Crítica de cine: En trance



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En trance. Origen: Inglaterra. Título en inglés: Trance. Dirección: Danny Boyle. Guión: Joe Ahearne y John Hodge. Intérpretes: James Mc Avoy, Vincent Cassel, Rosario Dawson y Denis Sapani. Música: Rick Smith. Duración: 101 minutos.

Después de haberse dedicado a la dirección artística de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, el director británico Danny Boyle decidió regresar a los sets fílmicos con un thriller con algo de cine noir. El cineasta inglés es conocido aquí, entre otras películas, por Trainsportting (1996) –de la que hará pronto una nueva versión que transcurre veinte años más tarde-, Vida sin reglas (1997), La playa (2000), Slumdog Millionaire (¿Quieres ser millonario, 2008), que ganó ocho Oscars al año siguiente, y 127 horas (2010).

Con una compulsiva tendencia de trabajar las escenas con un sobrecargado contenido cromático y un montaje casi paroxístico, aun en casos en que la historia no lo justifica, como Slumdog Millonaire que vaya a saber por qué recibió tantos premios, el director vuelve a su estilo habitual en En trance, pero con resultados más satisfactorios. La historia gira en torno al robo de un cuadro de Francisco de Goya, El vuelo de las brujas, y el complicado camino hacia su recuperación por parte de los propios ladrones, pues uno de ellos lo ha perdido y por efecto de una conmoción cerebral no puede recordar donde lo tiene. En el medio aparece una voluptuosa psicóloga que domina el arte de la hiponosis y contribuirá a descubrir el misterio, no sin antes pasar por situaciones de lo más perturbadoras.

Desde luego, ese simple relato transcurre a lo largo de una trama enrevesada que exige al espectador mucha atención y le provoca muchas dudas, que sobre el final se aclararán debidamente. Pero, el camino no es lineal. El hecho de que la hipnotizadora introduzca al amnésico en distintos parajes de su inconsciente en búsqueda de la memoria perdida provoca escenas y visiones que van y vienen entre la realidad y la alucinación. Como el conflicto está instalado en la banda ladrones que perpetró el atraco y que ahora quiere recuperar el cuadro, y la psicóloga hace de mediadora en el grupo para evitar enfrentamientos, pero con fines también propios que después se conocerán, la historia transita secuencias de alto erotismo –el sexo es una buena carnada para averiguar cosas- y de peleas entre los ladrones cuyo grado de violencia es, por su truculencia, a menudo innecesaria. Pero, bueno, ese es el estilo de Boyle. Se toma o se deja.

El ritmo de la película es atrapador y el suspenso sostenido, gracias a un libro muy funcional al estilo del director, aunque a veces demasiado enroscado, de John Ahearne y John Hodge, el primero director de la miniserie homónima de la BBC en la que se basa el filme y el otro guionista de otras películas del director. Si el espectador no ha visto nunca un filme de Boyle es muy posible que se entretenga bastante. Los roles principales están cubiertos por actores muy solventes. James McAvoy, el empleado de una casa de subastas de arte en Londres que repentinamente se decide a robar, compone el papel más difícil, más complejo desde lo psicológico, y en cuyos secretos de vida residen la mayor parte de las claves de la película. Y lo hace con mucha probidad. Vincent Cassel entrega un personaje que está en la línea de algunos malvados que ya ha hecho, aunque con un tono algo más sentimental. Y lo hace muy bien. La que es una verdadera sorpresa, tanto por su belleza como por su calidad interpretativa, es Rosario Dawson, que realmente convence como la arriesgada profesional que trata de despejar el olvido de su paciente y recuperar el Goya.

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