Entrevista a Lorena Vega

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En un país en el que aún predomina la superficialidad y el mal gusto de algunas malas propuestas televisivas (aunque haya excepciones), avanzar en el medio artístico solo en base a la capacidad personal como intérprete es difícil. Lorena Vega, sin embargo, lo ha logrado. A través de muchos años de trabajo, y en especial por lo hecho en los últimos tiempos, ha generado como actriz un legítimo y merecido espacio de reconocimiento, tanto en teatro –donde su brillo es indiscutido- como en las distintas oportunidades que se le han ofrecido en cine y televisión. Esta nota repasa, en una conversación con ella, alguno de sus más recientes actuaciones, sin olvidarse de varios otros que han sido decisivos en su carrera ni algunas intervenciones en la dirección teatral.

    “Mala es la opinión que no puede mudarse”, decía Aulio Gelio, un gramático latino al que le gustaba expresarse en frases cortas. Lorena Vega, una de las mejores actrices jóvenes que ha dado la Argentina en las últimas dos décadas, lo pudo comprobar en los inicios de su profesión. Había terminado de concretar con mucho éxito y aplausos su primera actuación en un escenario, en una obra representada en la Asociación Argentina de Actores y que dirigía la que fue su primera profesora de teatro, cuando ocurrió lo imprevisto. La directora se peleó con su asistente y actriz protagónica de un tono tan áspero y violento que lo que siguió a eso fue la suspensión del ciclo de funciones que estaban programadas para el lugar. Fue arranque y epílogo en un mismo día. Una adolescente todavía, Lorena tomó una determinación radical: no actuaría más, a pesar de lo mucho que le gustaba y el caluroso recibimiento, porque no quería exponerse a nuevas frustraciones como la sufrida en esa ocasión.

     Por fortuna, por esa época tenía un novio, algo mayor que ella, que adivinó que su decisión no era reflejo de su deseo profundo sino, más que nada, de la obstinación por mantener una actitud que había tomado públicamente y al parecer debía honrar. Y, para ayudarla a modificar esa postura, le dijo un día: “¿Sabés qué? Te regalé un curso de clown”. “¿Para qué? Si ya dije que no haría más teatro”, le contestó ella. “Yo ya lo pagué, así que vas a tener que hacerlo”, le replicó él. Recordando ese hecho, la actriz afirma hoy: “Lo que me parece muy fuerte y me impresiona todavía, es el nivel de deseo que él pescó en mí, ese deseo que sobrevivía a pesar de mi resistencia. Fue un curso con Ricardo Behrens en el que aprendí un montón y la pasé genial. Y fue como mi reenganche. Y ahí decidí continuar, pero me propuse hacerlo en serio.” Lorena relata ese hecho a este periodista en el bar El Coleccionista, ubicado frente al Parque Rivadavia. Vive cerca de allí y, además, ha dejado a su niño de casi dos años, Dante, en una guardería próxima en la que lo retirará en un par de horas.

      Si las paredes de ese café pudieran hablar seguramente contarían otras historias parecidas a las de Lorena en las que un cambio de opinión a tiempo evitó que un talento con posibilidades de desarrollarse no se desviara de su verdadero camino. Durante muchos años de las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado –y aún antes- por ese lugar desfilaban decenas de artistas e intelectuales argentinos por el simple gusto de practicar la sana costumbre del diálogo o la tertulia. No es un tiempo tan lejano, pero aun el contacto personal no había sido reemplazado por las llamadas por celular y el ritmo de vida no era tan vertiginoso. Claro, no todo debió ser tan ideal: con seguridad también se relataron peripecias humanas de fracasos o truncamientos de vocaciones. Pero no fue esa la que nos contó Lorena en la hermosa tarde de otoño en que conversamos en ese café y que vale la pena oírla un poco más ampliada, con algunos detalles.

