Entrevista a Federico Luppi: Sin pelos en la lengua



Entrevistas

Con ese estilo filoso y brillante, que no elude el adjetivo grueso si lo cree necesario, el gran actor argentino conversó animadamente con Cabal Digital sobre distintos asuntos de  interés artístico, social y político.

Auténtico ciudadano de dos mundos, desde que en 2001 debió radicarse en España para recuperarse del pillaje a que lo sometió el corralito financiero decretado por el gobierno de Fernando De la Rúa en la agonía de su gestión, Federico Luppi, uno de los actores argentinos más talentosos y populares del último medio siglo, ha vivido de modo alternativo en Madrid y Buenos Aires, según soplen los vientos laborales en una u otra metrópoli. Desde hace un tiempo, sin embargo, se encuentra en la Argentina, sin que eso le haya impedido viajar a España, como lo hizo en enero y febrero pasados junto a su esposa, la actriz, directora y dramaturga española Susana Hornos, para colaborar en la presentación de tres de sus últimas películas: Sin retorno, del director Miguel Cohan, Cuestión de principios, de Rodrigo Grande, y Fase 7, de Rodrigo Goldbart, todas muy bien recibidas por el público y la crítica de la península. La última de las mencionadas incluso con varios premios. En 2010, Luppi trabajó también en televisión, en la serie Impostores, y concretó una exitosa gira por distintas provincias y localidades bonaerenses con Por tu padre, obra del autor brasileño Dib Carneiro Neto en la que tuvo como partener a Adrián Navarro. Antes de la gira, la pieza se había dado durante varios meses en el Multiteatro de la avenida Corrientes.

En la actualidad, y mientras lee textos de teatro o libros de cine en los que podría hacer algún papel y lo entusiasma la posibilidad de crear con varios conocidos intérpretes un grupo de ficción para trabajar en televisión, a la manera de lo que fue Grupo de Teatro, sigue con mucha atención las vicisitudes de la política argentina. Sin ambición para el poder o los cargos públicos, Federico ha sido, sin embargo, y a lo largo de su vida, un activo y apasionado observador de la política en el país y el mundo, a la que ha analizado en distintas entrevistas o encuentros públicos cuando se lo ha interrogado sobre el tema. Sin militar en ninguna corriente específica, nunca ocultó su simpatía por las ideas de izquierda ni su compromiso moral con la situación de los sectores más desprotegidos de la sociedad. En esta oportunidad, tampoco eludió hablar de los grandes desafíos políticos y sociales que enfrenta la Argentina y en particular Europa. Fue una entrevista en la que no se privó de opinar de nada y donde dejó al desnudo muchas de las hipocresías y mentiras con que los medios y el gran poder económico siembran a diario el imaginario público.

¿Cómo fue su experiencia de filmar las películas Verano amargo y Fase 7, si no me equivoco los títulos más reciente que hizo en cine?

Verano amargo se perdió porque el productor de la película se esfumó. La hicimos en San Luis, pero no la vi. Juan Carlos Desanzo, su director, estaba muy contento. Fase 7 se hizo en Buenos Aires. Trabajé cuatro o cinco días. Es un gran filme, muy bien hecho, en la línea de la ciencia ficción. Y pertenece a ese conjunto de películas hechas por personas jóvenes, muy libres, poco atados a facturas ya vistas. Es gente que nació en la etapa de la absorción de la tecnología, manejan todo, la camarita, las luces.

¿Y que tal le fue con la última obra de teatro, Por tu padre?  

