Entrevista a Eduardo Rovner

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El excelente dramaturgo argentino reflexiona en esta conversación sobre las posibles causas de su éxito en distintos países del mundo, pero muy especialmente en el centro de Europa. Habla también, en el diálogo, de algunos de los títulos que más repercusión han tenido y de su último estreno en la Argentina, Los miserables, una obra que, como otras de su producción, tiene mucho humor negro. 

   Trece años seguidos de permanencia en las carteleras de la República Checa -que por la reciente renovación de los derechos de representación se prolongará ahora hasta el 2018- es para la obra Volvió una noche, del conocido autor argentino Eduardo Rovner, un galardón que no muchas piezas teatrales pueden lucir con frecuencia aquí ni en ningún otro lugar del mundo. No es, sin embargo, ese el único país en el que se han estrenado textos de este creador que, en el largo recorrido que su producción ha hecho por la geografía del globo, ha recalado en naciones tan diversas como Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Finlandia, Eslovaquia, Israel, Australia, Uruguay, Paraguay, Brasil, Perú, Puerto Rico, Costa Rica y otros sitios de América Latina, incluida la Argentina, donde sus trabajos se dan con frecuencia tanto en Buenos Aires como en las provincias. En estos días se estaba por reestrenar en el Teatro Tadrón -el 24 de abril- Sócrates, el encantador de almas, luego de que, días antes, bajara de cartel en el mismo lugar Te voy a matar mamá, un unipersonal interpretado por Maria Viau con muy buenas críticas.

      En la próxima feria del libro Ediciones de la Flor presentará el séptimo tomo de sus obras, que entre otras incluye títulos como El misterio de la obra de arte, Señores yo soy el tango (con subtítulo Azucena Maizani, la ñata gaucha), Desdentado y Viejas ilusiones 2. Rovner, que dio a conocer su primer libro teatral en 1967 (Una pareja), ha escrito hasta el día de hoy 52 obras, de las cuales su último estreno hace pocas semanas fue Miserables, con dirección de Gaby Fiorito, en la sala del Celcit. Sobre la interpretación que da a su repercusión en el exterior, los montajes más recientes de sus obras, los derechos de autor y otros temas, Revista Cabal conversó hace pocos días con este artista en un bar de Boedo, en medio de dos ricos y humeantes cafés.

¿Considerás que sos el autor argentino más representado en el extranjero?
¿Cómo voy a saber eso? No lo sé, no me pongo a contar cuántas obras de autores argentinos se estrenan en el extranjero ni tengo cómo. Además, no le doy importancia. Conozco piezas estupendas de creadores de este país que por ahí no trascienden mucho las fronteras y eso no les quita valor. Por otra parte, hay también varios otros autores nacionales que son muy conocidos en el mundo y a los cuales se les representa con frecuencia. La nona, por ejemplo, de Tito Cossa es una de esas piezas y debo decir que en la gestión de su estreno en Polonia tengo la satisfacción de señalar que tuve mucha injerencia. Lo que sí es cierto que en el centro de Europa me conocen mucho. Y que se da el caso de Volvió una noche que en la República Checa tiene ya 13 años de continuidad en las carteleras.

¿En la República Checa ese suceso se dio solo en Praga?
No, la sede de esa irradiación es una compañía teatral profesional, que trabaja con teatros municipales. En esos países hay teatros municipales en todas las ciudades, por chiquitas que sean. Primero se dio en teatros muy grandes y después la obra fue comprada por una productora ubicada en la capital de ese país, que la llevó en gira por todo el territorio. Es un fenómeno raro.  En Praga durante varios meses no había localidades y la gente iba varias veces a verla.

¿Por qué pegó tanto? ¿Tenés alguna interpretación?
En el estreno en Praga, en un teatro de 700 butacas, hubo luego de la función una conferencia de prensa. Y un periodista me preguntó qué es lo que quería decir con la obra. Yo le conté mi versito: que la obra trata del conflicto entre los mandatos que ya están muertos y el deseo individual de un hijo que quiere hacer su propio camino. Con todo lo que ese conflicto implica. No, me contestó mi interrogador, para mí se trata de otra cosa: de la primavera de Praga. ¿Y por qué?, le pregunté, un poco asombrado. Porque Manuel, el hijo, replicó, es un estudiante praguense que se opone a la ocupación rusa y la madre son los tanques rusos. Eso me dijo. Te digo que una de las cosas que más aprendí del teatro, e incluso suelo dar charlas sobre eso, es la relatividad del significado de las obras. Un texto, una puesta significan de acuerdo al espacio y al tiempo en que ocurren. Pero esto nos pasa también a nosotros: si vemos una película hoy entendemos algo, si la vemos mañana entendemos otra. Es inevitable. En Finlandia, me explicaron que dieron Volvió una noche porque ellos, que se sentían muy lejos de todo, utilizaban al teatro como un medio para acercarse al conocimiento de otras culturas. Y es verdad, en la obra hay tango, gauchos y otros elementos que les deben de haber atraído.

¿En qué otros teatros hay obras tuyas ahora?
En Alemania hay tres obras mías: Noche de ronda, Almas gemelas y Cuarteto. En Francia está Cuarteto. En España hay como seis: dos puestas de Compañía, una de Te voy a matar mamá. Se pone pronto Volvió una noche. En Estados Unidos está Compañía. En La Habana, Cuba, está Tinieblas de un escritor enamorado. Y en América Latina varias más.
¿Volvió una noche es la que más se representó?
No, diría que Compañía. ¿Sabes por qué? No es un problema de calidad dramatúrgica, sino de facilidad para ponerla. Compañía tiene 3 actores y una sola escenografía. Volvió una noche lleva 9 actores. Y refleja muchos espacios diferentes: el cementerio, el bar, el dormitorio.

