Ejercicio de la memoria

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Ejercicios de la memoria (Paraguay/Argentina/Francia/Alemania. 2016). Dirección y guion: Paz Encina. Matías Mesa. Fotografía: Guido Berenblun. Edición: Pablo Giorgelli y María Astraukas. Producción: Constanza Sanz Palacios Films. Duración: 70 minutos. En los cines Gaumont, Espacio Incaa Km.O y en el Malba.

Salvo para los cinéfilos y el público muy enterado, el nombre de Paz Encina, la sensibilísima directora paraguaya de Ejercicios de la memoria, no es de los que circulan con frecuencia por  los medios de comunicación. Tal vez porque su producción no es muy vasta ni continuada, pero también porque su cine, a pesar de su calidad, no es de los que concitan la adhesión de los productores y las distribuidoras ansiosas de grandes recaudaciones. Su primera película la estrenó hace once años atrás, la sorprendente Hamaca paraguaya. Y desde allí hasta el actual título estrenado en estos días en Buenos Aires no hubo otros largometrajes. Solo incorporó a su producción, lo que tampoco es escaso, tres cortos y tres videoinstalaciones (Tristezas de la lucha y Notas de memoria se llamaron esas dos trilogías) que, de alguna manera, adelantaron lo que sería la película Ejercicios de la memoria.

     Algunas reflexiones sobre la obra de Paz Encina. El suyo no es estrictamente cine de ficción pura ni tampoco documental absoluto. Se mece suavemente, como una hamaca, entre esos géneros sin adherir en forma discernible a ninguno y utilizando de los dos lo que necesita de ambos. Es un cine de sello muy personal, de íntima necesidad de expresión que se rehúsa a las categorizaciones y apuesta, en el que el relato de hechos del pasado o del presente que conmueven a su creadora, a un alto nivel de composición poética. Verlo y oírlo pone en actividad no solo el pensamiento sino también los sentidos. Para eso, apela poco y nada a los actores y si lo hace los enmudece, para dar lugar preponderante al fluir permanente de sugerentes imágenes que son acompañadas por comentarios en off, sonidos de la naturaleza y música. En el film, la introducción en una escena de un fragmento de Mi pequeño amor, de Ramón Ayala, interpretada por él, es de un fuerte impacto emotivo, de esos que quiebran el corazón. Con todo ese material narra una historia profunda de su país, cuyo dolor inmenso a través de las décadas, en especial durante la larga dictadura de 35 años de Alfredo Stroessner, nadie recuerda lo suficiente, con excepción de sus víctimas y de los que en América han sido o son luchadores por la emancipación de sus pueblos sojuzgados.

        El filósofo Gilles Deleuze, un enamorado del cine, decía que los films de mucha imagen permitían la recuperación del tiempo y a través de él la capacidad pensante del espectador, cosa que, según creía, ocurría poco en las películas de mucha acción. Es difícil saber si Paz Lencina comparte esta visión desde un punto de vista ideológico, pero lo cierto es que a través de su utilización ha logrado articular una estética de honda belleza y humanismo, donde las imágenes se columpian como el suave oleaje de un río que avanza sobre el alma para despertar nuestras emociones, escarbar en los cordeles más finos de nuestra memoria. En Ejercicio de la memoria lo que se evoca es la existencia de Agustín Goiburú, uno de los principales –no el único, sin duda- líderes de la resistencia a la dictadura de Stroessner, desaparecido en la Argentina en 1977 como parte de las redadas organizadas en el Plan Cóndor. Ese médico pertenecía a una fracción disidente del Partido Colorado, el Mapoco.

       Los que despliegan los avatares de su duro hostigamiento y finalmente su desaparición y muerte son en off sus hijos, Rogelio, Jazmín y Rolando. Todos ellos lo hacen en off, nunca aparecen sus caras ni sus cuerpos frente a cámara, y en alguna que otra oportunidad habla también, Elba Elisa Benítez de Goiburú, su viuda, a quien una actriz la personifica pero sentada de espalda, sin que se le vea el rostro. Del mismo modo hay imágenes de ficción de niños jugando en el río y el monte, que se supone son los hijos de ese luchador jugando cuando vivían en Paraguay o luego en Posadas. Ellos aguardaron durante largo tiempo, como esperaban los padres en La hamaca paraguaya al hijo que se había ido a la guerra con Bolivia, alguna noticia de dónde estaba el padre luego de ser secuestrado y poco a poco se van convenciendo de que ha sido una víctima fatal de los esbirros del tirano, aunque, sin perder del todo la esperanza, como sucede en estos casos, de que aparezca alguna vez con vida. Muchos años después intentan saber, al menos, donde descansan sus restos. En el final de la película se menciona la aparición en una fosa común de distintos restos óseos y se sospecha que algunos de ellos puedan pertenecer a Goiburú. Como parte de ese ejercicio de la memoria, Encina le añade a ese fresco de líricas y poéticas imágenes un valioso material documental. Es una importante cantidad de audios y testimonios gráficos extraídos de los “Archivos del Terror”, ubicados en el Centro de Documentación y Archivos para la Defensa de los Derechos Humanos.

     Allí hay desde conversaciones donde un delator denuncia ante un miembro de la policía los movimientos de los opositores, fotografías de Goiburú con el rostro de frente y de costado      –seguramente las que le tomaron las fuerzas de seguridad al detenerlo por primera vez-, de su casa en Paraná, Entre Ríos, donde vivía en el exilio, cuando lo secuestraron y ya nunca más apareció. Goiburú se había instalado primero en la ciudad de Posadas para evitar las persecuciones de Stroessner, pero en el último tiempo de su vida se trasladó a Paraná, para no estar tan cerca de la frontera con Paraguay, que tenía montada una red de espías que seguían a toda hora sus pasos en Posadas. Eso no impidió que, a través de la Operación Cóndor, se lo raptara en la última ciudad donde vivió.  

     Paz Encina declaró en una entrevista que el deseo de hacer una película con Goiburú, quien era una figura conocida de su padre, otro militante de la oposición al tirano paraguayo, le viene de lejos. Ella evoca cuando un día su padre llegó a la casa y anunció: “Secuestraron a Agustín”. De sus recuerdos y de la exhaustiva investigación que realizó surgió esta hermosísima como dolorosa película.

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