Sin nada que perder

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Sin nada que perder. (Hell or High Water, Estados Unidos, 2016). Dirección: David Mackenzie. Guion: Taylor Sheridan. Fotografía: Taylor Sheridan. Fotografía: Giles Nuttgens. Música: Nick Cave y Warren Ellis. Intérpretes: Jeff Bridges, Chris Pine, Ben Foster, Gil Birmingham, Katy Mixon, Dale Dickey. Duración: 102 minutos.

Una película de policías y ladrones, en la mejor tradición crítica del cine estadounidense de los setenta y con tintes del género noir, aunque con epicentro en el Oeste americano (como los antiguos westerns), eso es, precisamente, Sin nada que perder, noveno largometraje del director escocés David Mackenzie. Traducida aquí con ese título, el film se llama en origen Hell or High Water, que se pude transcribir como “pase lo que pase” y trabaja con un guion del actor Taylor Sheridan, que antes había escrito el libro de Sicario y ahora acaba de estrenar como director su primera película, Wind River, en el Festival de Sundance. Presentada con muy buenas críticas en la sección Un Certain Regard  del Festival de Cannes el año pasado, el trabajo de Mackenzie ha sido candidateado y con justicia a cuatro premios Oscar: mejor película, guion original, actor secundario (Jeff Bridges) y montaje.

      En un estilo de economía estructural que plantea desde el comienzo el núcleo de lo que será el film y el ámbito donde se desarrollará, pero que no pierde oportunidad de adelantar en rápidas pinceladas visuales los factores externos que inciden en la historia y la decisión de sus personajes de actuar como lo hacen, Sin nada que perder se inicia con dos asaltos cometidos en la mañana de sendas sucursales del Texas Midlands Bank. Lo organizan dos hermanos, hijos de una familia de granjeros en una situación de pobreza que involucra a varias generaciones de antepasados. En el viaje por el paisaje de una tierra yerma, dura y desolada, con predominio del polvo y la arena más que de casas y personas, los carteles en las rutas o los escritos en las paredes de cada pueblo exhiben algunas de las razones de por qué esa zona está como está. Las deudas han hundido a los pobladores rurales, que han perdido sus bienes o están a punto de hacerlo. Una pintada dice: “Tres veces en Irak, pero no hay plata para nosotros.”

      Los dos hermanos (que interpretan los actores Chris Pine y Ben Foster) acaban de perder a su madre viuda, que deja en herencia un campo importante, pero acosado por el peso las hipotecas, ese fenómeno que en las últimas décadas peló a la región peor que una manga de langostas. El menor de esos hermanos, Toby Howard, tiene dos hijos y ha cuidado a su madre  hasta el último momento de su vida, el otro Tanner Howard, estuvo varios años en la cárcel y ha salido de su reclusión no hace mucho. Ambos llevarán a cabo una estrategia de robos para pagar las hipotecas pendientes de la granja y poder de esa manera dejar los campos libre de deudas a los hijos de Toby, quien está separado de su esposa pero mantiene contacto con ellos. La  granja la ha  heredado nada más que al menor de los dos –ya se sabrá por qué-, quien  quiere asegurar a sus descendientes una holgura para el futuro que él ni su hermano o sus padres tuvieron. Eso está garantizado por el hecho de que bajo la tierra de ese lugar hay un subsuelo con abundante petróleo que se podrá explotar ni bien todas las deudas se paguen.

      Lo demás no debe contarse, es parte del suspenso que hilvana el relato que tiene lugar bajo ese cielo plagado de viejas y nuevas tensiones económicas y racistas, en un territorio que ha sido y es desde tiempos históricos el teatro de innumerables despojos perpetrados contra las tribus originarias y luego contra quienes primero fueron conquistadores y más tarde esquilmados por otros sectores, exacción que tiene su versión más contemporánea en la usura de los bancos. Todas esas tensiones, si bien coladas por un seco humor muy parecido al ambiente que lo origina, se registra en los impecables diálogos entre los dos rangers que encabezan la persecución (el blanco Marcus Hamilton y el mestizo mezcla de india y mexicano Alberto Parker, ambos encarnados respectivamente por Jeff Bridges y Gail Birmingham) y entre los propios hermanos. Ni que decir que las actuaciones son en todos los casos sobresalientes. A esto se agrega, como dijimos, una historia contundente, un montaje de primera, y una forma de narrar presidida por una precisión que no decae nunca, lo cual hace de esta película una verdadera perla, muy alejada, por fortuna, de la producción más efectista de la meca del cine y entregada a problema realmente humanos.

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