Crítica de cine: Amor a la carta



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Amor a la carta. (Dabba, en el original. India, Alemania, Francia y Estados Unidos, 2013). Dirección y guión: Ritesh Batra. Fotografía: Michael Simmonds. Montaje: John F. Lyons. Música: Max Richter. Diseño de producción: Shruti Gupte. Intérpretes: Irrfan Khan, Nimrat Kaur, Nawazuddin Siddiqui, Lillete Dubey, Nakul Vaid, Bharati Achrekar y otros. Duración: 104 minutos.

Conocida popularmente como Bollywood, la industria cinematográfica de la India ha funcionado desde poco antes de la mitad del siglo pasado, con un promedio en sus etapas mejores, más plenas, de 800 a 1000 al año. Volcada a toda clase de géneros en su inicio, desde los ochenta se ha venido especializándose en comedias románticas musicales, que mezclan distintas vertientes estéticas y son las que mayor difusión y éxito entre el público. El término Bollywood, hoy usado en los diccionarios especializados, surge de unir el principio y el final de dos palabras: Bombay, que es la ciudad en Maharashtra donde tiene sede la industria fílmica del país asiático, y Hollywood, la meca del cine norteamericano. Producidas para el consumo preferencial de la India –el cine ha tenido gran importancia en la integración cultural de esta nación en la que se hablan dieciséis idiomas- y también para los otros países del subcontinente indio, a partir de los comienzos de este milenio comenzó a intentar una mayor proyección al exterior, que en algunos lugares ha alcanzado solo una discreta circulación comparada con su potencia productiva.

    En la Argentina han circulado en los últimos tiempos por las salas tradicionales –no así en Internet donde es posible encontrar más material- algunos títulos que gozaron de una relativa repercusión como ¿Quién quiere ser millonario?, cuya producción es de origen británico, Saalam Bombay, Mi nombre es Khan y otras. En estos días ha llegado a las salas de Buenos Aires un largometraje que no se podría ubicar dentro de los productos habituales de Bollywood, sino más en la tradición más autoral, menos atado a las reglas imperantes en el mercado de su país. Se trata de Amor a la carta (el título con el que se conoció en la cartelera internacional fue The Lunchbox), del realizador y guionista Ritesh Batra, que si bien tiene condimentos e influencias del género romántico aspira a una mirada más profunda de lo que es habitual en el cine de su país.

    Es una pintura de dos seres solitarios que llega al corazón del espectador sin abusar de los excesos en que suelen incurrir las historias muy edulcoradas. La mujer de este dúo amoroso, que transcurre solo en el plano de la correspondencia epistolar porque nunca llegan a encontrarse, es Ila una esposa a la que el marido le es infiel y sueña con tener una vida más plena que la de ser una simple y clásica ama de casa. El hombre, Saajan, es un viudo de mediana edad, que está en los umbrales de su jubilación y piensa irse a vivir a su ciudad natal cuando ingrese a esa nueva condición laboral. Una equivocación provocada por los dabbavalas –famosos encargados en la ciudad Mumbai de recoger, trasladar y devolver en portaviandas las comidas que en los hogares se cocina para los hombres que trabajan- determina que una exquisitez elaborada por ella llegue a la oficina de Saajan y que, a partir de allí, comiencen una comunicación por carta, disimulada entre las viandas, entre los dos. Así, y mientras aclaran el equívoco, pero no lo cortan, comienzan a contarse sus cuitas, sus desolaciones existenciales.

    La película elude con inteligencia las tentaciones del melodrama tanto como las del final feliz, dejando que el espectador imagine que podría pasar en un tiempo futuro de la narración, que queda en suspenso, sin cerrar. Pero, más allá del valor humano de la historia, y el buen trabajo de la pareja central (Irrfan Khan, al que se lo puede ver también en algunas películas norteamericanas, y Nimrat Kaur), el filme tiene como valor agregado la pintura de un mundo tan abigarrado y multitudinario como es esa ciudad india (Mumbai), llena de calles, trenes y edificios desbordantes de personas y donde moverse parece una tarea imposible, exuberante en dificultades que los increíbles dabbavalas, orgullosos de su eficacia, como dice uno de ellos al testimoniar que ha sido constatada incluso por investigadores de Harvard, sortean una y otra vez. Un mundo sorprendente al ojo occidental, pero al mismo tiempo donde las peripecias humanas de todos los tiempos, la soledad, la incomprensión, el desamor siguen paseando su universalidad tan reconocible.

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