Entrevista a Raquel Ameri

Entrevistas

Dulce e inteligente, con un rostro muy eslavo –de hecho es bisnieta de ucranianos- y una sonrisa franca y límpida, Raquel Ameri, a pesar de no tener gran notoriedad, es una actriz valiosa y de mucho talento. Además de una persona cuya sencillez admira. El año pasado y éste, puesto que la obra sigue en cartel, sorprendió al público y la crítica con un trabajo de los que no se olvidan, haciendo de un adolescente transexual en Millones de segundos, de Diego Casado Rubio. En la conversación que sigue, habla sin tapujos ni remilgos de su vida al frente de un hogar de tres hijos y de cómo se ha desarrollado su carrera en los últimos años.

Prodigio de actuación por varias razones, el trabajo de la actriz Raquel Ameri en Millones de segundos, de Diego Casado Rubio, autor y director español radicado en Buenos Aires desde 2005, ha provocado verdadera admiración no sólo en el público que lo ha visto, y que en su segunda temporada sigue asistiendo a las representaciones de esa obra teatral, sino también en la crítica, que lo distinguió con muchos elogios y varios premios y nominaciones, algunas de los cuales todavía están por decidirse este año. En esta pieza, Raquel encarna a un adolescente transexual que sufre el síndrome de Asperger, como se sabe uno de los trastornos del espectro autista. El texto de Casado Rubio está basado en el caso real de un joven norteamericano que tenía rasgos similares a los del protagonista de la obra, Alan, y que terminó siendo asesinado por la policía de los Estados Unidos.

Entre las distinciones a Raquel, una de ellas es en el rubro revelación, lo que podría indicar que éste es uno de los primeros trabajos que hace la actriz sobre un escenario, cosa que no es así. Con una rigurosa formación en el campo de la danza clásica desde los 7 años y en teatro desde los 13 años, la actriz no cumplió sin embargo papeles en la primera de las dos disciplinas y sí en teatro, donde empezó a mostrar sus virtudes interpretativas a partir de 2002, cuando debutó con Ombligo, obra de Magu Mendez en el Teatro del Abasto. A ese título le siguieron, entre otros, Mujeres en el baño (2009), Advertencia para barcos pequeños (2011), Lisboa, un viaje etílico (2012), Mujeres en el aire (2012), Malditos todos mis ex (2013), Te mataría. Antología de un desencuentro (2016) y Mil años de perdón (2016). Y antes de los premios por la obra Millones de segundos (2017), había sido nominada a mejor actriz por el teatro alternativo en los ACE 2014 por Malditos mis ex.

Sucede que, a pesar del trabajo en todos esos títulos, Raquel ha mantenido una discreta figuración en cartelera porque su condición de madre de tres hijos (Dante, 12 años; Mateo, 8 años; y Azul, casi de 3) le permite dedicarse al teatro de una manera muy regulada: hace una obra por año y a lo sumo dos, como ha ocurrido en ciertas ocasiones. Cuando Casado Rubio la convocó para Millones de segundos, le estaba dando todavía de mamar a Azul, un nombre que evoca un color que en la casa es familiar porque pertenece al de los ojos de la actriz. “Voy a hacer esa obra, porque me gusta mucho, pero te pido un poco de tiempo porque recién estoy saliendo del táper de la maternidad”, le dijo al director. A los 26 años quedó embarazada por primera vez y en ese momento tenía pasaje ya para viajar a Italia para incorporarse a un grupo de teatro antropológico, pero decidió quedarse en el país y ser madre. Y como, muchas madres, abordó su actividad artística junto con las responsabilidades que impone la crianza de los hijos.

Raquel Ameri

Pero considera una bendición de la vida haber tenido esos niños, que la hacen muy feliz. “Los hijos y la propia vida te nutren de una experiencia enorme, te dan madurez afectiva y te ayudan a entender mejor los problemas de la existencia –dice-. En algún momento, tuve la sensación de que la maternidad podía impedirme avanzar en mi carrera. Pero cuando hago alguna obra y me sensibilizo o conmuevo por los temas humanos que trata me doy cuenta que soy la actriz que soy porque también soy la madre de estos niños. Una cosa no puede ir sin la otra. Y que tengo que agradecerles a ellos por todo lo que me enseñaron en la relación que mantenemos. Los niños te permiten ver cómo es el desarrollo de un ser humano, cómo se despliega ese proceso, el de ser en el mundo. Mientras uno es protagonista, y se mira el propio ombligo, a menudo no percibe ese fenómeno.”

