Capitán Fantástico

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Capitán Fantástico. (Captain Fantastic, Estados Unidos, 2016). Dirección y guion: Matt Ross. Fotografía: Stéphane Fontaine. Montaje: Joseph Krings. Música: Alex Somers. Intérpretes: Viggo Mortensen, Frank Langella, George MacKay, Analisse Basso, Steve Zahn, Samantha Isler, Ann Dowd y otros. Duración: 108 minutos.

En base a un planteo inicial de la historia que parece poco real o casi imposible de concretar –sobre todo por lo extremo- y que coloca al espectador en una posición difícil de aceptar en el comienzo, Capitán Fantástico, la nueva película de Matt Ross, logra en su desarrollo paulatino alcanzar un nivel de realización altamente aceptable y finalmente convincente, muy lejos de la mayor parte de las producciones promedio de la cinematografía norteamericana actual, tan llenas de frivolidad o espectacularidad vacía. Para eso está el arte, para arriesgar y mostrar que el tratamiento inteligente de una fantasía puede hacernos pensar mucho más que un cuentito lineal sobre una realidad que, en apariencia, podría parecernos más reconocible. Superada esta valla de arranque en el planteo del argumento  –al cual se le podrían señalar imprevisiones poco menos que insalvables-, el film comienza a crecer y hace realmente disfrutar al espectador.

Capitán fantástico habla de un padre, Ben Cash, que intenta educar a los seis hijos de su matrimonio en una comunidad formada solo por ellos mismos y los padres, en rigor una granja autosustentable y aislada del mundo en un bosque del noroeste estadounidense, cerca del Pacífico. Allí, el padre los entrena física como intelectualmente en largas y estoicas jornadas que incluyen la caza con cuchillos de ciervo para alimentarse, horas de meditación y muchos momentos dedicados a la lectura de grandes pensadores, científicos y autores críticos del mundo actual, entre los cuales uno de los más venerados es Noam Chomsky, del cual celebran sus cumpleaños en vez de festejar la Navidad. Ben Cash ha logrado construir un universo privado con sus seis hijos, que, contrario a las costumbres de la civilización  global, parece tener como vestigios reminiscentes, pero en un espacio más familiar, de la cultura hippie sesentista, aunque mucho más aggiornada en sus posiciones de impugnación a las injusticias del sistema y sin varias de sus debilidades, más preparada para sobrevivir.

Todas las primeras escenas transcurren en ese lugar con los hijos, que van de los cinco o seis años a los quince, exponiendo esa forma de vida que practican y cómo hacen para subsistir. En todos esos pasajes falta la madre y pronto sabremos que ella está en una clínica desde hace tiempo por un problema de salud que requería un tratamiento con internación. De pronto, la noticia de que algo le ha pasado a esa mujer opera como un fuerte agente de agitación de ese mundo y sacude la frágil burbuja que lo contiene. La utopía de esa suerte de paraíso abroquelado e incontaminado a las impurezas de la sociedad contemporánea, comienzas a mostrar sus grietas. Los niños y el padre deben viajar hacia el lugar donde está la madre, cerca del estado donde viven los abuelos maternos, que se oponen férreamente a que Ben aparezca por allí. Y es ahí, en ese contacto con la sociedad de este tiempo, con todas sus taras instaladas, pero también sus hábitos extendidos –no todos irracionales-, comienza un choque de contrastes que forma parte de lo mejor del film. Porque todo eso está tratado con mucho humor y emoción de genuino cuño.

De ese modo, y evitando los clisés de un producto político de agitación, Matt Ross –que es un actor muy conocido por su participación en series como Silicon Valley, Big Love o American Horror Story, además de guionista- consigue incursionar en su segunda película (antes hizo 28 Hotel Rooms), en temas que trascienden la discusión sobre si es posible o no sociedades más justas, un tema apasionante y siempre vigente, sino que se adentra en una trama de tejidos más sutiles de las relaciones humanas familiares, más íntimos y subjetivos, como es la de los vínculos entre hijos y padres, entre los parientes entre sí y muchos otros ítems relativos a lo mucho que cuesta mantener armonía entre ellos. Aun sin necesidad de plantear una quimera como la de Ben de vivir aislados, pero sí robustos en la educación de a los hijos en valores profundos, perdurables y solidarios, que es por último a lo que debería aspirar cualquier sociedad normal. Es como si Matt Ross, quien dijo que esta era una película “sobre cómo ser un buen padre”, aceptara de entrada cierta endeblez de la fábula en su presentación para luego ahondar con mucha eficacia en todos los temas que están involucrados en la trama, desde los políticos a los psicológicos y familiares.

Y todo esto, sorteando los esquemas, dejando flotar todas las dudas e interrogantes que se le presentan cualquier persona de buena condición acerca de las dificultades que plantea la existencia y el cumplimiento de las funciones que ella adjudica a cada persona. En ese sentido, la pintura del padre encarnado por Viggo Mortensen, en una de las mejores actuaciones de su carrera, es la de un hombre convencido de los principios y valores que propugna, pero de a ratos arrogante y a la vez vulnerable a las contradicciones. Por ejemplo, en la relación con sus hijos los trata y los educa como libres pensadores, individuos que deben reflexionar en toda circunstancia y respetar la opinión de los otros, pero al mismo tiempo, y contrariando esa posición, es susceptible de sentirse ofendido porque uno de los hijos decide ingresar a una universidad sin consultarlo. Y también es un hombre firme en sus convicciones y, sin embargo, capaz de admitir que se ha equivocado, que en ciertas situaciones forzó el límite. Estos rasgos del personaje, y más  allá de cualquier consideración que pueda considerar su quimera como una locura, lo hace un hombre entrañable.

La película va exponiendo, a medida que avanza la trama, todos estos rasgos, como las propias contrariedades que sufren los hijos, y con ese material Rosse logra lo mejor de su película, su costado más airoso, humano. El film fue revelación en el festival de Sundance, fue premiada en Cannes y seguramente seguirá recibiendo distinciones. Su fotografía es de gran calidad y colorido y algunos de los paisajes del noroeste norteamericano bellísimos. Y el guion, no obstante algunas de las salvedades hechas, muy bien escrito y de mucha potencia para lo emocional. Mortensen ha afirmado que filmó este largometraje porque le gustó especialmente  el guion y su poder para hacer pensar al espectador. “Me gustan los relatos que te desequilibran, y en ese sentido una película como Capitán Fantástico puede hacer que el espectador piense que hay cosas que quizás esté haciendo mal o que podría hacer mejor. Estas dudas que proporcionan los buenos discos, las buenas películas, las buenas novelas, esas expresiones que te sacan, te transportan y te inquietan, me gustan.”

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