La desaparición

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La desaparición. (Pororoca. Rumania y Francia, 2017). Dirección y guion de Constantin Popescu. Fotografía: Liviu Marghidan. Montaje: Corina Stavilla. Intérpretes: Bogdan Dumitrache, Iulia Lumanare, Constantin Dogioiu, Stefan Raus, Adela Marghidan. Duración<: 152 minutos.

 En los últimos meses han circulado por los videos o Internet varias películas –algunas no estrenadas aun en cines de Buenos Aires- que tratan de la desaparición o secuestro de niños y del demoledor impacto que ese traumático suceso causa en sus familias. De dichos films, el más reciente y estremecedor de los ofrecidos en salas es sin duda La desaparición, film del rumano Constantin Popescu. Sin incursionar en el género policial, como el thriller francés Perdido de Christian Carion (que también tiene como tema el secuestro de una criatura de pocos años), el largometraje de Popescu –el tercero en su profesión como realizador- se vuelca de lleno en la indagación psicológica y describe el trágico retrato de una desintegración familiar, luego que la niña de cinco años de un matrimonio desaparece misteriosamente de un parque mientras está jugando en él en compañía de su hermano mayor de siete y su padre, que en un segundo de descuido no percibe cómo se evapora.

En su versión original la película se llama Pororoca, una palabra de origen tupi-guaraní que designa una oleada de varios metros de altura que sube río arriba con mucha intensidad cuando asciende la marea. También llamada macareo, ese fenómeno, que se da con frecuencia en el río Amazonas y sus afluentes, se produce por el choque de las aguas marinas con las fluviales. Su poder devastador es tal que a su retiro deja una enorme destrucción. El director de esta película ha utilizado ese término metafóricamente para aludir al estrago y desolación que puede provocar en el espíritu de una familia un suceso tan aciago como la pérdida de un niño en las circunstancias apuntadas.

En La desaparición el foco de ese suceso está enfocado sobre un matrimonio de clase media, que tiene una vida estable y al parecer feliz con sus dos hijos menores, María de cinco e Ille, de siete. Los padres son Tudor y la mujer Cristina. Una mañana de sábado él los lleva a los dos a un parque próximo a su departamento y ahí es donde ocurre el hecho. Del estupor inicial y el sentimiento de culpa, el padre pasará a una activa intervención en la búsqueda de su pequeña. Además de avisar a la policía, que comienza por su parte una investigación, Tudor también toma iniciativas propias y consigue fotos sacadas por distintas personas en el parque aquel sábado para tratar de detectar algún detalle que lo oriente en su pesquisa. Y esta exploración poco a poco se va convirtiendo en una verdadera obsesión para él, expulsiva de cualquier otra actividad en su vida.

Pero, no es sólo él quien ha sido duramente golpeado. Obviamente, también su mujer. Y a pesar de los esfuerzos que en un comienzo ambos hacen para tratar de no angustiar al niño que queda con ellos, hora a hora, y ante la falta de noticias, la relación de los cónyuges comienza a deteriorarse hasta el punto de que ella se va con el hijo a la casa de sus padres porque no puede compartir la tremenda culpa de él. Y es más, cuando más tarde se comunica por teléfono con su marido desde la casa paterna, cada vez más le reprocha el haber sido el causante de que la niña ya no esté con ellos y le reclama que se la traiga viva. Tudor, por su parte, y cada vez más desesperado comienza a imaginar posibles culpables para calmar su desesperación y decide aplicar, a falta de lo que él cree es una desidia en la investigación de la policía, algún tipo de justicia por mano propia contra quien aparezca a sus ojos como el responsable de lo que le ocurrió a su ser querido. Y todo se precipita hacia la locura y la tragedia.

Como gran parte del cine rumano de estos días, el realismo y aparente la sencillez de la línea del relato de Popescu pueden llamar a engaño y hacer creer que estamos frente a un creador de poco vuelo narrativo. Es todo lo contrario. Hay ahí claramente una estrategia que persigue la absorción de hasta los más mínimos detalles con la finalidad ir incrementando el clima de tensión que se vive ante el suceso central de la película. Habrá primero una angustia clara y a la vista de los padres (las imágenes de él que vuelve a la plaza una y otra vez a observar detalles y a pensar qué pudo haber pasado allí son desoladoras), luego cierto soplo desvaído de esperanza al encontrarse una niña extraviada que no es la hija y más tarde, cuando todo ya parece incrustado en un callejón sin salida, la desmoralización del padre irá carcomiendo su corazón y su cabeza hasta deflagrar, como el estallido de aquel pororoca al que se aludía más atrás, en una zona de tempestad imprevisible. Para esta labor de captación pormenorizada de cada matiz o circunstancia de la realidad que pueda ser significativa al espectador, el director hace un uso virtuoso de la cámara, que incluye un largo y demorado plano-secuencia de la escena de la desaparición de la niña, que va adelantando la atmósfera de lo que irá a ocurrir.

Otra enorme cualidad de este film es la actuación de los padres, en los que evidentemente, además del talento de las dos figuras que encabezan el elenco (Bogdan Dimitrache e Iulia Lumanare), se nota la mano de un director que ha trabajado con verdadera minucia hasta los más mínimos gestos de esos seres, hasta la más fina e imperceptible reacción de sus sentimientos. La lenta transformación del padre en lo que llega a ser es un prodigio interpretativo, que conmueve y golpea al espectador casi hasta el límite del horror.

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