 

Respecto de sus maestros fundamentales, reconoce que son dos Guillermo Angelelli y Laura Yusem, aunque estudió con varios otros: Ana Frenkel, Raúl Serrano, David Señoran y hasta Ricardo Bartis con quien hizo dos seminarios de verano. Con Angelelli se formó con intensidad durante tres años. La técnica de Angelelli, atravesada por su propia experiencia, las enseñanzas que tomó de Frenkel y en actuación de Yusem, cree que fueron los pilares sobre los que se constituyó su personalidad como actriz. “Todas esas líneas se fundieron en mi forma de trabajo –comenta-. También he aprendido dando clases. Hago entrenamiento corporal para actores y me agrada mucho hacerlo. Allí fui descubriendo lo que quiero y puedo transmitir o cómo entiendo el trabajo del actor, que para mí se hace desde el cuerpo. Al haber hecho danza desde tan chica, hay algo en mi trabajo que tiene mucho que ver con la percepción desde lo corporal.”

También valora mucho su trabajo con la autora y directora Mariela Asensio en distintos papeles. Haber llegado a Mujeres en el baño, la primera obra que hizo con ella fue un gran paso, sostiene. “Había tenido a Dante, que tenía un año y medio –relata-. Y en el primer ensayo tuve miedo de decir que tenía un hijo de esa edad porque podían pensar que no estaba en condiciones de seguir el ritmo del proyecto, pero lo conté. Era una paradoja, porque la obra es feminista y plantea que las mujeres con hijos o sin hijos podemos seguir adelante. Las obras han venido a mi vida y me han hecho crecer muchísimo, hay algo misterioso que hace que lleguen para que yo madure en lo personal. En esa pieza tenía poco texto y mucho movimiento físico. Después de eso, quedé embarazada de mi segundo hijo y ya con él, también de año y medio por entonces, me entero de que Mariela llama a audición para Lisboa, un viaje etílico. Y había que cantar un fado y preparar unos textos y me presenté a audición. Y fui elegida. Era la fanática de reggaeton. De Mariela aprendí a trabajar profesionalmente. Aunque estés en teatro independiente, ella plantea que nada de mate y pucho. Si hay que ensayar tres horas, se hace a full. Me dio un timing, un entrenamiento para trabajar y resolver, no caer en la autocompasión cuando algo sale mal, se repite y finalmente se puede resolver. Y mientras hacía Lisboa, un viaje etílico, se cayó una actriz en Mujeres en el aire y debí reemplazarla. En diez días de ensayos tuve que convertirme en una conejita de Playboy, divina, una diosa a lo Moria Casán, que aparecía en el escenario con el pelo planchado. Todo eso mientras cambiaba pañales en casa y atravesaba una crisis personal. Pero saqué energías de algún lado. Por eso digo que el teatro me salvó, me hizo madurar.”

Raquel vive en Floresta, el barrio de su infancia y el de sus padres. Hasta hace algunos meses vivía en Ingeniero Maschwitz. Se había ido a vivir con su esposo, del que ahora se ha separado, para organizar una huerta orgánica y vivir de eso. Pero se cansó de estar tanto en el barro y decidió volver al teatro, aceptando la posibilidad que le otorgaba hacer Millones de segundos. Y ya saliendo de su tercer maternidad –estaba amamantando a Azul, como se dijo- aceptó el fantástico desafío que le imponía hacer de Alan. “Como me han dicho algunos amigos: cuando se da la oportunidad de hacer un personaje así no hay que perderla. Soy consciente de que era un reto muy fuerte, porque es una obra que sacude a los espectadores. Y decidí tirarme a la pileta con Diego Casado Rubio, porque es un gran artista. Claro que me quedaban las dudas acerca de cómo realizaría mi trabajo, era un proyecto ambicioso. Y por fortuna me fue bien”, afirma.

Ahora, por ejemplo, fue convocada por Laura Yusem para trabajar en el Teatro Cervantes en un personaje pequeño. “La obra es Las benévolas, una adaptación de una novela del escritor franco-estadounidense Jonathan Litell, que al principio era solo un monólogo para Gabriel Goity, pero luego se le agregaron dos o tres personajes chiquitos –cuenta Raquel-. Se trata de un ex nazi que se traslada a la Argentina y acá monta una fábrica de encajes, pero al tiempo lo comienzan a investigar. Entre las que investigan están dos policías, que una de las cuales soy yo. Se empieza a ensayar a fines de julio y se estrena en septiembre. Es el primer paso que doy en el teatro oficial. Pensé que con Alan me retiraría, por lo menos por un buen tiempo. Pero me apareció esto y lo agradezco mucho. Y además que me llamara Laura Yusem es una suerte y un orgullo.”

