Crítica de cine: Relatos iraníes



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Relatos iraníes. (Ghesse-ha. Irán, 2014). Dirección: Rakhshan Bani-Etemad. Guion: Rakhshan Bani-Etemad y Farid Mostafavi. Fotografía: Koohyar Katari. Intérpretes: Golab Adineh, Saber Abar, Farhad Aslani, Foojan Arefpoor, Bahareh Daneshgar. Duración: 92 minutos.

No es fácil memorizar los nombres de los realizadores iraníes, salvo que se trata del ya muy reconocido y consagrado Abbas Kiarostami. De todos modos, el de la realizadora Rakhshan Bani-Etemad contaba hasta hace poco con el hecho de ser una virtual desconocida para aquellos que no son especialistas. Básicamente porque no se estrenó ninguna película de ella en nuestro país. La presentación de Relatos iraníes es un bautismo más que satisfactorio. Muchos años concentrada en el documental, esta cineasta ha regresado a esta ficción un poco de la mano de los vientos más tolerantes que soplan en su país luego del desplazamiento en 2013 de Mahamud Ahmadineyad del gobierno de ese país.

      El film está constituido por una serie de relatos breves que transcurren en distintas locaciones, con excepción del primero y el último que se desarrollan dentro de un taxi y una combi, que es toda una modalidad del cine de ese país. En estos dos casos, el chofer es un hombre que habla con mujeres que conoce y, por distintas circunstancias, han abordado los móviles para ser transportadas. Los diálogos son penetrantes y revelan, a través de las historias que cuentan, el difícil papel de las mujeres en la sociedad iraní, cuya postergación cultural y social queda al descubierto aún en su relación con hombres con una formación más laxa. Dos episodios más, excelentes –tal vez lo mejor de la película- insisten en estos retratos. En uno, una mujer que ha sido quemada con agua hirviendo por su marido y se refugia en un centro de asistencia de mujeres maltratadas, sufre las duras alternativas de enfrentarse con su marido que se acerca al lugar para llevársela y choca con la resistencia de las otras internadas y las autoridades. El otro, es un malentendido entre un marido que no sabe leer y su mujer. Por culpa de una carta que le llega a ésta de su ex esposo –en realidad le dice que se muere y le deja una casa-, el actual cónyuge sospecha de ella y le reprocha con fiereza esa actitud, hasta que poco a poco, gracias a la intervención de uno de los hijos, el más pequeño, se entera realmente del contenido de la casa y toma conciencia, avergonzado, de que no se trata de ninguna infidelidad.

     La película se toma un tiempo también para describir la kafkiana realidad de una oficina de reclamos gubernamental a la que asisten personas mayores para hacer reclamos y en cuya insensibilidad burocrática chocan todas las tentativas de lograr una solución a sus problemas. Son historias valientes, contadas con un lenguaje directo, pero mucha hondura y compromiso con los seres más desprotegidos de esa sociedad.

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