Crítica de teatro: Yugoslavos



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Yugoslavos. De Juan Mayorga. Dirección general y espacio escénico: Enrique Dacal. Diseño de luces: Marco Pastorino. Música original: Pablo Dacal. Elenco: Julio Ordano, Juan Carrasco, María Laura Calí, Sharon Luschner. Teatro ElKafka, sábados 21 horas.

Juan Mayorga es, qué duda cabe, uno de los mejores autores españoles contemporáneos y también de los más difundidos. Sus obras se han estrenado en distintos países del mundo y algunas de ellas han sido llevadas al cine, entre otras El niño de la última fila. Precisamente esta pieza fue representada en la sala de ElKafka en una excelente versión del propio Enrique Dacal. De Mayorga también se vieron otros títulos en Buenos Aires: El traductor de Blumemberg, Himmelweg, Cartas de amor a Stalin y El crítico.
   Los Yugoslavos es un texto dramático que intenta construir una metáfora escénica de la soledad humana. El dueño de un café (Martín) es testigo del extraordinario cambio de ánimo de un cliente que, sorprendido solo y deprimido en una mesa por otro parroquiano que se sienta a su mesa, alcanza luego de hablar con él un estado único de euforia que lo hace salir exultante del lugar. Aguijoneado por la curiosidad, otro día ese negociante ve entrar al hombre que le cambió el ánimo a su cliente (Gerardo) y se le acerca para comunicarle que ha visto aquella transformación y que le gustaría que charlara con su mujer para ver si también puede entusiasmarla. Después de algunas dudas, el hombre acepta.
    A partir de allí comienza una exploración imprecisa de algo en el escenario que nunca parece definirse del todo.  La mujer del propietario de ese café (Angela) sale en búsqueda de un bar de yugoslavos donde, se comenta, todo es muy divertido. Posee un mapa que, al parecer, contiene lugares misteriosos que encontrar. Son sitios donde alguien puede lograr una transformación, un cambio para una vida acosada por el tedio y tal vez con escaso sentido. Gerardo la sigue pero no puede darle información valiosa al marido. En esa tarea parece ayudarlo una hija, Cris, que en alguna oportunidad se cruza con Angela. Todo parece transcurrir sin que pase nada importante, ni nadie consiga algo de lo que se supone quiere conseguir.
     Mayorga sostiene en un comentario del programa: “Lo importante casi siempre ocurre cuando no pasa nada”. ¿Es  esto lo que se busca? ¿Que no pase nada realmente llamativo en la escena y que, motivado por eso, el espectador agudice su observación para ver si logra percibir orientaciones en su comprensión? No lo sabemos. Tal vez, Mayorga, que es, además de dramaturgo, filósofo, ha intentado incitar al público a penetrar con su imaginación en las potencialidades que se ocultan en las existencias erráticas y solitarias, que desean un destino distinto al que tienen, pero que no saben bien cuál es. El que escribe estas líneas intentó ese descubrimiento y no llegó a muy frágiles certidumbres. Su pensamiento solo giró en una pura deriva a la que ni siquiera los diálogos aportaron pistas. Y consumó una experiencia con ese texto que, comparada con otras que tuvo con obras de Mayorga vistas aquí, está como en las antípodas. Tal vez mera insuficiencia de espectador sin fantasía. Pero ni siquiera  el arduo trabajo del elenco, formado por actores tan fogueados como Julio Ordano y Juan Carrasco, ni la prolija puesta de Enrique Dacal, lograron darle una mano para transitar la majestad de esta metáfora con algunos apoyos dignos de colmar desorientación.

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