Nieve negra

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Nieve negra. (Argentina y España, 2016). Dirección: Martín Hodara. Guion: Leonel D’Agostino y Martín Hodara.  Fotografía: Arnau Valls Colomer. Música: Zacarías M. de la Riva. Edición: Alejandro Carrillo Penovi. Elenco: Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Laia Costa, Dolores Fonzi, Federico Luppi, Andrés Herrera y otros. Duración: 87 minutos.

Primer largometraje argentino de importancia estrenado en enero, Nieve negra es un policial con fuertes trazos de drama psicológico y familiar, que transcurre en los fríos paisajes del sur argentino, por lo menos en los papeles, porque en los hechos fue filmada íntegramente en su totalidad en los Pirineos de Andorra, país ubicado entre España y Francia, próximo a Cataluña. A este lugar señalado por el libro, la Patagonia, vuelve un hombre todavía joven, Marcos, que viene de España acompañado por su pareja, Laura, que está embarazada. Según le dice ya en el avión, antes del aterrizaje, su estadía en el sitio donde pasó su infancia y adolescencia será de poco tiempo pues lo que debe allí hacer es un “simple trámite”.

       Esa operación consiste en llevar las cenizas de su padre, que ha fallecido hace muy poco, junto a la tumba de Juan, un hermanito menor de Marcos, que falleció trágicamente cuando era menor de edad. Y, de paso, arreglar  el tema de la herencia que dejó su progenitor, un aserradero que está en un paraje cuyo valor está valuado en una cifra que supera los diez millones de dólares y al que aspira una corporación. Con su venta, luego de la sucesión, el dinero a cobrarse debería ir a manos de Marcos, Salvador, otro hermano que vive solo en una cabaña de la zona; y una tercera hermana, Sabrina, quien está internada en un psiquiátrico próximo. Todo debería resolverse normalmente si Salvador no se opusiera a esa venta. El administrador del aserradero, un personaje que encarna Federico Luppi, le aconseja a Marcos que vaya a ver a su hermano para convencerlo de vender.

       Y en ese tramo, que va desde esa propuesta del administrador hasta el final de la película, se desarrolla esa historia que devela los oscuros secretos y resentimientos que guardan esos hermanos, relacionados en principio con la muerte de aquel niño, Juan, y también la existencia de una familia donde el padre era un hombre duro con algunos de sus hijos y la madre estaba, por alguna razón, ausente. No es una historia que deba contarse porque si no el espectador perdería interés al ir a verla, pero que introduce al que la ve en un terreno sombrío y le asegura constante tensión. Está muy bien narrada cinematográficamente gracias a una segura mano del director y un buen guion de éste mismo y Leonel DÁgostino (que trabajó en las excelentes series El elegido y Los siete locos). Por otra parte, Hodara,  si bien esta es la primera película que realiza como único director, tiene un importante experiencia en las tareas de rodaje pues fue asistente de dirección en Nueve reinas y El aura, con Fabián Bielinsky, y codirigió junto a Ricardo Darín La señal, el último proyecto cinematográfico de Eduardo Mignona, quien falleció cuando estaba por empezar a filmarla. Ya tenía el guion hecho. Hodara, que había trabajado como técnico en varios de sus trabajos, y Darín, decidieron entonces hacerla.

      Es posible que en algunos pasajes el guion sea demasiado pedagógico y quiera unir todos los hilos de la madeja con absoluta precisión, además de incluir en eso una sorpresa final para el espectador  a fin de que éste no se quede con ninguna duda. Ese camino, para algunos críticos, va un poco a contrapelo de cierta tendencia del cine actual, que demanda mayor labor para el público, pero no es una objeción que le quita ningún mérito a la ficción, que tiene en ese sentido una construcción bien clásica. La filmación, por otra parte, apela a continuos flashback s de factura técnica perfecta, a veces incluidos mediante el corte directo de lo que se está contando, en otras pegándolos como imágenes que utilizan los mismos escenarios del relato principal. El lugar donde se rodó la historia es realmente de una intensa y desoladora imponencia, un paisaje de nieve, bosque y montañas donde la vida debe resultar tan dura como la de los perros que se avizoran en algunas escenas en busca de un alimento difícil de obtener en esos parajes. En ese medio hostil e inclemente, sostenido como marco de fondo, se van desgranando los retazos de un pasado que se resiste a levantar sus velos hasta que llega Marcos, inicio de una dolorosa travesía que muestra que no toda la realidad de aquel pretérito y sus personas son siempre lo que parecen ser. La música tiene mucho clima, aunque por momentos –sobre todo en la primera ida de Marcos a la cabaña de Salvador- su intención de marcar el entorno de peligro que acecha a esa travesía es demasiado cargada.

       Las actuaciones están encabezadas por dos de los actores más taquilleros y talentosos del cine argentino actual. Y ninguno defrauda. Darín en un rol bastante alejado de sus trabajos anteriores vuelve a demostrar con su Salvador que tiene pasta para todos los desafíos y compone un personaje huraño y seco, que transmite una sensación permanente de violencia contenida. Sbaraglia, en una criatura más ambigua, también se luce en toda la película. La española Laia Costa (actriz de la serie televisiva Pulseras rojas) esconde, con su inocente rostro de ángel, los pliegues de un sentido que el guion le pide a su papel y que tendrá fundamental importancia en la peripecia descrita. Tal vez estén algo desaprovechados algunos papeles secundarios, como los de Federico Luppi y Dolores Fonzi. La impresión es que la fuerza del relato central los desdibuja e impide explotarlos más. Es evidente, que director y guionista quisieron poner toda la carne en el asador en el conflicto entre los dos hermanos que se encuentran tras muchos años de separación.

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