   “Actuar para mí es una necesidad muy primaria, desde el origen –comenta-. Hacer teatro, pero muy especialmente actuar me fue salvando de muchas cosas, entre otras de la depresión que tenía en la adolescencia. Estado de ánimo que me venía no solo del hecho de ser adolescente, sino también porque vivía en un entorno familiar complicado. Mis padres se habían separado y eso me dolía. Y las horas que pasaba estudiando teatro me hacían olvidar de todo eso, era como si al llegar al centro cultural donde empecé a estudiar teatro me desconectaran. Y cuando salía a la calle me duraba un rato la alegría y después volvía la angustia anterior y me decía: no puede ser. Las clases se daban los lunes y la espera de una semana entre una y otra era una tortura, aguardaba su llegada con una gran ansiedad. Y así a lo largo de mi vida el teatro me salvó de muchos momentos difíciles y hacerlo fue y sigue siendo una necesidad imperiosa.”

Le preguntamos cómo se le ocurrió ir a ese centro cultural dónde empezó. Y responde: “Un poco por casualidad. Estaba en la secundaria bastante embolada y una amiga mía me informó que se había creado una red de centros culturales en los se daban clases de teatro al terminar el horario de clases en nuestras escuelas. Y me preguntó si no quería ir con ella. Era la época de Raúl Alfonsín. A nosotras nos tocó el centro cultural que  correspondía al colegio Urquiza, de Flores. Y al llegar allí se produjo entonces esa suerte de deslumbramiento que experimenté. Vengo de un entorno muy barrial y siempre  tuve la aspiración de que me pasaran cosas interesantes, pero las posibilidades eran acotadas. Yo le había pedido a mamá que me llevara a hacer clases de danza pero no lo hacía, estaba laburando, resolviendo cosas más básicas. Y cuando mi amiga me propuso ir a estudiar teatro le dije de inmediato: ’Dale’. Pero, la verdad, si me hubiera dicho de ir a tomar clases de guitarra también hubiera ido. Y fui y me pasó luego lo que te conté, el episodio con la profesora y su asistente.” Le advertimos que varios de esos centros culturales fueron cerrados por el gobierno de la ciudad. “A mí, repito, uno de esos centros que se han ido cerrado me salvó la vida”, responde. No importa, claro, que después una disputa entre una directora y una asistente     –como las muchas que a diario hay en esta pequeña vía láctea de los desacuerdos que es el mundo- tronchara luego la experiencia. Pero ya había quedado sembrada una semilla que germinaría.

       La agenda laboral de Lorena, al menos en cantidad de títulos teatrales abordados, anda por estos días muy cargada, situación que la hace feliz y solo la preocupa cuando debe resolver quien se queda con Dante en los días de ensayo o función. Por fortuna, la presencia de un marido solidario y de su mamá, que le da también una buena mano, ayudan a resolver los inconvenientes que se suscitan. “Antes resolvía con toda libertad qué hacer y que no –remarca-. Ahora esas decisiones son temas de familia, debo consultar primero, porque necesito para aceptar un proyecto contar con la colaboración de mi gente. Así pasó con La mala fe, de Leonel Giacometto. Es una obra que estaba ensayando otra actriz que no pudo seguir con el proyecto. Y me llamaron para reemplazarla un mes antes del estreno, que tuvo lugar en abril. Le dije al autor y luego al director de la pieza, Alejandro Ullúa, que primero quería leer el texto para saber si me interesaba, pero que era un momento complicado para aceptar porque estaba grabando en televisión, tenía que cuidar a mi bebé y estaba, además, haciendo otra obra, Las mutaciones. Leí el libro y me gustó enseguida, por lo que relataba y por el lugar que les daba a los personajes, que tenían mucho  para decir y expresar. Hablé con mi marido, que decidió bancarme, y decidí hacer la obra. Durante los ensayos, Ullúa también confió en mí y me estimuló para que hiciera propuestas que siempre escuchaba con mucha atención.”

