Silencio

Entretenimientos

Silencio. (Silence, Estados Unidos, Taiwán, México, 2016).  Dirección: Martín Scorsese. Guion: Jay Cocks y Martín Scorsese. Fotografía: Rodrigo Prieto. Montaje: Thelma Schoonmaker. Intérpretes: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Tadanobu Asano, Issei Ogata,  Shinya Tsukamoto. Duración: 161 minutos.

        La actividad misionera de los primeros sacerdotes católicos en Japón, a partir de mediados del siglo XVI en adelante, es una página conocida para quienes han investigado alguna vez en la historia de las persecuciones religiosas en distintos lugares del mundo. Esa tarea de evangelización se inició en el país oriental a comienzos de 1549, patrocinada de modo especial por el reino de Portugal. El jesuita Francisco Javier fue, junto con sus compañeros, Cosme Torres y Juan Fernandes, de los primeros servidores de la Iglesia en encabezar esas misiones. Tras algunas décadas de relativa tranquilidad en la difusión del nuevo credo en esas tierras, en 1587 comienza una etapa de persecución abierta en perjuicio de los sacerdotes que predican ese dogma y de los creyentes que le rinden culto, quienes, frente al asedio, se convierten en grupos llamados kakure kirishitan (cristianos ocultos), que viven prácticamente en la clandestinidad para evitar ser detenidos. En 1637, una de esas cacerías de creyentes termina en la rebelión de Shimabara que les cuesta a los sublevados 37 mil muertos. Esa persecución concluyó en 1873.

       Tomando algunos hechos reales de aquella época, el escritor japonés Shusaku Endo creó una ficción histórica en la que cuenta la aventura de dos jesuitas portugueses, Sebastiao Rodriguez y Francisco Garrpe que desembarcan en 1938  (al año siguiente de aquella rebelión) en una de las islas de Japón donde habitan poblaciones católicas. Tienen dos finalidades: una seguir evangelizando a esos grupos cada vez más diezmados por la represión y otra averiguar que fue del paradero del sacerdote Cristovao Ferreira, padre mentor del primero de ellos y hombre de la Iglesia en función pastoral allí. Algunos suponen que ha muerto en las matanzas, otros que se transformó en apóstata. La novela, titulada Chinmoku (que significa literalmente silencio) tuvo enorme repercusión en el tiempo de su edición, 1966, y también en años posteriores, y varios premios. Entre otras cosas, dio lugar a una ópera del compositor Terzo Matsumura y una sinfonía, la número 3, del escocés James Mac Millan, ambas denominadas Silencio. Y también a una película japonesa del director Masahiro Shinoda en 1971. Ahora, el director Martín Scorsese realiza una nueva versión de la novela, que salvo pequeños detalles, sigue con bastante fidelidad a la novela e incluso al film de Shinoda, claro está que con un despliegue cinematográfico mucho más contemporáneo.

     Como ya lo había hecho en La última tentación de Cristo, sobre la novela de Nikos Kazantzakis, pero no en otras películas de su autoría, Scorsese ha tomado esta narración no solo para hablar de las feroces consecuencias de la discriminación religiosa –y de cualquier otra discriminación-, sino también para formularse preguntas y dudas, como lo hace el propio autor de la novela, sobre algunos aspectos de la fe, sobre todo aquellos que imponen a sus seguidores sacrificios y sufrimientos insoportables sin la más mínima posibilidad de que sus propuestas de redención humana se cumplan. El ritmo de la película es siempre expansivo pero de lento desarrollo, sin sobresaltos ni tensiones fuertes o no apta para cardíacos como suele proponernos Scorsese. Prefiere la exposición reposada que es la ideal para que las reflexiones que van apareciendo puedan durante su desarrollada puedan ser oídas y pensadas con la mayor atención posible.  Claro, en un relato que es de Scorsese, un maestro de la filmación y el montaje, y siempre tiene el más alto cuño cinematográfico.

       Durante la historia, el jesuita Sebastiao Rodrigues (Andrew Garfield) es detenido por un temible samurái de la región, Inoue, que viene precedido de una implacable fama de ejecutor de creyentes. Y hay distintas escenas en las que se ven algunos de los crueles martirios y ejecuciones a que son sometidos los que se niegan a abjurar de sus creencias. Pero no es en estas escenas que, por solo por necesidad de la historia aparecen, donde Scorsese pone el acento, sino en las múltiples meditaciones de los protagonistas sobre las encrucijadas en las que el enfrentamiento religioso coloca a los hombres. Entre esas meditaciones, son en de particular riqueza las que produce la cabeza de Rodrigues que, frente a las torturas, llega a preguntarse y a poner en cuestión la real existencia de un Dios que asiste con absoluto silencio –ese es el título además de la película- al sufrimiento de sus fieles. ¿No sería ridículo todo esto por lo que estamos atravesando, piensa, si no existe? ¿Y si los japoneses no necesitaran de verdad a Dios?, como le dice Inoue, su carcelero, durante un diálogo con él.  

      Inoue, que antes ha sido cristiano y conoce a fondo la Biblia, pone en jaque varias veces al sacerdote que tiene cautivo. El mismo quiebre de su confianza sufre frente al encuentro con el reaparecido padre Ferreira (Liam Neeson), de quien finalmente se sabe que no ha muerto sino que ha aceptado rechazar sus originales principios cristianos para salvarse de los martirios y conservar la vida. Y ahora vive otra existencia que, por conveniencia o convicción, reivindica. Todos estos diálogos mellan, introducen fisuras en la fe de Rodrigues que se orienta hacia la negación de su dogma, aunque algunos detalles del final introducen cierta ambigüedad en la posibilidad de dar esto totalmente por cierto. En todo caso, no importa cuál sea la decisión final del sacerdote, si lo que hace es producto de su sincera adhesión o mera simulación, lo importante es que se ha pensado sobre la enorme complejidad que supone vivir las contradicciones de una situación tan límite.

       Todas las actuaciones tienen una trabajada elaboración y convencen en todos los principales personajes. Uno especialmente bien actuado es el de cristiano Kichijiro, una especie de Judas que traiciona a Rodrigues y antes lo ha hecho con miembros de su la familia, pero que tanto en la novela como en la película, no es fácilmente caratulado como un ser cobarde y vil, sino como una criatura débil, aplastada por las circunstancias y que no es capaz humillarse sin límite y sacar de sí sus peores rasgos antes que sufrir el dolor físico. En síntesis: una película virtuosa, porque hace pensar a fondo, y permite disfrutar a la vez el despliegue siempre atrapante de la historia.

Notas relacionadas