Nos fue muy bien en la gira por el interior. Acá más o menos, modestamente diría. No excedimos, en los días de la semana, la media platea. Fue una obra que no tuvo un buen lanzamiento. El público salía encantado de la sala, pero eso no fue suficiente. Era un texto muy duro en muchos sentidos, nada demagógico. La gira, en cambio, fue espectacular.  Debo decir que la empecé con mucha reserva, sin prever que tendría tal repercusión.  Tiene que ver, me parece, con que el país ha cambiado muchísimo en diez años. Hay un público muy diferente, menos prejuicioso, más cultivado en el sentido comunicativo. Más a la page, como se dice. Los chirimbolos electrónicos que uno ve acá en las vidrieras están también en todos lados. En cada lugar adonde íbamos, habida cuenta del boom sojero, se notaba mucha circulación de guita, polideportivos nuevos, buenos hoteles, confiterías elegantes, un nivel de vida diferente, menos pueblerino, menos provinciano que en otras épocas. Y la gente se volcaba al teatro con una expectativa notable. Para mí fue una sorpresa muy grande, primero porque nos reportó una compensación grande en lo económico y un contacto masivo con el público. Hacía trece años que no andaba por el país y descubrí una realidad socio-política, para decirlo de manera pretenciosa, muy distinta. 

¿Qué piensa usted de ese cambio?

Eso demuestra que los cambios no siempre provienen de propuestas voluntaristas. El propio devenir de lo moderno crea instancias muy novedosas. Y lo curioso es que no eran los tradicionales lugares de la pampa gringa o los cercanos a Buenos Aires donde se veía esa transformación, sino las zonas de una geografía más extendida: hacia el sur y hacia el norte. Lo llamativo es que esas ciudades, descascaradas o muy chatas en otros tiempos en materia de inquietudes artísticas o sociales, mostraban ahora teatros recuperados, hechos a nuevo; asociaciones y ONG trabajando mucho, más de un colegio secundario y en algunas de ellas facultades en pleno funcionamiento. Todos hechos que han ayudado a que los chicos no emigren tanto de esas zonas. Es una estructura diferente de país. Aunque no lo sé con exactitud, esa modificación me parece que tiene que ver en parte con que la gran ciudad, la Capital, ese enclave mítico al que todos llegábamos llenos de ilusiones, se ha vuelto, en muchos aspectos, poco acogedora, irrespirable, intransitable. Digo todo esto con cuidado, pues es más el efecto de una impresión que el resultado de un estudio profundo, pero hasta noté una conciencia de ecología del espíritu diferente. La gente está más preocupada por su entorno, cuidan mucho el tema de la arquitectura. Recuerdo pueblos del interior –y lo digo porque nací en Ramallo, soy provinciano- que eran mediocres,  aplastados, grises, sin vida. No digo que aún no los sigan siendo, pero hay cambios llamativos.

La ciudad de Azul, aunque económicamente fuerte, era así.

Ahora si se va a Azul se encuentra una ciudad potente, con una sociedad española relevante, que creó ese festival cervantino tan concurrido. Ese paisaje que se percibía en otros años mutó radicalmente. Y, aunque este sea un elemento de constatación frívolo, pero no por eso poco relevante, en cualquier pueblo de la república se puede ver ahora a chicos y chicas, y adultos también, vestidos igual que en cualquier ciudad europea o argentina de las de mayor densidad. Y con la publicidad que hacen por televisión, los aparatos de comunicación a la moda como son los blackberry, los iPod y algún otro se usan igual que en cualquier lugar del planeta. 

¿Estuvo en Ramallo?

Sí, estuve mucho tiempo. Hacía trece años que no iba. Visité la ciudad cuando hice la  película Cuestión de principios en Rosario. Y fui varias veces más e incluso estuve allí con la obra.

¿Le quedan parientes allá?

Están todos. El noventa por ciento de la familia está allí.

Luppi es un apellido de origen italiano, ¿verdad?