En cuanto a las clases de entrenamiento que dicta, afirma que es un medio de vida pero que la Argentina vive una etapa en lo económico y social muy difícil y la gente deja de tomar clases. “Yo misma me cuestiono a veces las clases de entrenamiento que por mi parte también tomo –ilustra-. Me pregunto si no debo en vez de eso irme a correr alrededor de una plaza y no pagar un maestro. A veces reflexionaba: bueno, si me quedo sin nada, me voy a trabajar de cualquier cosa. Y he sido afortunada ahora de que me hayan llamado de un lugar donde me pagarán hasta por ensayar, como en el Cervantes. Es un momento complicado y cruel el que vivimos. El otro día leía las declaraciones de Vidal sobre la necesidad de cerrar las universidades y me preguntaba si lo que quieren es condenar a muerte a este país. Llevar este tema de la meritocracia hasta estos límites y seguir diciendo que lo que se logra debe ser producto del esfuerzo es un absurdo, no es así. Las políticas son las que preparan el terreno para que se pueda desarrollar una cosa o no, se pueda tener trabajo o no, se pueda aspirar a una buena condición de vida o se ingrese en la miseria. Ahora que estamos en el tema del “Ni una menos”, es bueno recordar que las mujeres sufrimos ya hace tiempo el peso del doble trabajo: el de la casa y el de fuera de ella. Sabemos del sacrificio que implica trabajar y al mismo tiempo mantener bien la casa y criar los hijos. Conozco mujeres que trabajan 8, 9 o más horas y deben depositar a sus chicos en guarderías porque no pueden estar con ellos la mayor parte del día. Esa es una forma de esclavitud, más moderna o maquillada, pero esclavitud al fin. Si no podes quedarte con tu hijo un día en que no se siente bien o tiene fiebre, acompañarlo, porque además después te lo descuentan o te retiran la asignación por presentismo, es como un regreso a la esclavitud.”

Raquel para hacer a Alan debió hacer un meticuloso estudio de las características de su personaje. Primero comprender que se trata de una mujer que se percibe a sí mismo como hombre, más allá de su genitalidad. Ni siquiera como un transexual. Luego que es un adolescente, lo que le requería a ella, que tiene 39 años, lograr un aspecto más juvenil y tener las actitudes y modos de un adolescente. Todo lo cual fue observado con exactitud. Cualquiera que vea su composición comprobará el extraordinario resultado que consigue en su composición. Así que lo primero que hizo fue componer como actriz a un varón. Y como ha dicho María Rosa Frega, compañera de trabajo de Raquel que hace de madre de Alan, desde el primer ensayo ya estaba el personaje. “Y Diego, el director, me ayudó luego un montón para ayudarme a confiar en lo que había concebido – explica Raquel-. Porque yo ya jugaba con ese personaje desde el inicio, pero necesitaba esa confianza para confirmar que estaba bien el camino que había imaginado desde lo instintivo o intuitivo. Lo del síndrome de Asperger, con sus caracteres, fue llegando después, pero el texto da mucha información de cómo él piensa, de cómo cuenta los segundos, etc. Alan y la obra plantean algo muy contemporáneo que nos viene a interpelar y nos da una oportunidad de darnos cuenta de todo lo que nos tenemos que replantear en este y en otros temas.”

Raquel arranca la obra desnuda, en una especie de crucifixión del personaje, una imagen como de un Cristo contemporáneo. Le preguntamos si no la pone incómoda aparecer así. Dice que es un reto que propone la puesta y la enfrenta. “Yo he entrenado mucho y tengo una buena relación con mi cuerpo –afirma- y he hecho mucho tiempo meditación. Y entendí que el cuerpo cambia todo el tiempo y que lo único que se mantiene es el interior. Allí está lo más genuino del ser. Nos detenemos demasiado por razones culturales en el envase y no podemos llegar más allá. Nos quedamos en la superficie. Y desde ese lugar también puedo desnudarme porque creo que ese cuerpo es el envase de una profundidad mayor que está en mi interior. Y está, en el que mira, el que solo puede ver el cuerpo y el que ve más allá. Incluso como mujer, tuve dos partos en casa, tengo una idea de la sabiduría del cuerpo de resolver con inteligencia muchas cosas. La carga del cuerpo está puesta por la cultura. El cuerpo es en sí mismo un medio para poder expresarnos en libertad.”

Alberto Catena