Crítica de cine: Tres corazones



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Tres corazones. (3 coeurs, Francia, Alemania y Bélgica, 2014). Dirección: Benoît Jacquot. Guion: Julien Boivent y Benoît Jacquot. Fotografía: Julien Hirsch. Intérpretes: Benoît Poelvoorde, Charlote Gainsbourg, Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve, André Marcón y otros. Duración: 106 minutos.

Proveniente de una recreación de la estructura que viene de la tragedia familiar griega, el melodrama burgués tiene su aparición en los comienzos de la Revolución Francesa y consigue un largo y variado desarrollo en los dos siglos siguientes y en el que actualmente está en curso. Y aunque su inicio está en el teatro, muy rápidamente se expande al territorio cinematográfico, donde grandes directores se han dedicado al llamado melodrama, que es finalmente como se definen muchas películas de autores de la envergadura de Truffaut, Bergman, Heneke y otros con fuerte carga moral y emocional. El film Tres corazones podría fácilmente militar dentro de ese género, porque tiene todos los requisitos para hacerlo, sobre todo los más débiles.

       Hay, tal como lo indican las prescripciones históricas, diversos factores morales y emocionales en juego en la película, una pasión o varias bien declaradas, y un ámbito propicio para que se despliegue la historia: la familia. Se trata de dos hermanas que se enamoran del mismo hombre, sin saberlo, y la revelación del hecho conduce a una situación que podríamos calificar de trágica. Pero, ¿por qué no se podría decir de Tres corazones que es, en su más estricto sentido, una tragedia? La tragedia, por lo menos en la versión clásica, envuelve a los protagonistas en una madeja de sucesos que los llevan, sin que puedan evitarlo, a un desenlace fatal. Aquí dos de los protagonistas –a diferencia de lo que sería una conducta ciega de sus corazones impuesta por la fatalidad o el destino- parecerían estar bastante conscientes de lo que van a provocar y no lo evitan, cuando podrían hacerlo, en apariencia sin grandes consecuencias, porque el transcurso del tiempo ya ha modificado mucho sus vidas y su decisión parece más un capricho que el huracán de una pasión. Esto modifica mucho la relación empática que se debería producir en el espectador.

      La construcción del guion, y por eso esta peripecia dolorosa tiene más parentesco con el melodrama que con la tragedia, está surcada por más de una recurrencia a ciertas coincidencias poco verosímiles. Incluso, por momentos, es difícil explicarse la pasión en un personaje como la del personaje masculino, un inspector financiero del Estado, que más bien parece moverse por la vida sin un deseo claro de lo que quiere. Por eso, el primer encuentro con una de las hermanas, en el comienzo de la película, es un dechado de inexpresividades y manifestaciones claras de ocultamiento de sus identidades, lo cual los obliga luego, como una manera de superar esta falta de información, a pactar una cita en un lugar de París donde nunca se encontrarán. ¿Ni un número de teléfono o celular se pudieron dar? Tal vez toda esta especulación sea demasiado cartesiana, racional, y eso vale poco y nada frente al misterio del flechazo de la pasión. Pero, ¿qué pasión, así decretada por informaciones de la película desde el propio arranque, se da el lujo de someterse a un albur de semejante fragilidad, se expone a tal riesgo? Varios otros detalles podrían citarse en contra de la necesaria verosimilitud que debe presentar una historia, como la circunstancia de una enfermedad cardíaca del hombre que nunca es bien detectada a pesar de sus continuos ahogos o desmayos que sufre, o algunas subtramas prescindibles y el carácter muy obviamente sombrío de la música en los instantes de peligro, pero como adelanto es suficiente con esto.

          Hay sí en lo que se ve muy buena fotografía, sobre todo de la ciudad de Lyon a la noche y de lugares de París, una narración estructurada con prolijidad, más allá de las debilidades del guion, y algunas actuaciones muy rescatables. Las dos hermanas están muy bien. Una de ellas es la ya conocida Charlotte Gainsbourg, una actriz con mucho encanto. La otra es Chiara Mastroianni, deliciosa y profunda en su composición, pero además exponente de un verdadero milagro genético: el del parecido a Marcelo Mastroianni, su padre. La semejanza es tal en el rostro que realmente uno cree estar viendo a cada rato a ese extraordinario y recordado actor. También actúa como madre de ambas Catherine Deneuve, un poco hierática en su trabajo, como si el rol de una madre con personalidad le impidiera al menos cada tanto una sonrisa. El papel del hombre que rompe el corazón de ambas hermanas lo encarna l belga Benoît Poelvoorde, más elegido en esta coproducción por sus dotes de actor medido y dúctil frente a la cámara que por su hechizo personal, que es escaso.

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