Sí, significa “lobo” en plural. Las dos ramas de mi familia proceden de Italia. De parte de mi padre, de los Luppi, a pesar de la investigación empecinada que hice, lo único que llegué a saber es que era oriundo de un pueblito de la montaña genovesa. No más que eso. De la familia de mi madre sí se más y estuvimos en su lugar de origen hace dos años con Susana. Ellos son de un pueblo de la provincia de Piacenza, en Reggio-Emilia, una de las zonas más ricas de Italia. Es un lugar en la montaña llamado Casdelmont, perteneciente al municipio de Bobbio. Me llamó la atención que, al ir a averiguar a esa intendencia qué parientes podían haber quedado de los Malacalza, el apellido de mi madre, me trajeron unos enormes libracos que parecían una anotación del cielo y donde había registrados unos cuatrocientos Malacalza. No era por una cuestión de consanguinidad, sino que se trataba de un apellido muy extendido. Y encontré también muchos Luppi, un arquitecto, un abogado, un salchichero. Porque los nombres primitivos de esos lugares eran solariegos o respondían a denominaciones que surgían de la vida cotidiana, de los objetos. Fue una experiencia hermosa. En Casdelmont encontramos a una prima hermana de mi madre, la tía Lina, de noventa años. En estos días le mandamos un mail de saludo. Hay también una sobrina de ella en cuya casa estuvimos una mañana, porque llegamos a Bobbio desde Bolonia, una ciudad preciosa, con un movimiento cultural muy importante y una gran universidad. Y hete aquí que al llegar a la placita de Bobbio, bajamos del micro y vimos un cartel que nos hizo parecer que la situación había sido sacada de un cuento de hadas. Enfrente había una casa de venta de neumáticos que rezaba Malacalza. Al otro día conocimos al padre del dueño de ese negocio, un tal Quinto Malacalza, un tipo delicioso, que resultó ser pariente de la sobrina de mi tía Lina y nos llevó en auto hasta allí, con una amabilidad como pocas veces se ve en una ciudad grande. Nos quedamos como ocho o nueve días en Bobbio. El lugar es divino y tiene una gastronomía regional fuera de serie: sobre todo hacen una feria semanal donde se venden toda clase de productos: longanizas, chorizos, salames, quesos, trufas, etc.

Estuvo dos meses en España en el invierno boreal, unos meses antes de que se produjeran las movilizaciones de los “indignados” ¿Cómo ve allí la crisis?

La situación está muy dura. Durísima si hablamos de desocupación o de la economía, pero también si nos referimos a las perspectivas, porque no encuentran el rumbo, sobre todo pensando que en el gobierno está el partido socialista. No saben por dónde ir. Lo que pasa es que, desde cierta zona de ingenuidad, teníamos tendencia a creer que lo que se decía sería cumplido. Pero no fue así. Por lo demás, al acecho está la derecha española, cuyo nivel de dureza y cerrilidad muy poca gente conoce realmente. España, Italia, Francia y Europa entera es un continente atado a una concepción muy quietista de la historia, son países timoratos, celosos de su estatus, permanentemente cuidando el nivel burgués de su existencia. Entonces, los que son fuertes, como Alemania o Francia, les imponen a los otros países las mismas recetas con que nos desangraron a nosotros, que son las del Fondo Monetario. Y ningún país del mundo puede  funcionar o salir adelante si se le aplican las medicinas preparadas por el enemigo. Es absolutamente imposible. En España hay cuatro millones deparados. Y como es un país con poca industria y que carece de algunos recursos naturales debe pagar todo a precio de oro. O meterse, como ya han hecho, a concretar arreglos imperiales al estilo de los practicados por Repsol, Tendesa o Iberdrola, que constituyen conglomerados empresarios con otros países entreguistas que les permiten quedarse con sus recursos. Grecia e Irlanda también siguen mal y Portugal anda a las patadas. El único fenómeno interesante, que no es Europa en el sentido estricto del término, lo presenta Islandia, que tuvo dos referéndums donde el pueblo decidió no pagar la deuda que ha hecho naufragar al país. El ejemplo de Islandia, además del de Argentina, tiene mucha presencia en las manifestaciones del M-15,  los llamados “indignados”..

¿Qué ocurrió en esa nación?

