Crítica de cine: Regreso con gloria



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Regreso con gloria. (En el original, Trumbo, Estados Unidos, 2015). Dirección: Jay Roach. Guion:  Jack Mcnamara, sobre libro de Bruce Cook. Fotografía: Jim Denault. Elenco: Bryan Cranston, Diane Lane, Michael Stuhlberg, Helen Mirren, Elle Fanning, Louis C.K., John Goodman y otros. Duración: 124 minutos.

   La conocida caza de brujas desatada sobre distintos artistas de Hollywood desde finales de la década de los cuarenta del siglo pasado, más precisamente desde el año 1947, tuvo más de un testimonio llevado al cine o la literatura en los años posteriores a su verificación. Esa cacería, que había comenzado en 1938 con la creación del Comité de Actividades Antinorteamericanas en la Cámara de Representantes, aplicada primero a los nazis y luego a los presuntos comunistas, se volvió especialmente cruenta en 1947 debido a la investigación llevada a cabo contra los famosos “Diez de Hollywood”, que por negarse a contestar las preguntas del Comité fueron acusados de desacato y llevados a la cárcel. La persecución en los años siguientes se extendió hacia más de 300 personalidades de la industria del cine y tuvo como su principal promotor y organizador al senador republicano por Wiscosin, Joseph McCarthy, quien, además de echar sospechas contra cualquier ciudadano con pensamiento progresista, armaba terribles campañas de desprestigio. En su furia derechista denunciaba incluso el Departamento de Estado, bajo el gobierno del demócrata Harry S. Truman, de tener decenas de infiltrados soviéticos en sus filas que trabajaban en contra de su país. Los termocéfalos han logrado siempre un lugar relevante en la política de la gran potencia del norte y tiene aún hoy sus herederos naturales en el mismo partido de Lincoln -¿qué diría el pobre de sus retoños si lograra resucitar?- y también entre los demócratas.

       El grupo de los “Diez de Hollywood”, formado por guionistas y artistas con mucha presencia en la industria del celuloide, fue la primera señal de lo que sucedería luego con otros colegas. De los diez, sin duda, Dalton Trumbo era el más célebre y el más mimado por los productores, que se lo disputaban por sus servicios pagándole honorarios muy altos. Pero bastó que el Comité echara un cono de sospecha sobre él y que, en una actitud muy digna se negara a acusar a nadie ante ese organismo, para que lo mandaran por un tiempo a la cárcel. A partir de allí, la Motion Picture Alliance, lo más retrógrado y conservador de la industria fílmica yanqui, le cerró el acceso al trabajo en todos lados colocándolo en las listas negras que por entonces se elaboraron para señalar a quienes no debían ser contratados. Algo similar ocurrió aquí durante la última dictadura, que como se sabe tuvo apoyo explícito de Estados Unidos.

      Trumbo, que era un hombre de convicciones y poco dispuesto a dejarse arrastrar por la desazón, inició entonces una etapa de resistencia poco visible, pero efectiva para sobrevivir: la de escribir bajo seudónimo en distintas películas, algunas de muy bajo costo y calidad, pero a las que él y algunos de los compañeros del grupo mejoraban mucho gracias a una escritura virtuosa del libro. Esta condición de escritor fantasma durante el macartismo está muy bien desarrollada en una película sobre el tema llamada El testaferro, de Martín Ritt, que tiene como actores principales a Woody Allen y al gran Zero Mostel. Este último fue como actor una de las víctimas de aquellos atropellos igual que el guionista de la película, Walter Bernstein, y su propio director, Ritt. Ese largometraje, cuya exhibición estuvo prohibida durante cinco años en Argentina en el proceso militar, termina dramáticamente, como ocurrieron varias historias en aquella época: con el suicidio del personaje de Mostel (Heckey Brown), llevado por la culpa de haber delatado a su amigo para salvarse.

     La historia de Trumbo tuvo, sin embargo, un final menos traumático. Poco a poco, sus guiones, aunque sin su nombre, aparecen en películas más importantes (Éxodo, de Otto Preminger, y Espartaco, de Stanley Kubrick) y obtienen premios en ese rubro. Y llevan paulatinamente al levantamiento de su proscripción y su reconocimiento público. De allí el título del film, Regreso con gloria (que suena parecido, aunque distinto, a Regreso sin gloria, un hermoso trabajo dirigido por Hal Ashby, con Jane Fonda y Jon Voight sobre las calamidades de la guerra de Vietnam. En rigor, ese título refleja el costado menos importante de lo que ocurrió. Aunque Trumbo se hubiera sentido satisfecho del reconocimiento final a su talento, nada pudo haberlo reivindicado de los sufrimientos e injusticias experimentadas durante su período de perseguido político. Tampoco a varios de sus compañeros de ruta.

      La obra tiene como protagonista al ya muy instalado Bryan Cranston, que llegó a la cúspide de la popularidad luego de su participación en la serie Breaking Bad. Su labor es buena, convincente, sin llegar a extremos de excelsitud en ningún momento. También lo secunda con mucha soltura el prestigioso productor, director, comediante en vivo e incluso guionista Lous Szekely, conocido profesionalmente como Louis C.K., en el papel inventado de Arlen Hird, encarnación del hombre de principios en estado puro. Luce siempre con su extraordinaria maestría Helen Mirren en la piel de Hedda Hopper, una periodista de chismes al parecer odiada justificadamente en el medio por su falta de escrúpulos. Los otros papeles secundarios no todos están a la altura de los principales, pero no desentonan. La película, que además está muy bien narrada y es entretenida, realza la valentía de quienes se opusieron a la represión de los macartistas, pero sin hacer campaña moral ni denostar contra quiénes por miedo a quedarse sin nada, como Edward G. Robinson, se doblaron en su debilidad. Sí, remarca el papel funesto y perverso de los que, amparados en la fuerza del poder, desataron uno de los asedios y silenciamientos más humillantes, injustos y siniestros de artistas que se recuerden en la historia del cine.

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