¿Se ha dado el caso de obras tuyas que se estrenaran primero en el exterior y luego acá?
Sí, claro, varias de mis obras se estrenaron primero en el exterior y luego acá. Volvió una noche se dio por primera vez en Montevideo, donde estuvo durante nueve años de jueves a domingo. Es un fenómeno extraño el de esta obra y la manera en que toca a la gente. Seguramente se debe a que temas como los de la madre muerta, el de los vecinos en la tumba, la interrelación entre la muerte y la vida, conmueven mucho, pero son abordados con humor. En Nueva York se estrenó un mes después de ocurrido lo de las Torres Gemelas. Y la gente salía contenta de que no se vivía tan mal en la muerte. La interpretación pasaba por ahí. Y estuvo tres temporadas y ganó varios premios. Griselda Gambaro ha dicho de la obra: “Volvió una noche es mágica”.

¿Y los derechos de autor se cobran bien en esos países?
No, depende del lugar. Lo general es que las sociedades de autor funcionen mal y no giren los derechos. En Latinoamérica te diría que es así en el 95 por ciento de los casos.

Es que en muchos países de América Latina no funcionan las sociedades de autor.
Pero incluso en los que funcionan tampoco liquidan los derechos. En México se dieron alrededor de diez de mis obras. Jamás me pidieron autorización ni me mandaron un peso. Y han tenido puestas comerciales. El año pasado me enteré por Internet que Volvió una noche se dio en Lima, Perú. Entonces fui a Argentores y le pedí que reclamaran. Y así logré que me pagaran. Pero la mayor parte de las veces no tenés información de que dieron una obra tuya. Una vez me enteré que se estaba dando Compañía en Australia. ¿Y qué iba a hacer? ¿Poner un abogado para cobrar los derechos de autor? En España, con todos los problemas que tiene SGAE, se cumple. Por ahí con un poco de retraso: te pagan, por ejemplo, los derechos de una obra que se dio hace tres años. Pero eso es mejor que nada. En Cuba nunca he reclamado el pago de derechos, pero esto es por una posición de simpatía que tengo con la isla. Cuando los grupos son amateurs o estudiantiles yo no quiero percibir avaloir (pago previo que recibe un autor y que luego se descuenta de sus ganancias si excede ese monto). El concepto es: si el otro no gana, yo tampoco. Porque hay gente que pone dinero de su bolsillo para hacer teatro. Ahora, si una puesta es comercial quiero que me paguen lo que me corresponde como autor.

Contame cómo se gestó Los miserables en tu cabeza.
La escribí de una manera extraña. Esto tiene que ver con haber escrito muchas obras. No me gusta repetir, apoyarme en algo que me sale más o menos bien. Quiero probar. Es así como escribí el libreto de una ópera para el Teatro Colón, obras para títeres y tengo una obra escrita para ballet y títeres. Busco nuevas maneras. Y un día me pregunté: y si en vez de partir de una imagen que me conmueve o una historia que se me ocurre en una obra nueva, parto de personajes que me gustan, ¿qué pasará? Nunca lo había hecho. Y entonces empecé a buscar personajes que me atrajeran.  Y así aparecieron: un tipo que hacía graffitis, otro que tenía una plantación de té o no sé qué, un tercero que tiene una biblioteca y la lleva en una carretilla y un cuarto que hace ponchos en un telar inmundo. Pero no sabía qué hacer con eso. Estuve meses pensando qué cosa, qué actividad podían hacer estos cuatro tipos juntos. Y un día leo en el diario que hay tours villeros, agencias de turismo que organizan tours a las villas miseria. Y ahí dije: es esto. Estos son miserables y se disfrazan de más miserables para poder tener un arreglo con una agencia que les llevan turistas y con éstos ganan dólares. La historia es que cada vez esos turistas les van dejando menos dólares.

¿Qué expresaba esa conducta en tu opinión?
Un mecanismo argentino, pero eso lo percibí mientras lo escribía. Es la actitud de esperar que nos ayuden desde el exterior. Y mientras tanto puteamos a los que nos ayudan, desconociendo que, al final, haciendo eso terminamos violando nuestros propios derechos, entregándonos. Esto se da también en el nivel personal. Y un día se la di a Gaby Fiorito, a quien le gustó mucho. Me había dicho que quería dirigir una obra mía y le di otro texto y éste, pensando en que tal vez le agradaría más el primero. Y le gustó Los miserables. Es una pieza con una poética muy lanzada, que podría definirse como una farsa moderna. Mi única preocupación era que los chistes, el humor tapara lo que realmente quería decir la obra. Pero cuando vi la puesta de Gaby noté que no era así. Pasaba lo mismo que con otras obras de mi autoría: la gente se ríe muchísimo y al final se pregunta: ¿de qué carajo me estoy riendo?

Bueno, hay una fuerte tendencia en tu obra al humor negro.
Es humor eslavo. Mis padres son de ese origen. Y, en parte, creo que ese humor explica en parte el éxito que han tenido varias de mis obras en esa región.
                                                                                                                           A.C.