Se cagaron en Dios y María santísima y dijeron: acá hacemos todo al revés de lo que nos proponen. Los que robaron fueron en cana y a los bancos que timbearon se los dejó quebrar, sin brindarles ayuda del Estado. Que se jodan, dijeron. Armaron un grupo de notables, un  think tank, como le dicen ahora, para fijar pautas y decidieron priorizar al islandés y a Islandia como país. Se le dijo no al negocio y se impidió que el mercado impusiera lo que quisiese. Y salieron. Siempre recuerdo algo que dijo hace ya muchos años un economista argentino que trabajaba en la Cepal, creo que Hernán Blanco: los  grandes centros económicos o financieros mundiales te corren permanentemente con la amenaza de que, si no pagás la deuda, te secuestran los aviones, los barcos y qué se yo cuantas cosas más. Y él decía que no era cierto porque ninguna empresa del mundo se perdía un negocio de 11.000 millones de dólares anuales porque le quiten uno o dos puntos. Lo hacen para extorsionar. Y los cagones y entreguistas se apuran a pagar. Paguemos, paguemos rápido, no sea cosa que nos castiguen, dicen. Esos grandes centros concitan la deuda y quieren que vos la pagues, como sea. En Islandia se dijo no y el principal banco quebró. 

Lo que ocurre es que se necesitan dirigentes con decisión política para que eso suceda.

Una anécdota al respecto, que ya conté alguna vez. Hace unos cinco años más o menos, estando yo en Madrid, no conocía bien a Kirchner. Sabía que venía del sur, que era un poco virola, pero no mucho más. Y me enteré que llegaba a Madrid para hablar con las empresas españolas que estaban en la Argentina y querían aumentar sus tarifas. Todavía estaba José María Cuevas como presidente de los empresarios españoles. Y Kirchner, con ese estilo campechano que tenía, les dijo: a ver un poquito, si me permiten voy a ser sincero. Ustedes quieren aumento de tarifas y no han cumplido con ninguna de las inversiones pactadas con que se comprometieron antes de la entrega. Pregunta: ¿van a hacer esas inversiones? Segunda cuestión: ustedes no pueden irse de la Argentina, en principio porque no les conviene, porque admítanme ahora aquí, en Madrid, que están ganando la plata a camionadas. A camionadas. Y una cosa más: un poquitín de sacrificio no viene mal. Ustedes compraron las empresas a precio vil y quieren que yo hambree al país para pagarles un negocio espurio. No, seamos sensatos y adultos, compórtense como personas adultas. Se levantaron y aplaudieron. Porque, boludos no son. Qué se van a ir.

Pero si en Argentina y América latina tienen las mayores ganancias.

Ninguna gran empresa de España ha dejado este año que pasó de tener ganancias de la ostia. El Santander, el BBVA (Banco Francés), Iberdrola, Endesa, Telefónica, Repsol.  El Santander, según su balance, ganó en el último ejercicio 6.180 millones de euros. El 70 por ciento son por comisiones. Insisto: qué se van a ir. En contraste con esas ganancias, hay una parte de España que está muy jodida: los desocupados y aquella parte de la economía que se llama sumergida, que labura en negro y en condiciones que no son las mejores. Ese es el contraste que genera el capitalismo, esa puta mierda que envenena y destruye el mundo.

¿Y el inmigrante?

El inmigrante está muy jaqueado. Además ha aparecido la prédica de la derecha que asimila inmigración con delincuencia. El inmigrante, por suerte para España y para toda Europa, es el único individuo que ha podido aportar para las cajas de previsión, evitando de ese modo que colapsen. La naranja y la cebolla en el sur, el trigo en Castilla, la aceituna y la vid son cosechadas por ecuatorianos o magrebíes. No hay en el sur un solo español agachado cosechando. Y son muy explotados, igual que los que aparecen trabajando en condiciones de servidumbre en algunos campos argentinos.

¿Cómo abordan los conflictos los políticos españoles?

