Animal

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Animal. Argentina, 2018. Dirección: Armando Bo. Guion: Nicolás Giacobone y Armando Bo. Fotografía: Javier Juliá. Dirección de Arte: Charly Carnota y Pablo Bordenabe. Edición: Pablo Barbieri. Intérpretes: Guillermo Francella, Carla Peterson, Federico Salles, Mercedes de Santis, Marcelo Subiotto, Gloria Carrá, Majo Chicar y Joaquin Flamini.

Historia salvaje de supervivencia, que oscila entre el drama y el thriller, Animal, la segunda película dirigida por Armando Bo nieto después de El último Elvis hace unos seis años, apunta ya desde el título a lo que quiere lograr como objetivo narrativo: mostrar hasta que límites irracionales o bestiales puede llegar un ser humano cuando atraviesa una situación límite y la desesperación lo domina. Antonio Decoud, un gerente de frigorífico en Mar del Plata y hombre de clase media desahogada con hábitos conservadores, vive en un hermoso chalet ubicado en Los Troncos, uno de los barrios más elegantes de la ciudad, en medio de un clima de tranquilidad y armonía familiar (tiene una esposa dulce y tres hijos que lo adoran) que parece arrancada de una postal publicitaria. Esta situación se refleja mediante un largo y revelador plano secuencia inicial, que culmina cuando el personaje trotando en ropa de gimnasia por una costanera de la ciudad junto al mar se detiene y se desmaya. Elipsis y dos años después se lo ve Antonio haciéndose diálisis en un sanatorio del lugar. Ha perdido sus riñones y corre peligro de muerte si no consigue hacerse un trasplante.

El brusco suceso ha cambiado radicalmente la vida del gerente sembrándola de inquietud. Él, que tenía todo bajo control, que era desde su punto de vista un ciudadano modelo, que llevaba una vida ordenada y atenta a las reglas, de pronto, es dejado inerme por el sistema en una emergencia en que su salud es amenazada por un duro peligro. Tiene dinero para hacerse una intervención de trasplante, pero no puede conseguir un donante rápido porque debe esperar a que se cumplan las prioridades de espera que fija el sistema. Y frente a la lentitud burocrática y la sensación de que la existencia se le termina, decide optar por una vía paralela, al margen de la ley. Y a través de Internet consigue que un joven marginal –virtualmente un vagabundo por opción porque está convencido de que el trabajo no es lo suyo- acuerde con él la entrega de un riñón a cambio de la compra de una casa donde el donante vivirá con su novia, que está embarazada. El inicio de esta relación con la pareja configurará un virtual descenso a los infiernos para el gerente porque lo que parecía en un comienzo una operación sencilla y sin complicaciones se va espesando por el continuo incremento de las exigencias del “lumpen” y su novia y su inesperada intrusión dentro de la familia de Antonio. La crisis, en medio de una ascendente tensión, llevará a un desenlace explosivo que no es recomendable contar para no informar demasiado al público que no la ha visto y desea ir a verla.

Es evidente que este tipo de historias de individuos que, conducidos a la desesperación por un medio social y familiar que los lleva a un callejón sin salida, son de las que “garpan” en el mercado porque tienen un público seguidor interesado en averiguar hasta qué punto puede llegar un ser humano que desata su violencia reprimida frente a una situación en la que se siente en grave riesgo, aunque ese punto, con leves variaciones, conduce siempre a lo mismo: la destrucción de algo, del propio individuo, de sus relaciones afectivas anteriores, de la vida de otros seres, etc. Es una temática muy conocida y que con los matices que le otorga cada director, ha sido muy explotada, tanto en el cine de Hollywood como en el europeo y también en el argentino. Si bien con un tono más festivo, pero igual de brutal, reflejan esa exploración algunos de los capítulos de Relatos salvajes, de Damián Szifrón. O el largometraje de los Estados Unidos Un día de furia, de Joel Schumacher o la más reciente Biutiful, de Alejandro González Iñarritu, de la cual Bo fue guionista junto con Nicolás Giacobone. De manera que, de algún modo, muy a menudo el espectador tiene como una sensación de deja vu, que procede simplemente del recuerdo de otras películas similares.

Desde luego que si solo provocara esa sensación, no sería una película como para reparar en ella. Y no es así, porque el film tiene sus méritos. Está bien contada y con fluidez, efecto al que Bo llega con frecuencia por el buen uso de las supresiones temporales o elipsis, que le permiten abreviar el relato y no hacerlo nunca pesado. Trabaja bien los climas de suspenso, mucho mejor que los del drama y los acompaña con una música que, aunque no en todos los casos parece la mejor, logra crear buenos climas de tensión, cosa que también hace con la iluminación, que en ocasiones tiene una fuerte tendencia a la opacidad. Algunos defectos en opinión de este cronista son: algunos caracteres y situaciones son algo exageradas, como por ejemplo la poco convincente ingenuidad del gerente frente a los avances de la pareja donante y el no haber buscado otras alternativas. Ciertamente, este dejarse avasallar tanto sin ofrecer la mínima resistencia –incluso dejando que el marginal y su mujer invadan su casa- suma inquietud, porque crea una sensación real de inminente desbarranque, pero resta a la trama verosimilitud. También la sed de vampiros de esas dos personas, que parecen no parar nunca en su decisión de extraerle hasta la última gota de sangre al gerente suena maniquea, aunque en algún momento esa pintura intenta atenuarse para no mostrarlos tan miserables.

Por último y respecto de los actores, diremos que Francella probado nuevamente en un papel que no está dentro de registro habitual, responde bastante bien, sin ser tal vez el intérprete más adecuado para encarnar a un Antonio Decaud más complejo en lo psicológico. Otro actor, tal vez sin tanta popularidad, podría haberlo encarado mejor. Su criatura tiene un rasgo quejumbroso en el que el actor se apoya todo el tiempo haciendo de la composición un ejercicio un poco monótono y escasamente contundente en los instantes más dramáticos. Un fenómeno parecido es el de Carla Peterson como su esposa: hace un papel totalmente apagado y, de pronto, cuando el marido amenaza con vender su casa y poner en riesgo a la familia, se sale de cuadro, mostrando a un personaje demasiado desmesurado en comparación con lo que era antes. El papel del marginal y su mujer, aún con las observaciones planteadas en el párrafo anterior respecto a lo impone el guion, son de todos modos los que mejor están. Ni Marcelo Subiotto ni Gloria Carrá, en dos personajes en los que cumplen con toda profesionalidad lo que deben hacer, tampoco lucen demasiado.

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