    Hay que aclarar que La mala fe y Las mutaciones van un solo día por semana, una los miércoles y la otra los jueves, lo cual no le absorbe a Lorena tantas horas y le facilita los relevos en el cuidado del niño. Ese panorama de actuaciones en escena se completaba, por lo menos hasta las dos primeras semanas de mayo, con su intervención en un ciclo del llamado Teatro Bombón, festival permanente de obras cortas que se dan en la Casona Iluminada y en el que se invita a distintos directores. Lorena participó allí en dos trabajos, en uno como actriz (¡Usted está actuando!) y en el otro dirigiendo (Segunda vuelta). En la primera obra, adaptación del cuento La corista de Antón Chejov que dirige Santiago Gobernori, ella y Monina Bonelli (en todas las funciones interviene también un actor invitado) se sacan chispas de luminosidad teatral, demostrando que son dos actrices muy dotadas y talentosas. Del mismo modo, es muy elogiable la tarea de Lorena como directora en la segunda pieza, que es en rigor una adaptación, hecha por ella misma, de un cuento de Roberto Bolaño (El retorno), perteneciente al libro Putas asesinas. Como otro detalle de esta agenda de Lorena en 2015, se podría agregar que hace poco tiempo terminó de grabar Cuatro reinas, una miniserie que se trasmitió en marzo en Cabal 7 y en la que realizó un papel muy destacado y muy bien interpretado.

      En La mala fe, la actriz compone a una mujer de comienzos de los años cincuenta que utiliza a su hija para, mediante la seducción, robar o estafar incautos.  Y en un viaje en tren, cuya travesía es bruscamente interrumpida por una huelga ferroviaria, se topan con un individuo que se presenta como un religioso, pero resulta ser un fanático mesiánico que llevará el conflicto que se originará entre los tres a una situación límite. Respecto de Las mutaciones, Lorena informa: “La dirige Lorena Ballestrero, mujer del dramaturgo Luis Cano y que hizo la obra Y se fue con su padre, en el San Martín. Ella es como la adjunta de Rubén Szuchmacher en el área de dirección del UNA. La obra pertenece a Valeria Correa, quien la escribió en la Escuela de Dramaturgia de la EMAD. La hago junto con Leonardo Murúa y está basada en el I Ching, milenario libro oracular chino. Trata el devenir de una pareja en distintas instancias o estaciones de su vida, pero no está relatada de modo cronológico como La mala fe. El relato tiene como una ruptura y el espacio no es convencional. Para mí está buenísimo actuar textos tan diferentes que exigen otro tipo de relación corporal, sonora, de composición de la voz, de tono expresivo. Son papeles muy distintos y exigentes. Y eso me gusta.”

       No es necesario que lo diga. Con actuaciones en más de treinta obras teatrales, en diversos  programas de televisión y varias películas (Aire libre, La Paz, Juan y Eva y varias otras), Lorena es de esas actrices a las que le agradan los desafíos actorales intensos y asume cada papel como una oportunidad para alcanzar siempre algo distinto. Pronto actuará en el primer largometraje que dirigirá su propio marido, Gonzalo Zapico, un hombre que ha trabajado mucho detrás de las cámaras y como asistente cinematográfico. La película se llamará El bosque de los perros y Lorena confía mucho en el guión y en el papel que le tocará. Con él ya hizo un corto denominado Vicente Casares. No dudamos que aportará al film una nueva perla actoral. Quienes la hayan visto en Salomé de chacra de Mauricio Kartun, donde realizó una interpretación de extraordinario nivel expresivo, Amor a tiros, Amar y tantos otros títulos que se podrían citar saben, como espectadores, que es virtualmente imposible sustraerse a la potencia de su talento escénico, a ese envidiable sortilegio que produce la libertad con que interpreta a sus personajes. El gran escritor inglés John Berger dice en el libro Con la esperanza entre los dientes: “No todos los deseos conducen a la libertad, pero la libertad es la experiencia de un deseo que se reconoce, se asume y se busca.” Lorena Vega lo sabe.
                                                                                          Alberto Catena