Hay un nivel del abordaje de los conflictos por parte de los políticos que está plagado de una profunda hipocresía. Porque allí no importa que el individuo se diga de izquierda o de derecha, para el caso es lo mismo, aplican la misma receta. Es que son incapaces de enfrentar con  virilidad, hombría, altura y adultez los conflictos reales. Y no es ningún misterio lo que pasa, se lo puede averiguar sin dificultades. Sucede que desde hace cuatro, cinco, seis o siete mil años el verdadero problema es que no se reparte bien. Es muy sencillo, repartan un poco más querido y los problemas mejoran. El problema es que los potentados, los magnates económicos no quieren que sea así. La semana anterior a mi regreso de España le escuché decir al sinvergüenza de Emilio Botín López, el capo del Santander, en un programa de televisión, que hay que cuidar los recursos fiscales del país, bajar el gasto público. O sea: decirle no a las carreteras, a las escuelas, a los hospitales, a la sanidad y, en lo posible, promover una reforma laboral que permita despedir a los trabajadores por dos pesos, instaurar la cesantía barata. El Banco, como dije, ganó 6180 millones de euros el año pasado y la fortuna personal de Botín está calculada en 3000 millones de euros. De recortar un poco esas ganancias, nada ¿no? La verdad, son hijos de puta de marca mayor, aplican las mismas recetas que vengo escuchando desde que tenía cinco años.

Son insaciables. Y cierran todas las salidas.

Pero ni siquiera tienen la picardía de pensar que si siguen así van a un callejón sin salida. ¿A quien le van a vender los coches, los lavarropas, los televisores, si la gente está en la calle cagándose de hambre? ¿Qué les cuesta perder de ganar un poco? La derecha está muy instalada en Europa: Bélgica, Alemania, Francia, Italia, una derecha no liberal clásica, como alguna vez existió, no, una derecha imbécil, ignorante, facciosa, golpeadora. Hace algunas semanas leí que, en las encuestas francesas, ha subido como la espuma otra jodida grande como una montaña: la hija de Jean Marie Le Pen. Y después está ese Parlamento Europeo, que es una institución llena de cagones. El otro día sacaron una declaración gritando como histéricos porque Argentina y Brasil plantean un cierto proteccionismo para sus exportaciones agrícolas a Europa. Ahora, si alguien planteara sacarles un euro a los productores de limones de Francia, te cortan un dedo. Por eso digo, vamos a decirlo de manera educada, Europa es un continente cuya propia condición nacional de nacimiento está basada en el imperio, entonces lo que sea invadir, robar y no pagar se considera genial.

Lo he visto participar en el inicio de la campaña de Daniel Filmus como candidato a jefe de gobierno de Buenos Aires. ¿Qué me dice de eso?

Soy un argentino medio que envejeció en la Argentina, y que, en mi caso particular, desde que tuve 16 o 17 años me interesé por la política, pero no para ejercer esa actividad sino para formarme. Y recuerdo que por esos años me regalaron un libro muy interesante: Petróleo y política, de un político que por entonces estaba muy en boga y cuyos planteos sonaban a defensa de la soberanía y otras cosas, Arturo Frondizi. Entonces, junto con esa rémora de voluntarismo triunfalista que me había impregnado la  escuela primaria, en un país rico, interminable, lleno de gente inteligente, y de un futuro en apariencia promisorio, aposté por Frondizi en los términos más entregados y pretenciosos, pensando que ese sería el triunfo de una Argentina nueva. Resultado: a los seis o siete meses Frondizi era un charlatán de cuatro suelas, mentiroso, traidor, cagón. Gobernó con Estado de Sitio, Plan Conintes, firmó aquellos famosos contratos petroleros que lesionaron nuestra soberanía y terminó siendo, como se recordará, embajador de los milicos. Y a partir de ahí, lo digo siempre, lo que viví fue Frondizi, golpe militar, gobierno civil, golpe militar peor, otro gobierno civil y luego una dictadura feroz, hasta llegar a de La Rúa.

Tal vez, en esa línea de decadencia, hubo una sola excepción, que fue el gobierno de Arturo Illía, aunque asumió con la ilegitimidad de una elección donde el peronismo estaba proscripto.

