Crítica de cine: La reconstrucción



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La reconstrucción. Argentina 2013. Drama. Guión y dirección: Juan Taratuto. Intépretes: Diego Peretti, Claudia Fontán, Alfredo Casero, María Casali, Eugenia Aguilar, Ariel Pérez, Matías Cabrera, Cristina García y otros. 85 minutos.

Conocido por sus trabajos de dirección en No soy vos, soy yo (2004), ¿Quién dice que es fácil? (2007) y Un novio para mi mujer (2008), todas ellas muy festejadas por el público, Juan Taratuto presenta ahora con La reconstrucción su opus cuatro, con una remarcable diferencia respecto a sus anteriores películas: pasa del género comedia, que domina como pocos en el cine argentino, al drama. Y lo hace con notable eficacia. Lo cual acentúa el mérito de esta jugada, porque si el riesgo es siempre bienvenido en el arte, lo es más cuando es tomado por alguien que ya ha probado un camino que le ha dado satisfacciones e intenta, sin embargo, otros. En este caso, como en el primero de los films que dirigió, Taratuto es también autor de su guión.

 

La historia de esta película transcurre en la árida Patagonia argentina, en especial en dos de sus ciudades: Río Grande y Usuhaia. En el primer lugar, reside y se emplea un trabajador especializado de la industria petrolera (el personaje de Diego Peretti), cuya soledad es tan evidente como el paraje donde transcurre su vida. Es un hombre hosco, refractario a las emociones, que usa escasamente las palabras, al punto que se maneja casi con monosílabos, y no le gusta que le den órdenes. Y, conforme con estos rasgos, no suele reaccionar de manera templada cuando lo molestan. Está por tomarse unas vacaciones, que con seguridad las pasará en su casa de ermitaño, donde vive sin más compañía que algunos muebles precarios y un desorden descomunal.

En medio de esa situación, lo llama un viejo amigo, que está en Usuhaia con su mujer y sus dos hijas, para pedirle un favor: que lo venga a reemplazar en su negocio mientras se hace unos chequeos médicos que requieren su internación. El primer llamado de este personaje, encarnado por Alfredo Casero, es contestado con una virtual negativa y un corte abrupto. Pero, el amigo insiste: conoce bien al destinatario del mensaje –luego se sabrá que trabajaron juntos- y sabe que podrá convencerlo. Y así ocurre. La verdadera pulpa de la película empieza a notarse a partir del momento en que el hombre de Río Grande viaja a Usuhaia. No develaremos, los distintos tramos de la historia porque es bueno que el espectador los descubra y disfrute por su cuenta, sin estar advertido de antemano de lo que ocurrirá.

Sí es lícito adelantar que la peripecia está muy bien contada y que Taratuto administra con sabiduría, y muy gradualmente, la información que el espectador necesita para hacerse una idea de por qué ese hombre tan agobiado y áspero es de esa manera. Es un recurso que permite mantener siempre el interés por el cuento. Hay una escena inicial donde el personaje pasa en camioneta por un lugar y hace caso omiso a una mujer que se ha accidentado en el camino y pide auxilio, que transmite las primeras señales de esa dureza, que produce por momentos rechazo. Pero que habrá que dejar pasar gran parte de la película para entenderla y averiguar qué origina esa actitud. Podría aducirse que, por ráfagas, este individuo parece excesivamente pintado en su rispidez, pero no, el desarrollo de la obra justificará, o por lo menos ayudará a comprender, si es que no se lo quiere justificar, la razón de ese comportamiento.        

En el papel protagónico, Diego Peretti prueba que es uno de los actores más aptos con que cuenta la industria del cine argentino. Puede pasar de la comedia al drama –y dentro de los dos géneros en una gama de muchos matices- sin fallar nunca. En este rol lo hace mediante una regulada economía de gestos que le permiten, con solo sutiles cambios de fisonomía, expresar distintos estados de ánimo. También están muy bien en sus trabajos Alfredo Casero y Claudia Fontán. Ella, como las dos jóvenes actrices que hacen de sus hijas, logran componer un universo femenino de claro contraste con las modalidades de conducta del amigo que las visita, como si éste sufriera una cierta inadaptación o incapacidad para entender a esas mujeres, o a todas las mujeres, algo que en la producción de Taratuto siempre ha estado presente, aunque bajo una mirada más tamizada por el humor. 

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