerzo personal. Digo esto para no cargarle todo a la institución por las contradicciones que pueda tener una carrera.”


   “Y también se aprende mucho viendo –continúa Analía-. Cuando finalicé los estudios de dirección tuve una beca para hacer una pasantía de cuatro meses en el  teatro Máximo Gorki de Berlín. Estando ahí como invitada y viendo ensayos aprendí infinidad de cosas. Pero, claro, era como estar de visita en otro planeta, porque en el primer ensayo de un clásico, los actores ya sabían de memoria todo el texto, habían leído todo el material de lectura que les había dado la dramaturgista, y aunque provisorio, el espacio donde ensayaban estaba equipado y armado. En la puesta se trabajaba con un plano inclinado y desde el primer día, se ensayaba con un plano inclinado, utilería, sonido, todo. Además la beca me permitía ir a ver obras de teatro. Así que todos los días, de lunes a lunes, iba a ver obras. Esto también fue un buen aprendizaje. Ver obras en espacios amplios, con planteos muy diversos”


    Respecto de algunos déficits en la carrera de dirección, Analía comenta: “Uno de ellos, creo, es no contar con espacios que le permitan al director que se está formando investigar o experimentar con dimensiones más grandes, amplias. Eso para evitar que un director que va a un espacio grande y no tiene experiencia previa en él no lo trabaje al modo de un espacio chico, hay otras problemáticas en juego. Esta es una deuda que tiene el IUNA y a veces creo que muchos que se dedican al teatro tampoco pelean por la necesidad de espacios amplios de trabajo. Me da la sensación, que después de haber sobrevivido a tantas crisis, nos adaptamos a las condiciones de pobreza. A mí me gusta lo colectivo, el teatro como una forma de estar juntos. Y cuanta más gente vaya al teatro, mejor. Y por eso me gustaría ir ampliando el radio de acción cada vez más, pero cuesta. Hoy, elijo y veo qué cosas puedo dirigir o no. Como una fantasía loca, si me propusieran hoy dirigir un elenco de 50 actores en la sala Martín Coronado, no aceptaría, porque todavía no puedo lidiar con eso. Prefiero ir dando pasos progresivos, que me permitan avanzar hacia lo más complejo. Greek la hice después de El nombre. No antes, y eso tiene un por qué. Prefiero no quemar etapas. Cada obra llega en el momento en que tiene que llegar. También hay una cuota de inconciencia en la elección, siempre.”


    ¿Proyectos? En noviembre dirigirá Noche de reyes de Shakespeare para un proyecto de graduación de actores en el IUNA. Del mismo modo que los directores, los actores se gradúan con un proyecto para el cuál eligen un director que los conduzca en una obra.
Y para el año que viene estrenará, también en el Centro Cultural de la Cooperación, una obra de Paco Urondo que se llama Muchas felicidades. “Urondo escribió cinco textos de teatro –nos ilustra Analía-. Este es una reescritura de Así es la vida, pero en una versión Urondo. Es satírica, un cuadro de costumbres, una mezcla donde se juega mucho. Al leerla parece sencilla y divertida, pero llevándola al escenario se muestra compleja por el tipo de personajes, por el tipo de actuación que exige. Es difícil determinar a qué género pertenece. Llegué a Urondo porque para el doctorado en arte, que estoy haciendo en la Universidad de La Plata tuve que rastrear algunas puestas en escena y un día vi que Laura Yusem había montado Archivo General de Indias de Paco Urondo. Eso me incentivó y busqué en la Biblioteca Nacional, una tarea que me encanta, y ahí encontré Muchas felicidades. Me gustó su texto y me dispuse a montarlo. Y estoy en los preparativos.”

                                                                             Alberto Catena