Sí, es verdad. Uno pudo averiguar después que había sido un tipo notable en muchos sentidos, una suerte de paradigma de la honestidad en la Argentina, al que le decían el boludo o la tortuga. Reconozco esos méritos y otros que tuvo en su gestión, pero le queda esa mancha de haber aceptado ir a elecciones con el 70 por ciento del electorado proscripto. Un demócrata no hace eso. En lo demás, como digo, tomó medidas dignas de aplauso como evitar el envío de tropas a la República Dominicana, la anulación de los contratos petroleros, la modificación de la ley de medicamentos, que obviamente le costaron el gobierno. Y después de la dictadura, vino Alfonsín, la gran esperanza blanca, que todos compramos atados de pies y manos, y que fue para mí una enorme decepción, la definitiva de la historia argentina, y la confirmación aherrojada y remachada de lo insanable del político argentino de clase media. Como dijera Borges de la condición de los peronistas: incorregibles. ¿Por qué? Porque llega el momento en que uno se pregunta: ¿para qué todo ese trajinar para tener el poder, para estar allí arriba, si después cuando se llega a ese lugar no se usan sus herramientas y se encuentran todas las excusas posibles para bajarse los pantalones? Así hasta el corralito, que me dejó a mí en la puerca vía, porque me fagocitaron doce años de ahorro. Había trabajado muy bien por esa época en España, México, Perú y acá mismo, con la idea de ver si en algún momento podía ir aflojando el tren de carrera.

Por otra parte, ese dinero era como una jubilación. 

Era mi jubilación. Y cuando digo que me dejaron en la puerca vía no utilizo ningún eufemismo. Bueno, me voy a España a ver si hago algo allá y me rehago un poco. Y estando allí empecé a enterarme de aspectos del gobierno de Kirchner y ver algunos indicios de una política que parecía destinada a ser una cosa un poco más resolutiva, menos timorata. Un día estaba viendo, por televisión en diferido, el tema de los cuadros en la ESMA y no lo podía creer: mirá, me decía para mí, un presidente que asume el cargo de comandante de las Fuerzas Armadas, ay, Dios mío, esto es interesante. Después vino el tema del default, la deuda, y pude ver también como manejaba este asunto. Y noté que cambiaba el lenguaje: se empezaba a hablar llanamente y a decirle al que lo merecía: usted es un mentiroso. ¿Qué les pasa, están nerviositos? Me parece que acá está pasando algo nuevo, me dije.

¿Y eso lo llevó a apoyar a este gobierno?

Soy un hombre grande, tengo el derecho a decir la verdad, la que yo creo por supuesto.  Me acuerdo que, durante la dictadura, un mediodía arrojaron desde un Falcon un muerto en el obelisco. Un acto que, sin duda, pretendía infundir terror. Yo estaba con una chica de una revista que editaba Julio Korn, o Abril, ya que en ese entonces se juntaron, y estábamos muy acojonados. Y le dije a ella: mirá, a partir de ahora, pase lo que pase, no me callo más. Total, callarte no era sinónimo de seguridad. Y empecé cada vez que iba a la televisión y me encontraba con un chanta, a decirle lo que era. Usted es un chanta. No decirle: usted falta a la verdad, que es más elegante. No: usted es un chanta, un mentiroso. Evitar el circunloquio, el floripondio, el lenguaje colateral. Y eso me empezó a dar un poco de tranquilidad de espíritu. Llegué a pensar que me moriría en la Argentina sin que nunca nadie hubiera hecho algunas de las cosas que pensaba había que hacer. Y apareció esta gente. Y la apoyo. Y siempre le aclaro a la gente que me busca: mirá que yo no soy peronista. Y no lo digo como una especie de ablución limpiadora. Simplemente no vengo de ahí, pero voy a apostar con todo lo que tengo por este gobierno, a sabiendas, desde luego, de que en los pliegues de los gobiernos hay de todo. No es fácil, lo sabemos, pero con tal de pararle las manos a las Bullrich, a las Carrió, a los Pinedo, a los chantas como Pino, a toda esa gente que hacen discursos de izquierda con el corazón en la derecha, no voy a retacear ese apoyo. No me da más el cuero para aguantar tanta mala fe. Y frente a esto vivo una disyuntiva socrática elemental: ese apoyo es mi último gran acierto o mi gran error, no tengo aliento para muchas más elecciones.

