La comunidad de los corazones rotos

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La comunidad de los corazones rotos. (Asphalte, Francia 2015). Dirección: Samuel Benchetrit. Guion: Samuel Benchetrit y Gábor Rassov. Fotografía: Pierre Aim. Música: Rapahël. Edición: Thomas Fernández. Intérpretes: Isabelle Huppert, Gustave Kervern, Valeria Bruni Tedeschi, Tassadit Mandi, Jules Benchetrit, Michael Pitt, Jules Benchetrit. Duración: 100 minutos.

Deliciosa película donde el director Samuel Benchetrit cruza tres pequeñas y entrañables historias de seis personajes solitarios, La comunidad de los corazones rotos es, como las películas del finlandés Aki Kurismaki, un trabajo que exuda un profundo amor por las personas desamparadas o golpeadas por la vida a las que transforma en figuras centrales de su film. Las tres historias transcurren en un edificio de departamentos muy descuidado de un suburbio francés –la ciudad puede ser cualquiera- donde conviven distintas vecinos sin conocerse ni tratarse demasiado. El comienzo del film, sin embargo, sorprende a los integrantes de ese monoblock reunidos en una asamblea para decidir si van a arreglar o no el ascensor que se acaba de descomponer y cuánto están dispuestos a pagar por esa reparación. Todos coinciden, menos el señor Sterkowitz que habita una unidad del  primer piso y se niega a colaborar en el arreglo porque dice no usarlo nunca, en hacer su aporte.

      Pero sucede que el azar castiga al señor Sterkowitz que, fruto de una ejercitación en la que se excede estúpidamente, queda semiparalizado y en silla de ruedas. Y, usando las horas nocturnas en que nadie puede verlo, usa el ascensor para salir a la calle y acercarse a adquirir mercaderías en una de esas máquinas automáticas que expenden productos envasados cuando se les coloca monedas o dinero en papel. Y al hacerlo se aproxima a un hospital en una de cuyas salidas hay una enfermera que sale a fumar en sus ratos de descanso a medianoche. Y se enamora de ella. Uno y otra son criaturas sin vida social: él ha perdido al parecer a su madre y ella vive sola. Mientras esta historia se cocina hay otras dos que hacen su aparición y se entremezclan. En una, un astronauta caído del cielo por el desperfecto de su cápsula espacial aterriza en la azotea del edificio y se dirige, desorientado, al departamento de una inmigrante argelina, quien lo recibe y hospeda con toda naturalidad y cariño durante el tiempo que la NASA decide ir a rescatarlo.

     En la otra, una actriz en decadencia y que añora un pasado mucho más gratificante en el mundo del cine, llega a una de las unidades vacías del edificio y, desde un departamento vecino, un adolescente, que pasa gran parte del día sin su madre –de hecho no se la ve en toda la película-, la descubre, la espía y luego se acerca a ella. Después de algunos primeros momentos tensos, hacen buenas migas e irán tejiendo una relación cálida, al punto que el joven la ayudará a preparar mejor el papel de Agripina que a actriz prepara para intentar incorporarse al elenco que hará un texto clásico francés, posiblemente Racine. Esta excursión en el interior de estas relaciones que construyen esos seis seres está llena de detalles de alta calidad y observación, de pinceladas donde Benchetrit mezcla sin forzar nunca las situaciones la ternura, el humor, la melancolía, pero en cuadros, que lejos deprimir al espectador, le conmueven el corazón y le enseñan como el desarrollo de los lazos de afecto, de solidaridad y de descubrimiento del otro no solo son indispensables a la sociedad humana, sino el único camino posible hacia una cierta felicidad que jamás se encuentra el individualismo cerrado o la desconfianza.

        Benchetrit, que ya había filmado Gino y Un viaje, utilizó para esta película algunos de los cuentos escritos por él mismo en Crónicas del asfalto. Y el film, tanto como el libro, respiran una profunda verdad, además de esa sensibilidad humanista a la que aludimos antes. Para las actuaciones cuenta además con algunos artistas cuyo nombre son siempre garantía de excelencia:  Isabelle Huppert (como Jeanne Meyer, la actriz en decadencia), Valería Bruna Tedeschi (la enfermera) y Gustave Kervern como el señor Sterkowitz. Está también encantadora por su frescura y calidez Tassadit Mandi, la mujer grande argelina que recibe al astronauta y lo invita a comer cuscús, y muy bien el hombre joven que viene del espacio, John McKensie, y Jules Benchetrit, hijo del director, que compone con mucha inteligencia al adolescente que se acerca a la actriz.

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