¿Qué le sucede ante cierta oposición cerrada que se nota en algunos sectores de la sociedad?

Me rebelan profundamente, antes no me pasaba. Yo antes decía, en los términos de cierta cultura intelectual: hay que tener cierto respeto por el matiz. Hoy me cago en el matiz, el matiz es un invento del temor y la hijoputez ideológica. Por ejemplo, alguien dice: soy de centroderecha o de centroizquierda. ¿Cómo se maneja eso? ¿Cómo se es de centroderecha o de centroizquierda? ¿Cómo se es alto flaco, gordo delgado? Terminen con esa historia, digan sin tapujos lo que son. Si sos de derecha decilo, jugate las pelotas.

¿Usted cree que la Argentina vive un cambio cultural?

Me parece que no es un cambio cultural, es un cambio político, porque la batalla es ideológica, no tiene que ver con la mayor venta de libros o la eficacia de la difusión de cultura entre la gente. Porque una parte importante de esa difusión está en manos de los medios y la derecha y sabemos que no le interesa nada. Y sino, no hay más que mirar la televisión. Por otra parte, pienso, y ya hablo de la buena cultura: ¿cuánto puede cambiar la vida de un pueblo? Muy poco. Ninguna película, ninguna obra de teatro, ningún poema de Neruda han podido cambiar las condiciones económico-sociales de un país. ¿Por qué? Porque la batalla sigue siendo política, se la encare por donde se la encare, a través de los partidos políticos tradicionales o el pluripartidismo, a través del régimen parlamentario o presidencialista, lo que se quiera. Lo que cambia la mentalidad de la gente son las condiciones materiales del combate. La militancia política haciendo incidencia real en lo cotidiano, lo diario. En ese compromiso se han formado los tipos que, cuando son líderes, se llaman Perón, Mao Zedong, Castro. Son los que vienen de haber actuado en todos los planos, desde la trinchera más elemental hasta el ministerio más complicado. Claro que hacer política cuesta sangre, sudor y lágrimas para decirlo en términos churchillianos, porque la política es siempre complicada y sus senderos no suelen ser ni prístinos ni incontaminados.

Pero, relativo a un cambio político, ¿usted cree que lo hay en el país?

Sí, eso es evidente, ha habido un cambio político grande en el país, muy importante. De una época en que se repudiaba a los partidos, muchos jóvenes y otros sectores se han lanzado o recuperado una iniciativa política que no se veía en los últimos años. No es necesario haberse formado en Harvard o Massachusetts para darse cuenta de eso. No es que estoy inventando un paradigma político difícil de entender, se entiende solo mirando las cosas.

¿Cómo se mide el grado de lealtad, de entrega a sus principios de un político?

Siempre repito una frase que me marcó mucho en la vida, de Max Weber: “El líder político cuando se constituye como tal debe comprender y aceptar que en su horizonte político la muerte es una perspectiva”. Eso significa: cuando las circunstancias aprietan, hay que jugarse las pelotas. En Semana Santa, cuando Alfonsín va a ver al coronel sublevado contra el orden constitucional en helicóptero se equivocó. No señor, él era el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. El otro debió ser traído ante él, sea como fuere. O si no debió ir él en un tanque a buscarlo. A Allende en La Moneda lo sacaron muerto. Te jugás o no te jugás. Puede parecer un poco extremista lo que digo, pero no quiero caer en ese verso cotidiano de decir: “No, está bien, pero lo que pasa es que hay un momento para cada cosa, en algunas circunstancias…” No, pará un cachito: usted dijo tal cosa en la campaña política y después hizo lo contrario. No me joda más, se acabó la historia. Basta. Out. Sino es lo mismo hasta el infinito.

Alberto Catena